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SATURDAY NIGHT. Anoche salimos. De marcha, por decir algo. Desde Nochevieja no salíamos por la noche, hace más de tres meses. Rectifico: desde el viaje al Caribe, hace más de dos meses. En fin, habíamos quedado para cenar con una pareja que vive como nosotros, gustosamente atada a un bebé, pero a las ocho de la tarde nos contaron vía sms que no habían encontrado un canguro. Estábamos a punto de llevar al churumbel a casa de mi queridasuegra –de ahora en adelante siempre diré queridasuegra, para no herir susceptibilidades, que la palabra suegra a secas suena fatal–. «¿Y ahora qué hacemos?», dijo mi amor. Casi sin pensarlo, decidimos aprovechar la oportunidad y salir los dos solos. Como en los viejos tiempos. A pesar del frío. Tomamos un café con mi queridasuegra, nos despedimos del churumbel y nos acercamos al chiringuito de una amiga. Antes de llegar llamé a un amigo, pero me dijo que acababa de meterse medio litro de yogur líquido y que no le apetecía nada salir. No problemo. Las dos primeras cervezas entraron muy bien, por qué no reconocerlo. Estuvimos en una tetería muy acogedora y cálida, pero en la calle soplaba un viento siberiano. Nos metimos en otro bar. Mi amor hizo un recuento de sus amigas: una, recién parida, otra con dos fieras, otra fuera de Burgos, otra de boda… Antes de cambiar de barra llamé a otro amigo y me contó que ya estaba con el pijama puesto; tenía que levantarse a las seis de la mañana para ir al hotel donde curra. De acuerdo. Mientras pedíamos otras cervecitas y unos chopitos nos acordamos de Canas y señora. Seguro que salen, seguro que siguen saliendo, me dije. Fue que no. Estaban de cena con sus primos. Pues muy bien. Dejamos el barrio. Bebimos las penúltimas cervezas, aún con ánimo, en un bar de La Puebla donde nos pusimos melancólicos mientras atacábamos a unos huevos estrellados y un plato de cecina cocida, taurina, y las últimas en otro bar de la misma calle en el que nos pasamos media hora hablando de nuestro niño. Y llegó el momento crucial. Sólo eran las doce. Midnight is where the day begins, creo que cantaban los de U2. Sólo eran las doce, podíamos irnos de copas a cualquier sitio, podíamos continuar en la Puebla, tirar para las Llanas o para las Bernardas, seguro que habríamos encontrado caras conocidas en algún bar, incluso a algún amigo… Sólo eran las doce. Teníamos frío y sueño. A las doce y veintitrés minutos ya estábamos en el sofá, calentándonos las manos con un colacao bien cargado mientras entrevistaban al ex de Estefanía Lomónaco, como diría Buenafuente. Un sábado más me emborraché de salsa rosa. Aún me dura la resaca.

Publicado el domingo, 10 de abril de 2005, a las 12 horas y 28 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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