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TODAVÍA. Marta, la jodida mujer que vive a mi lado pero no conmigo, tiene un amante. No tengo prueba alguna, ni ganas de buscarlo, pero estoy seguro. Un infiel sabe darse cuenta de eso, incluso uno tan desinteresado como el que escribe.
Pero hace bien, qué coño; aunque esté fatal que yo lo diga. Y lo entiendo; aunque me joda decirlo. Lo que no entiendo es qué hacemos juntos si somos un puto desastre, si desde que comenzó la decadencia no hacemos otra cosa que mantener un piso que pagamos de milagro, mirarnos como dos desconocidos, follar rutinariamente y mentirnos tanto que, a fuerza de hacerlo, nos llevamos hasta bien.
Lo que no tiene sentido, ahora tal vez más que nunca, es esa estupidez de convivir por pura inercia, el hartazgo de follar con fulanas y luego volver a casa y encontrar a Marta con su cara de “aquí no pasa nada”, como si diera igual que apeste a pachuli, que traiga carmín del todo a cien en la camisa, o que mi boca sepa a otro sexo. Eso es lo triste, lo incomprensible. Porque esto de que Marta tenga un amante es lo lógico. Lo justo. Lo mínimo. Y eso es lo peor: que no puedo reprochárselo.
No estoy hablando de amor, ni de traición, ni de sentimientos dignos de mejores causas. Estoy hablando del puto vacío que siento con esta pantomima, y la rabia de estar bien jodido y dejarme llevar y no hacer nada por remediarlo. Y la impotencia de esperar un adulterio que nunca se consuma. Y el todavía, ese todavía que vive pegado a mis zapatos, del que no me atrevo a emanciparme sin que me embargue la culpa. Y la desgana de intentar un divorcio que me importa una mierda.
Eso es lo que verdaderamente me jode, y al amante de Marta le pueden dar por culo. Ojalá la goce con otras ganas y la haga chillar como una perra cuando la monte.
Estoy cansado de follarme a todas y seguir esperando a que Cleo entre en el Bar y me diga que se ha cansado de Ismael.
Y Cleo nunca llega al bar.
Por eso vuelven los pitillos, el ahí me las den todas, y el hacer zapping por la noche mientras Marta me la chupa.
Y escuchar Birth of the cool en el coche.
Leer de nuevo a Cortazar como si acabara de descubrirle.
“Negar todo lo que el hábito lame hasta darle suavidad satisfactoria”.
Escribir, escribirte, y dejarme la barba sin afeitar o cortarme siempre en el mismo sitio.
Hacer honor, en fin, a esas jodidas costumbres.
Publicado el jueves, 1 de diciembre de 2005, a las 16 horas y 40 minutos
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SESIÓN CONTÍNUA. Me gusta mirar a la gente; ver cómo se desenvuelven y se enredan las personas. Observar cómo ganan o cómo pierden, descubrir de qué pié cojean, escuchar lo que me cuentan y lo que no quieren contarme, sus faroles, sus andanzas, aunque luego se me olvide. Nada tiene importancia al fin y al cabo cuando echo el cierre; pero ese durante, no tiene precio.
Soy un verdadero genio a la hora de decir a la gente lo que quiere oír, de hacer el gesto que desea ver, de asentir o disentir según convenga; y todos se lo creen. Me siento como un Freud del siglo XXI. Me divierte ver a las personas que me rozan como actores que representan delante de mí sus jodidos papeles, sus biografías, sus espectáculos, de los que yo no quiero formar parte más que como mero espectador con el puto privilegio de replicar cuando me viene en gana.
Y como espectador, la barra de un bar es una entrada preferente que no desaprovecho.
Es por este motivo, por esta jodida virtud de escuchar a todo el mundo por lo que soy camarero, y por eso me gusta. En un bar los peores actores hacen de sí mismos, y representan sus dilemas cotidianos. Los inconvenientes del oficio, que son muchos, los compenso pasando la bayeta a las vidas que te dejan los clientes encima de la barra, porque necesitan descansarlas en algún sitio.
Me decía La Bohemia el otro día que cómo es que trabajaba en este antro...
Coño, por una sencilla razón contundente: porque todo lo que pasa aquí no tiene que ver conmigo.
Publicado el lunes, 5 de diciembre de 2005, a las 18 horas y 51 minutos
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ATAJOS. Primer semáforo. Cinco más me esperan hasta el curro, estaciones de mi puto vía crucis diario.
Pongo musica. Nada de noticias, nada de malas noticias. Jazz. Miles Davis. Sé que no me oyes, pero qué grande eres, tío. Te lo digo todas las mañanas, en este coche, jodido Miles. La gente sería mas feliz si te escuchara cada día. Tu trompeta me salva de ser un gilipoyas, como el que acaba de tocar el cláxon porque no me pongo en marcha y el semáforo lleva cuatro segundos en verde. Cuatro segundos... Has oído a Miles, jodido idiota?
Que le follen. No pienso enfadarme. Hace una mañana preciosa.
Siguiente semáforo, entonces. Puntualmente.
A mi izquierda un coche gris. El conductor me mira. Le miro. Deja de mirarme. Le miro. Un tipo gris con camisa blanca y corbata azul coge una carpeta del asiento de al lado. Hace como que mira algo, atentamente. Numeros, informes. Le miro. Le saco la lengua. El semáforo se pone en verde.
Baby, won’t you make up your mind…
Otro cigarro. El tráfico con swing es menos tráfico. Los coches que adelanto o me adelantan no hacen sino bailar en su caótica marcha diurna, arrastrados por una prisa que los hace terriblemente mortales.
Me detengo en el tercer semáforo. Miro el escaparate de mi derecha: “Panadería”. Sí. Ella sale puntualmente a colgar el cartel: “Pan recién hecho”. Me gusta cómo se le ciñe el mandil a la cintura. La estruja. La aprieta haciendo salir unos pechos grandes y redondos que deseo. Muchos días esa rubia de bote conforma mi segundo pensamiento erótico, indeclinable invitación para una paja en el w.c. al llegar al curro.
Despistado, me adelanta una rubia al volante de un 207 rojo. Me pierden las rubias al volante de cualquier coche rojo. Me follaría a todas las rubias con tetas grandes en sus putos coches rojos.
Coches rojos... Pienso en Cleo. En el tiempo en el que Cleo me aceleraba el pulso hasta cien. Hasta doscientos. Pienso en Cleo, en su sexo. Pienso cuando Cleo abría sus piernas en el Dyanne seis y dejaba al descubierto su pelo rojo como una llama infernal en la que meterme.
Y me acuerdo en como me excitaba hundirme en ella y morderle los pezones.
Ahora me gustaría follarme a esa rubia del coche rojo y decirle lo puta que es mientras me la está comiendo.
Intento ponerme a su altura. Maniobro. Freno. Acelero. Giro. Freno. Se me escapa. Mierda. Mierda, me digo. Me cago en todo lo que se mueve. Me salto el cuarto semáforo, en ámbar.
Sudo como un cerdo, y sólo son las siete menos cinco de la mañana.
Otro cigarro, y sólo son las siete menos cuatro de la mañana.
El ultimo semáforo está en verde, pero el idiota que conduce el coche de delante parece una tortuga paralítica. Me pego a su puto parachoques trasero. Miro por el espejo retrovisor por si puedo girar a la izquierda y adelantarle. Imposible. El cabrón apura los primeros segundos del semáforo en rojo para saltárselo.
Que te vaya bien, gilipoyas.
El quinto semáforo se pone en verde en cuestión de segundos.
Enfilo la calle.
Aparco en la puerta. Me ajusto la pajarita al cuello y apago la música.
Salgo del coche y, según voy hacia mi curro, me pongo la mejor sonrisa de hijo de puta que tengo.
Publicado el jueves, 8 de diciembre de 2005, a las 18 horas y 07 minutos
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ADORNOS. Hoy he apañado el bar con adornos navideños. No por gusto, que por mí la Navidad podía irse al pairo; pero ha venido mi jefe al mediodía para recordarme expresamente que, si el Corte Inglés enchufa el alumbrado, nosotros no íbamos a ser menos; que ya es Navidad, que el gordinflón de Papa Noel está en camino, que qué van a decir los clientes.
Me revienta colaborar en estas fiestas hipócritas pero, como no pensaba discutirlo un año más, le dije:
-Tú mandas.
- Venga, Eddi Vansi –me anima, con un tono entre festivo y funeral-, que no decaiga esta fiesta desaforada y sin sentido, hombre; consuélate: sólo es Navidad una vez al año.
Así que he bajado a por la puta caja en la que, cada año, quedan menos adornos. La he subido. Susana La Bohemia me ha preguntado primero que adónde iba, después que qué había en esa caja y, por último, que le pusiera un orujo.
- ¿Cuándo vas a morirte, Susana?- le dice mi jefe.
- Espero que después que tú.
Y luego, dirigiéndose a mí, como cada vez que le da por hacernos una visita:
- Eddi, ¿cuándo coño vas a echar a esta borracha de mi bar?
Y señala a una Susana la bohemia que es sorda profesional cuando la ocasión lo requiere.
Porque, al fin y al cabo, es su bar. Aunque no aparece casi nunca por aquí, es su jodido bar. El primer bar que tuvo de los tres que tiene. El que le dio dinero para comprar otros locales y que ahora, conmigo de encargado, camarero y único gobernante, se deshace y se marchita y apenas da para cubrir gastos. Pero no le hace falta el dinero de este puto bar. Podría cerrarlo esta tarde si le viniera en gana, y sólo Susana y yo lo lamentaríamos. Y tal vez él, que tiene aún esa nostalgia de los viejos tiempos.
- Te recuerdo que esta borracha lleva en tu bar desde antes de que naciera Jesucristo -le contesto con una media sonrisa.
- Y yo te recuerdo, Eddi Vansi, que te pago para que hagas bien tu trabajo, no para que me recuerdes nada que no sepa.
Y entonces se echó a reír. Me eché a reír. Y Susana, por simpatía, se echó a reír.
- Venga coño, que es Navidad- dijo- Colócame los adornos Eddi, e invita a esta dama a su próximo orujo.
Y salió pitando a sus otros bares.
La Bohemia no desaprovechó la oportunidad y pidió otro.
Se lo puse.
Me encendí un cigarro.
Todos los años la misma escena, pensé. Somos una especie de Belén hereje en el que ni Susana es Vírgen, ni mi jefe un San Jose, ni yo un niño con poderes. Sería ya lo único que me faltaba.
Abrí la caja, en fin. Desempolvé los espumillones, los papás noeles, los ángeles, los muñecos de nieve, las bolas, las estrellas doradas y, con la ayuda innecesaria de Susana La Bohemia, feliz de revivir su prehistoria y convencida de que el bar era su casa, los fuimos colocando en sus sitios de todos los años, haciendo el paripé de otra jodida Navidad que a ninguno de los dos nos importa una mierda.
Publicado el lunes, 12 de diciembre de 2005, a las 23 horas y 02 minutos
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BORRACHERA. Desde otro sitio en el que tú no estás ni has estado nunca y yo estoy borracho, escribiéndote en el humo con los dedos.
Tal vez desde este antro azulado que apesta a mostaza y a puta, y parece un desguace de sueños rotos o un andén abandonado a la suerte de los que no tienen suerte.
Tal vez desde que dejé mi nombre olvidado entre las piernas de alguna fulana, o desde que te recuerdo sentada entre un grupo de hombres que te veneraban como a una diosa roja.
A saber qué ha sido de ti desde los días que te tuve.
Quizá bebo más de la cuenta y duermo menos de lo que bebo, sí.
Porque no te hice caso, y porque tú no me esperaste.
Porque me importa una mierda que, mientras te espero, el mundo reviente en pedazos, como ocurre.
Porque cuando voy tan ciego me da por pensar que no existes, que fuistes mentira, que tu pelo rojo no era rojo, y tus pezones no eran sino dos bocados de un maldito rabo de nube.
Me cago en la madre que parió al que decidió poner brújula a mi destino; al jodido cabrón que le dio por inventarme sin tener en cuenta que a ti ya te había creado para volverme loco.
Por eso me bebo la noche con la sed de un puto náufrago, y sigo sirviendo vasos y poniendo las botellas según su altura en los estantes.
Publicado el jueves, 15 de diciembre de 2005, a las 18 horas y 39 minutos
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FUMAR ES UN PLACER. A pesar del Gobierno, a pesar del cáncer y de las traqueotomías, a pesar de las jodidas multas y de lo caro que lo han puesto, de los fumadores pasivos y los exfumadores temibles, que bien podrían juntarse y formar una secta, un escuadrón de la muerte o un partido nazi, joder, yo fumo, señor policía, soy un fumador convencido, compulsivo, recalcitrante; y pienso seguir fumando por más que diga la jodida ministra y sus putas leyes, aunque tenga que hacerlo a escondidas como si fuera un delincuente o tuviera quince años.
Y con más ahínco precísamente porque lo prohíben, que no hay nada más excitante que desobedecer a estos cabrones que se creen mi padre, como si no tuvieran cosas más importantes que prohibir o resolver estos hipócritas de mierda.
Que prohíban la pobreza, joder, que ésa sí que mata; que prohíban los botines o los billgates, y dejen a las personas morirse como les salga de los cojones.
Porque además me gusta, coño, y porque, para los pocos vicios que va dejando la edad, quiero que este me acompañe el resto de mis días.
Mi ginebra y mi cigarrillo.
Escuchar Manhattan Transfer y una cajetilla disponible.
Escribir, y tener mi tabaco rubio cerca.
Una mamada bien hecha, y mi cigarrillo. ¿Sabe usted lo que es eso, señora ministra? Debería probarlo, y seguro que después se mete su ley por donde más escuece.
En fin: a estos Torquemadas no pienso invitarles a mi entierro.
Publicado el lunes, 19 de diciembre de 2005, a las 22 horas y 23 minutos
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22 D. Ni el reintegro, ni la pedrea, ni por supuesto el puto Gordo. Nada. Un año más la suerte, esa fulana que tan poco me conoce, pasó de largo y de mi cara, y fue a parar a cientos de kilómetros de mi bolsillo.
Vale que juego por inercia, y que ni siquiera merezco que me toque, pero cómo jode, copón; cómo jode.
Lo elegante sería felicitar a los agraciados y guardarme la decepción y la envidia en mi cartera vacía, pero cada año me resulta más difícil.
De hecho, sin atender a los ruegos de los clientes, he apagado la tele del bar nada más comprobar mis pérdidas, porque no soporto las imágenes típicas de los afortunados, ni sus gritos, ni su alegría, ni sus gilipoyeces.
Al llegar hace un rato a casa, y contárselo, Marta me ha dicho:
- ¿Cómo puedes pensar así? Yo me alegro de ver feliz a la gente. Eres un hijo de puta, Eddi Vansi. No sé cómo coño me pude casar contigo...
-
Y, sí, tal vez sea un hijo de puta; pero un hijo de puta sincero, y además pobre.
Y, para colmo, de salud ando regular.
No me jodas.
Que le den al calvo de la lotería, al puto Gordo y a toda su parentela; que a mí esto de jugar con los sueños una vez al año ya me toca las narices.
Publicado el jueves, 22 de diciembre de 2005, a las 23 horas y 01 minutos
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EVA AL DESNUDO. -¿Me pone un vaso de agua, por favor?
Era Eva. Yo aún no sabía que era Eva, acababa de entrar en el bar y yo andaba en otras cosas, así que me tuvo que repetir, más alto pero igual de dulce, la pregunta:
-¿Me pone un vaso de agua, por favor?
- Claro que sí, maja –le respondí sonriendo-. Disculpa.
-Gracias, hace tanto calor ahí fuera.
Alcé la vista para mirar tras el cristal del bar, y mascullé un inaudible sí hace, sí.
Se lo puse.
Luego la miré. Había dejado su maletín encima de la barra. Había sacado un abanico con el que airear sus brazos, cubiertos hasta el codo, y sus pechos desnudos detrás de una blusa blanca.
Salí a barrer, y seguí mirándola.
Sentada en el taburete con las piernas cruzadas y la falda discreta hasta la rodilla, me enseñó unos pies diseñados para el sexo.
En el suelo reposaban un par de sandalias de medio tacón.
-¿Disculpe? ¿El baño?
Le señalé la puerta del asqueroso W.C. que llamábamos paradójicamente “aseo”.
Se calzó las sandalias, se levantó, ajustó la cinturilla de la falda, se la alisó como si fuera una Teresiana. Ajustó los puños de la camisa al codo y enderezó el cuello de la misma apartando su cabello moreno hacia un lado, como si en lugar de a mear, fuera a ver al Papa.
Por entonces yo andaba bien con Marta, me excitaba. No tanto por su cuerpo, sino por su entrega. Me ponía a cien saber que cuando llegase a casa, viniera de donde viniera, allí estaría ella, abierta, desnuda, ofreciéndome su sexo como una especie de oportunidad de reconciliarme con el mundo. Marta era una revancha , un “por lo menos” que me bastaba.
Pero Eva, que yo aún no sabía que era Eva, me estaba mirando de una manera especial según iba acercándose al lavabo, y yo me estaba poniendo cachondo, y aquello representaba una oportunidad que debía explorar con urgencia.
¿Quién sabe?
Entonces Marta, el bar, los clientes, mi endemoniada miseria existencial, Cleo pelirroja, se esfumaron por patas de mi pensamiento.
Follármela, me dije. Allí, en el baño. Antes de que salga del bar, Eddi Vansi, vamos, sonríe, que no se diga; quizá hoy es tu día de suerte. Así que, en una especie de pulso conmigo mismo y con la sarcástica sonrisa cómplice de La Bohemia, que ya existía al fondo de la barra, me acerqué a la puerta de los baños.
-Señorita…
Y fue de puta madre. Fue su cintura arqueada para mí; sus manos apoyadas en el lavabo; su cabello negro a mitad de la espalda.
Todo: dejar sus labios prendidos de mi glande, y después agarrar su culo y penetrarla con una facilidad tal que pareció que la sodomía era un plato tan de su gusto que no hacía falta preliminar alguno.
Me corrí echando hostias.
Luego salió, salimos, se terminó su vaso de agua, garabateó su nombre y su teléfono en una servilleta, y salió del bar tan sigilosamente como había entrado.
De esto hace un año y pico, y aún a día de hoy nos seguimos viendo: siempre que yo necesito saber que sigo vivo y siempre que ella necesita entrar al lavabo.
Ayer la vi.
Publicado el lunes, 26 de diciembre de 2005, a las 22 horas y 38 minutos
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LA HOGUERA. A este año que termina me gustaría cogerle por banda de noche, en un callejón sin salida, sin ventanas ni testigos, de esos callejones con las farolas fundidas patrimonio de los gatos y los yonkis y los graffitis, que huelen a ajustes de cuentas y a meados y a huídas imposibles.
Me gustaría tenerle ahí, acorralado y de rodillas, para decirle cuatro cosas bien dichas y darle dos buenas hostias; no tanto por trágico y por dañino (porque también ha sido espléndido), sino porque se me ha pasado volando.
Y porque si antes lo despedía con un grandioso “adiós” entre fiestas y risas, ahora sólo se me ocurre decirle un hasta luego, por si las moscas.
Estúpido impar, ¿qué prisa tenías? ¿Quién coño te esperaba tan urgente?
Porque lo que me jode es eso, esa prisa. La impresión de no tener un segundo mío para poder sentarme a ver qué estoy haciendo, o si lo poco que hago tiene algo de sentido. Porque, tengo la extraña sensación de que ya no quedan sillas, de que llegué tarde. Que uno tiene una sola vida, o por lo menos eso nos mienten y, de un tiempo a esta parte, me atraviesan los años como si huyeran de un jodido incendio.
Y soy yo el que se quema.
Quizá por eso me gusta tanto la ginebra a palo seco y andar descalzo encima de las ascuas.
Publicado el sábado, 31 de diciembre de 2005, a las 11 horas y 33 minutos
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