TODO INCLUIDO. Estuve, sin estar, en la República Dominicana, comentaba
el otro día. Me explico. El hotelazo era un «campo de concentración» para turistas –perdón por banalizar esas palabras– como tantos otros que copan las mejores playas de esa isla y de otros países. Los cuatro primeros días disfrutamos de nuestra pulsera de todo incluido en la playa, las piscinas y los restaurantes. No abandonamos el recinto. Al quinto hicimos una breve escapada para visitar unas tiendas situadas a menos de un centenar de metros. Al sexto repetimos la salida después de echar un partido de tenis en una de las tres pistas de tierra del hotel. Compramos unos posavasos, una botella de mamajuana, un bikini, una camiseta y poco más.
Al salir de un puesto, un limpiabotas de seis o siete años se empeñó en limpiarme las playeras. Entonces me hizo gracia.