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DE MARCHA. ¿Por qué los deportes interesan tanto? Dejemos la pregunta en el aire, más que nada porque para intentar responderla con seriedad habría que celebrar un simposio internacional con intelectuales, sociólogos, psicólogos... y tal vez así sólo se alumbraría un debate tan aburrido como estéril. Tampoco merece la pena tratar de responder esta otra: ¿por qué tan pocas cosas atraen tanto como los deportes?

Estos días cuesta no hablar del Mundial, de los primeros partidos, del posible once contra Ucrania o del peso de Ronaldo. También cuesta no prestar atención a Fernando Alonso y Rafa Nadal, las nuevas estrellas. Ya puestos, hasta viviendo en una ciudad sin equipos en las ligas más seguidas (¿se imaginan qué pasaría si tuviéramos un Villarreal, un TAU Baskonia, un Portland San Antonio?), a veces resulta complicado no estar pendiente del Burgos Club de Fútbol, del Autocid Ford de baloncesto o del Diego Porcelos de voleibol.

Sin embargo, no siempre caemos en la cuenta de que el deporte no sólo se practica sudando en el salón, desayunando con el Marca o tratando de vencer a un rival en una pachanga. El Diccionario de la Real Academia ofrece dos definiciones de la palabra deporte. Hoy (y ayer, el día en que se celebró, un año más, la Marcha Aspanias) nos interesa la segunda: «Recreación, pasatiempo, placer, diversión o ejercicio físico, por lo común al aire libre». En La Almena, el periódico de Aspanias, han llegado a una conclusión similar, porque indican que la Marcha no es una competición, sino «una propuesta para pasar un día de ocio en un ambiente amistoso, alegre y deportivo».

Los miles de burgaleses que anduvieron o pedalearon desde el Espolón hasta Fuentes Blancas puede estar orgullosos: participaron en una actividad tan deportiva como un partido del Mundial, la final de Roland Garros o una carrera de Fórmula Uno. Y más útil.

Publicado el lunes, 12 de junio de 2006, a las 10 horas y 37 minutos

SERGUEY DOVLÁTOV. En El compromiso: «Tengo treinta y cuatro años y nunca he vivido un solo día de despreocupación. No me importaría pasar uno sin preocupaciones, insatisfacciones ni deseos».

Publicado el miércoles, 7 de junio de 2006, a las 20 horas y 18 minutos

FLORES. Voy a matar dos pájaros de un tiro, me dije el otro día. Primero le regalo una docena de rosas al amor de mi vida y quedo como un señor. Al día siguiente robo unas cuantas del jarrón y las amortizo antes de que se marchiten: preparo una ensalada floral, o me atrevo con algo más innovador, por ejemplo un crujiente de pétalos o una espuma de capullos, todo es ponerse.

Pero me entró la duda. ¿De dónde saco rosas comestibles? En el Parque Virgen del Manzano ya tenemos unos rosales magníficos, como bien saben quienes llevamos a los niños a los columpios... o quienes pasean a sus perros. Debo decir que no me llevé unas cuantas ramas por cumplir con las más elementales normas de urbanidad, en vez de porque me diera repelús suponer que algún chucho podía haber marcado allí su territorio, o porque acabara pensando que quizá los jardineros municipales se ven obligados a recurrir a pesticidas o a otro tipo de productos para que sobrevivan allí.

Tal vez en una floristería me habrían asesorado, y me habrían vendido unas rosas sin sustancias químicas, pero abandoné del todo la idea al leer que los cocineros sólo emplean flores cultivadas para uso alimentario.

En el supermercado no había flores de cebollino ni mermelada de claveles, así que comencé a llenar la cesta como un día cualquiera. Pero, ¡sorpresa!, en la sección de refrigerados, entre el maremágnum de yogures cremosos, griegos, desnatados, sin grasa, con trozos de fruta, con fermentos activos, con efectos probióticos, con vitaminas esenciales,... brillaban con luz propia unos con pulpa de fresa y, atención, un toque de sabor a... ¡rosa!

Los compré. Metí un par en los bibes de la merienda pero el churumbel no notó el cambio. Los otros dos tampoco me supieron a perfume. En fin, la idea de las flores pasó sin pena ni gloria. Como la muestra que, durante los últimos diez días y por 244.000 euros, ha hecho de Burgos, según dicen, la meca floral.

Publicado el lunes, 5 de junio de 2006, a las 10 horas y 44 minutos

SENTADAS. No queremos pagar alquileres. Tampoco queremos vivir eternamente en casa de papá y mamá, o con unos colegas. Queremos una casa propia. Nuestra. Pero, por favor, con más de treinta metros cuadrados. Queremos una casa grande. Todos. Puestos a pedir, ya sabemos que luego también queremos otra casa. Con dos nos basta, ¿no? Queremos un chalé, o un adosado, o un pareado, en primera línea de playa o con piscina. Queremos más y más, ¿pero cuántos carecen de un hogar digno y adecuado, de la casa que, según la Constitución, todos tenemos derecho a disfrutar? Muchos. Más de los que pensamos.

La vivienda, según encuestas, barómetros y otros medidores de opinión, cada día nos importa más, como bien saben los bancos, que nos tienen a todos cogidos de los… créditos hipotecarios, mientras el endeudamiento familiar por la compra de pisos bate récords.

Desde hace tres domingos, un movimiento «espontáneo» (es decir, que no está encabezado, que sepamos, por organizaciones ni partidos políticos) reclama en sesenta ciudades españolas (en Burgos, ayer quedaron en la Plaza Mayor) algo que casi parece una utopía… aunque, como decía antes, figure en la Carta Magna: viviendas dignas. El germen de las convocatorias ha brotado en Internet, en blogs y una wiki (una página web donde cualquiera puede incluir, editar, corregir o modificar contenidos), y se ha propagado, a través de correos electrónicos y mensajes de móviles, por toda España. En algunos lugares han asistido decenas de personas; en otros (Madrid, Barcelona), miles.

Por ahora, y ojalá que por siempre, las protestas son pacíficas: estas reuniones no son «manifestaciones» para quienes acuden, sino «sentadas». En las noticias que han aparecido se dice que acuden jóvenes. Pero no estaría nada mal que también se apuntaran pensionistas, amas de casa, currantes de todas las edades. Entonces sí que estarían preocupados.

Publicado el lunes, 29 de mayo de 2006, a las 11 horas y 54 minutos

EN EL BUS. Sesentona. De las que no se despegan del bolso en todo el trayecto. Se sentó en las primeras filas y se pasó medio viaje teléfono en mano. De las que gritan cuando intentan susurrar. Su hermana acababa de ser hospitalizada. Cuando habló con la hija de la enferma, su sobrina, subió aún más el volumen. «Tranquila, no llores, si está bien, voy sólo porque el fin de semana no trabajo, así puedo verles a todos. Pero no llores, si está bien...» No recuerdo qué película intentábamos ver.

Publicado el miércoles, 24 de mayo de 2006, a las 10 horas y 48 minutos

LA CAMISETA. Miércoles, 17 de mayo. Veintiún millonarios juegan al fútbol en un estadio de París. El camerunés Samuel Eto’o, el mejor jugador de África, consigue que el balón se cuele en la portería del Arsenal. Antes de que repitan el gol ya escucho petardazos. Supongo que también explotan en Barcelona, Yaoundé y cientos de lugares más: a los culés ya no se les va a escapar el partido. Cinco minutos más tarde, millones de telespectadores de todo el mundo (entre ellos, 14.254.000 españoles) contemplan el segundo gol del Barça. A partir de entonces se desata la euforia. Los hinchas del nuevo campeón de Europa celebran el triunfo hasta en la Cibeles de Madrid. En Barcelona, como suele ocurrir en cualquier otra metrópoli en situaciones similares, la fiesta degenera al cabo de unas horas: piaras de gamberros saquean tiendas, destrozan farolas y cabinas, se enfrentan a la policía.

Al jueves toca hacer recuento (un centenar de heridos, cuarenta y tantos detenidos, cien mil euros en desperfectos) y recibir a los héroes. Medio millón de aficionados sale a la calle para aclamarlos. Un inmenso tráiler recorre la Ciudad Condal mientras los ídolos beben, cantan y bailan ska.

Ese mismo día se bate un récord. En Canarias y Almería desembarcan 623 inmigrantes en cayucos y pateras. Uno de ellos, según los teletipos «un hombre de origen subsahariano», despierta el interés de las cámaras: viste una camiseta azulgrana, con el escudo del Fútbol Club Barcelona pero sin el logotipo de Nike. El viernes aparece en un par de portadas de diarios nacionales junto al hombre que le atiende, un voluntario de la Cruz Roja con el rostro cubierto por una mascarilla sanitaria. Ambos miran a la cámara. He buscado en Internet si alguien los llegó a entrevistar pero no he encontrado nada, a pesar de que cualquiera de los dos podría haber contado bastantes cosas. Sólo interesó la foto, la camiseta.

Publicado el lunes, 22 de mayo de 2006, a las 11 horas y 00 minutos

LIPOSUCCIONADO. Llegó el calor, llegó el sudor, y me dije, un año más: voy a adelgazar. Desempolvé las deportivas, encontré un par de aliados y me desparramé por los senderos de Fuentes Blancas, dispuesto a fundir mollas y michelines.

Pero no necesitaba correr por las riberas del Arlanzón para perder unos kilos. El martes pasado descubrí que me había quedado sin unos cuantos en menos de lo que dura un telediario. Y no eran de grasa, precisamente, sino de los que nunca sobran. Me bastó con escuchar la primera noticia para enterarme de que me habían liposuccionado los ahorros.

Para empeorar las cosas, al día siguiente me senté sobre las gafas. La montura, quizá tan indestructible y segura… como una inversión en bienes tangibles, también se quebró. En la calle, sin gafas pero gafado, noté que lo veía todo borroso, y que caminaba más ligero. Y tanto, me habían quitado un peso de encima, y sin anestesia y por sorpresa. Pronto, además, me sentí como el rey del cuento de Andersen cuando un niño le dice que va desnudo: la gente podía detectar no sólo que era un miope desorientado, que a duras penas podría reconocer sus rostros, sino también un estafado, un incauto.

Por la noche, incapaz de conciliar el sueño, me pregunté: ¿qué cara se te queda cuando te pegan el timo de la estampita? Aparté esa idea en cuanto se me pasó por la cabeza. En busca de consuelo, recordé que Fórum y Afinsa siempre pagaban, que llevaban décadas pagando. No me han timado, me han mangado, pensé, o quise pensar. Y también han robado a más de trescientas mil personas, entre las figuran los empleados y los colaboradores de ambas firmas, que en la mayoría de los casos van a ser los principales perjudicados.

Logré dormir cuando, en vez de contar ovejas, me cansé de repetir: Lo que no mata engorda… aunque adelgace.

Publicado el lunes, 15 de mayo de 2006, a las 9 horas y 30 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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