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EVA AL DESNUDO. -¿Me pone un vaso de agua, por favor?
Era Eva. Yo aún no sabía que era Eva, acababa de entrar en el bar y yo andaba en otras cosas, así que me tuvo que repetir, más alto pero igual de dulce, la pregunta:
-¿Me pone un vaso de agua, por favor?
- Claro que sí, maja –le respondí sonriendo-. Disculpa.
-Gracias, hace tanto calor ahí fuera.
Alcé la vista para mirar tras el cristal del bar, y mascullé un inaudible sí hace, sí.
Se lo puse.
Luego la miré. Había dejado su maletín encima de la barra. Había sacado un abanico con el que airear sus brazos, cubiertos hasta el codo, y sus pechos desnudos detrás de una blusa blanca.
Salí a barrer, y seguí mirándola.
Sentada en el taburete con las piernas cruzadas y la falda discreta hasta la rodilla, me enseñó unos pies diseñados para el sexo.
En el suelo reposaban un par de sandalias de medio tacón.
-¿Disculpe? ¿El baño?
Le señalé la puerta del asqueroso W.C. que llamábamos paradójicamente “aseo”.
Se calzó las sandalias, se levantó, ajustó la cinturilla de la falda, se la alisó como si fuera una Teresiana. Ajustó los puños de la camisa al codo y enderezó el cuello de la misma apartando su cabello moreno hacia un lado, como si en lugar de a mear, fuera a ver al Papa.
Por entonces yo andaba bien con Marta, me excitaba. No tanto por su cuerpo, sino por su entrega. Me ponía a cien saber que cuando llegase a casa, viniera de donde viniera, allí estaría ella, abierta, desnuda, ofreciéndome su sexo como una especie de oportunidad de reconciliarme con el mundo. Marta era una revancha , un “por lo menos” que me bastaba.
Pero Eva, que yo aún no sabía que era Eva, me estaba mirando de una manera especial según iba acercándose al lavabo, y yo me estaba poniendo cachondo, y aquello representaba una oportunidad que debía explorar con urgencia.
¿Quién sabe?
Entonces Marta, el bar, los clientes, mi endemoniada miseria existencial, Cleo pelirroja, se esfumaron por patas de mi pensamiento.
Follármela, me dije. Allí, en el baño. Antes de que salga del bar, Eddi Vansi, vamos, sonríe, que no se diga; quizá hoy es tu día de suerte. Así que, en una especie de pulso conmigo mismo y con la sarcástica sonrisa cómplice de La Bohemia, que ya existía al fondo de la barra, me acerqué a la puerta de los baños.
-Señorita…
Y fue de puta madre. Fue su cintura arqueada para mí; sus manos apoyadas en el lavabo; su cabello negro a mitad de la espalda.
Todo: dejar sus labios prendidos de mi glande, y después agarrar su culo y penetrarla con una facilidad tal que pareció que la sodomía era un plato tan de su gusto que no hacía falta preliminar alguno.
Me corrí echando hostias.
Luego salió, salimos, se terminó su vaso de agua, garabateó su nombre y su teléfono en una servilleta, y salió del bar tan sigilosamente como había entrado.
De esto hace un año y pico, y aún a día de hoy nos seguimos viendo: siempre que yo necesito saber que sigo vivo y siempre que ella necesita entrar al lavabo.
Ayer la vi.
Publicado el lunes, 26 de diciembre de 2005, a las 22 horas y 38 minutos
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