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CÓMO CAMBIAR UN PAÑAL (I). Es muy sencillo, de verdad, sobre todo cuando has cambiado cientos, o miles, y mecanizas los movimientos. Primero te armas de paciencia en el híper para elegir una enorme y carísima bolsa de pañales con sistema de absorción integral y con protección anti-escapes y tiras ajustables; hay varias marcas, pero siempre compras la que más cuesta y más sale en la tele ya que no quieres escatimar un céntimo para cuidar a tu retoño... y porque las expertas amigas de tu contraria la recomiendan. Se te puede caer el pelo aún más si te pillan haciendo cola en la caja con una marca desconocida.

Los pañales van por tallas. Y se supone que eso facilita la elección. ¿Pero cuál coges cuando tu bebé pesa 5 kilos? Los de primera etapa oscilan entre 2 y 5, los de la segunda entre 3 y 6, y los de la tercera entre 4 y 10. Sí, tu espíritu cartesiano se quiebra ante una duda colosal.

Mientras afrontas este irresoluble problema, no se te puede olvidar un paquete de toallitas enriquecidas con vitamina E que cuesta más que dos docenas de rollos de papel higiénico, además de leche hidratante con efecto balsámico o crema hipoalérgica dermoprotectora... Esta vez puedes elegir sin miedo y comprar cualquiera: acabarás probando todas cuando a tu hijo se le irriten sus partes más nobles.

Bien. Como un experto cirujano, colocas al bebé en la mesa de operaciones —el cambiador, o en su defecto una cama que intentarás proteger con una toalla—, después de poner al alcance de la mano la ropa que vayas a necesitar, el paquete de toallitas, la crema y un par de pañales. Sí, dos, porque a menudo en cuanto le acabas de limpiar y estás a punto de terminar la operación le encanta demostrarte lo bien que sabe expulsar sus residuos líquidos y sólidos. A veces, por cierto, hasta distancias insospechadas.

Procedes entonces a desnudar de cintura para abajo al paciente. Si se deja. Como no suele estar anestesiado y acostumbra a patalear y a girarse en cuanto puede, conviene hacer el payaso para mantener su atención y/o darle algo para que juegue. Por ejemplo, una pelota o el pañal de repuesto.

Llegamos al quid de la cuestión. Después de retirar el pijama, o los leotardos, la ranita, los pololos, los faldones, las falditas o los pantalones, nos tenemos que ver las caras con el pañal. Ahora sí que no caben titubeos. Con decisión pero delicadamente, debes levantar las piernas del bebé con una sola mano —si no eres zurdo, con la izquierda— y, si eres capaz, intercalando algún dedo entre los tobillos para que no choquen entre sí. Al mismo tiempo, con la otra mano tienes que despegar las tiras, retirar el pañal, coger al menos una toallita y deslizarla por las zonas que requieran ser limpiadas —de delante hacia atrás—. Luego conviene dejarle un rato con el culo al aire y embadurnarle de crema protectora. Y, para terminar, sólo queda poner un pañal limpio. Casi nada. Otro día sigo...

Publicado el domingo, 20 de febrero de 2005, a las 11 horas y 03 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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