MÉNAGE À TROIS. Queda muy feo deambular por la casa sin zapatillas y con los calcetines puestos, ya sea empijamado o con unos calzoncillos y una camiseta. Pero es útil, muy útil, si duermes a un bebé en su cuarto sin aplicar
el tormento Estivill. Más de una vez, cuando estoy a punto de abrir la puerta, hambriento y medio dormido tras un pulso que suele durar entre un cuarto de hora y cuarenta y cinco minutos, una pisada estruendosa ha provocado que todo vuelva a empezar. Descalzo o calzado, aunque intente emular a Tom Cruise en
Misión imposible o a esos ladrones de guante blanco capaces de desvalijarte mientras roncas, siempre armo más ruido. En fin, aunque llevamos semanas y semanas retrasándolo con mil y una excusas, quizá mañana mismo pongamos en práctica el controvertido
“Duérmete, niño”. Como quien no quiere la cosa, nuestro pequeño dictador nos ha conducido a un callejón sin salida: desde que claudiqué cuando caí bajo
La maldición de la Pantera Rosa, no nos cuesta demasiado dormirle –los calcetines ayudan–, pero a las dos o las tres de la madrugada se levanta de la cuna osito en mano, dispuesto a luchar a brazo partido hasta que le admitamos en nuestra cama. Ha pasado una semanita y cada noche que pasa cedemos antes. En el fondo, estamos muy a gusto con este peculiar
ménage à trois. Le vamos a echar de menos. Y a ver qué pasa cuando me olvide de los calcetines y nos limitemos a dejarle en la cuna…