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JULIO ANGUITA. En «El tiempo y la memoria», libro publicado por La Esfera que ha escrito con Rafael Martínez Simancas: «Antes de empezar el curso siguiente (1965-1966) e incorporarme a mi nuevo destino en Alicún de Ortega, viví una experiencia determinante. A petición de Balsera fuimos con un grupo de alumnos a una colonia escolar en Güéjar-Sierra, muy cerca del Veleta, en Granada. Tras la primera comida, los alumnos se pusieron malos: vomitaban, se encontraban fatal... y es que habían probado ¡albóndigas de carne!, un plato al que no estaban acostumbrados sus estómagos porque, sencillamente, no habían comido carne de verdad en su vida; en sus casas la alimentación era raquítica».

Publicado el martes, 3 de octubre de 2006, a las 9 horas y 15 minutos

RACISTA. «Tú también eres racista», comenta tarde o temprano alguien que piensa que te conoce. «No te van los extranjeros. Reconócelo. No te gustan ni los rumanos ni los chinos ni los magrebíes ni los negros», repite un familiar, un amigo, cualquiera. Y si no lo dice, lo piensa. Tiene más claro que el agua que se te ve el plumero, aunque vayas de progre concienciado o de cristiano de pro. Eres racista. Sí, como todos. Eso piensa. Da igual que largues rollos humanitarios sobre enseñar a pescar en vez de dar peces, o que repitas como un loro que la inmigración es el gran problema del siglo XXI, o que la cuestión clave de la agenda mundial son las relaciones Norte-Sur, o entre Occidente y Oriente. A pesar de que proclames que no te importaría que tus niños estudien «con ellos», ahora que los colegios están llenos de «gente de fuera», o que para ti no sería un drama que tu hijo se case con una mora, o tu hermana con un negro, alguien te dirá: «Tú también eres racista. Y mejor no hablamos de los gitanos, eso lo dejamos porque aquí aunque casi nadie lo diga en voz alta…»

Te sueltan este rollo. Últimamente, demasiado a menudo. Y a lo sumo te defiendes con frases hechas. Contestas que el ladrón piensa que todos son de su condición, por ejemplo. O les recuerdas que nuestros abuelos emigraron a la Argentina, a Suiza, a Alemania. O intentas dar la vuelta a las «justificaciones» económico-sociales (a eso de que dejan sin trabajo «a los de aquí»), diciendo que los inmigrantes están sacando las castañas del fuego a este pueblo envejecido y acomodado. Pero no te enfangas en una discusión razonada. Quizá, porque no cuentas con argumentos sólidos para conseguir algo bastante difícil: convencer a un racista o a un xenófobo de que sus ideas son abominables, detestables, una basura contagiosa que envilece esta sociedad ante la indiferencia de gente como tú.

Publicado el lunes, 2 de octubre de 2006, a las 10 horas y 43 minutos

ÁLEX GRIJELMO. El viernes se nos rompió una cosa de la lavadora, la palanquita de la puerta. Ayer vino un señor para sustituir la pieza y, quizá porque aún tenía fresca la entrevista de Juan Cruz a Álex Grijelmo, estuve pendiente de sus palabras: oquedad, orificio, arandela... El autor de La gramática descomplicada comentaba: «La gente sin excesiva instrucción habla bastante bien. La gente instruida es la que peor habla. Quieren parecerse a los que hablan en inglés». Aunque no sé si el fontanero había recibido más o menos instrucción que yo, no albergo ninguna duda sobre su capacidad expresiva: hablaba bastante mejor que el pretencioso universitario que a duras penas escribe estas líneas.

Publicado el martes, 26 de septiembre de 2006, a las 12 horas y 02 minutos

OBRAS. Ahora que están construyendo una rotonda en la Avenida de la Paz (una avenida tan pacífica como cualquier otra supongo, a pesar de su nombre), se me ha ocurrido una chorrada que, en los tiempos que corren, cualquiera podría aprovechar para montar un tinglado que dé que hablar (que es de lo que se trata). Digamos que alguien podría intentar batir el récord Guinnes de vueltas a una rotonda (si no existe ese récord se inventa), y decir que va a llevar a cabo tal sobrehumano esfuerzo para defender los derechos de los grandes simios o criticar la deforestación de la Amazonia. Seguro que el plusmarquista lograría, como poco, más publicidad que la mayoría de las muchas personas que trabajan anónimamente para conseguir que este mundo nuestro sea algo más habitable.

Sigamos dando vueltas a la rotonda. Digo que están construyendo una… porque lo leí en el periódico, no porque las obras que han cortado la calle Belorado me permitan deducirlo o porque hayan colocado un cartel explicativo. Se han limitado a poner: «carretera cortada por obras», y santas pascuas. No sabemos cuándo terminarán los arreglos ni para qué sirven tantas tuberías y tractores (aunque mi niño y yo estamos encantados, nos gustan tanto las obras que llenaríamos la ciudad de obras todos los años, no sólo cuando se acercan las elecciones).

Ahora que caigo en ello, no lo entiendo: si se quiere mantener a los ciudadanos contentos, qué menos que contarles con todo lujo de detalles qué se está haciendo, indicando precios, presupuestos y plazos.

A un par de manzanas de la futura rotonda, por ejemplo, hay un cartel bastante preciso. En Reyes Católicos están recuperando las márgenes del río Vena, podemos leer; además, piden perdón por las molestias. Eso está bien, a pesar de que indican que el proyecto cuesta 5.815.349,32 euros y aunque se han comido el acento de márgenes, ojalá que nada más.

Publicado el lunes, 25 de septiembre de 2006, a las 10 horas y 30 minutos

HUEVOS. Anteayer iba por el Espolón cuando pesqué estas palabras que un chaval le decía a su colega: «... No son huevos de aves, son de animales. Los castran y luego nos los...»

Publicado el jueves, 21 de septiembre de 2006, a las 10 horas y 37 minutos

RAULISTA. Me gustaría ser, qué sé yo, anarquista, comunista, oenegista, progresista, cualquier cosa acabada en ista que sirva para presumir o para que, al menos, te critiquen con fundamento. Pero ya ni siquiera soy periodista. Sin embargo, desde hace unos pocos años, más o menos desde que el Madrid fichó al gran Ronaldo, ha ido creciendo en mí un sentimiento que ya puedo revelar: soy raulista. A pesar de todo. Digan lo que digan. Aunque no vuelva a marcar un gol.

Publicado el martes, 19 de septiembre de 2006, a las 10 horas y 20 minutos

CAYUCO. ¿Cuál será la palabra del 2006? Los medios de comunicación, los portales de Internet y otros chiringuitos como el servicio de publicaciones de la Universidad de Oxford quizá nos digan en diciembre que la palabra del año fue alguna modernez, como en su día lo fueron «podcast» o «blog». Pero aquí, aunque naveguemos por la Red como piratas curtidos en mil batallas y nos jartemos a enviar «sms» por teléfono, aquí la palabra del año sólo puede ser cayuco, a no ser que otra palabra dé el campanazo en estos meses que restan hasta las campanadas.

Cayuco: ¿había oído esa palabra el siglo pasado? No creo, si la rastreamos en Internet y en las hemerotecas puede comprobarse que se ha popularizado este año; antes aparecía en reportajes caribeños, turísticos, no en noticias teñidas de dolor y sufrimiento. ¿Que por qué ha prosperado y no deja de aparecer en periódicos y telediarios? Podríamos decir «porque sí» y quedarnos tan anchos, como cuando nuestros hijos nos interrogan sin compasión preguntándonos el porqué de cualquier cosa. Las palabras, como casi todo, se ponen y se pasan de moda.

Según la Real Academia, un cayuco es una «embarcación india de una pieza, más pequeña que la canoa, con el fondo plano y sin quilla, que se gobierna y mueve con el canalete». Aunque poco importa que las personas que padecen mil penalidades mientras tratan de llegar a Islas Canarias naveguen en cayucos, lanchas, pateras, barcos o yates. El nombre, en este caso, es lo de menos, ¿no? Importa el hecho.

Imagínate (¿puedo tutearte? Aquí siempre tuteamos a los inmigrantes, ¿no? Llamas por teléfono, te dicen «la señora no está, ¿qué desea?» con acento suramericano, y replicas, «¿sabes cuándo volverá?») dentro de un cayuco. Mar adentro. A la deriva. Sediento. Hambriento. Tu futuro, incierto, si es que vives para contarlo. Tu familia, a miles de kilómetros. Imagínatelo.

Publicado el lunes, 18 de septiembre de 2006, a las 10 horas y 17 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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