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ATAJOS. Primer semáforo. Cinco más me esperan hasta el curro, estaciones de mi puto vía crucis diario.
Pongo musica. Nada de noticias, nada de malas noticias. Jazz. Miles Davis. Sé que no me oyes, pero qué grande eres, tío. Te lo digo todas las mañanas, en este coche, jodido Miles. La gente sería mas feliz si te escuchara cada día. Tu trompeta me salva de ser un gilipoyas, como el que acaba de tocar el cláxon porque no me pongo en marcha y el semáforo lleva cuatro segundos en verde. Cuatro segundos... Has oído a Miles, jodido idiota?
Que le follen. No pienso enfadarme. Hace una mañana preciosa.
Siguiente semáforo, entonces. Puntualmente.
A mi izquierda un coche gris. El conductor me mira. Le miro. Deja de mirarme. Le miro. Un tipo gris con camisa blanca y corbata azul coge una carpeta del asiento de al lado. Hace como que mira algo, atentamente. Numeros, informes. Le miro. Le saco la lengua. El semáforo se pone en verde.
Baby, won’t you make up your mind…
Otro cigarro. El tráfico con swing es menos tráfico. Los coches que adelanto o me adelantan no hacen sino bailar en su caótica marcha diurna, arrastrados por una prisa que los hace terriblemente mortales.
Me detengo en el tercer semáforo. Miro el escaparate de mi derecha: “Panadería”. Sí. Ella sale puntualmente a colgar el cartel: “Pan recién hecho”. Me gusta cómo se le ciñe el mandil a la cintura. La estruja. La aprieta haciendo salir unos pechos grandes y redondos que deseo. Muchos días esa rubia de bote conforma mi segundo pensamiento erótico, indeclinable invitación para una paja en el w.c. al llegar al curro.
Despistado, me adelanta una rubia al volante de un 207 rojo. Me pierden las rubias al volante de cualquier coche rojo. Me follaría a todas las rubias con tetas grandes en sus putos coches rojos.
Coches rojos... Pienso en Cleo. En el tiempo en el que Cleo me aceleraba el pulso hasta cien. Hasta doscientos. Pienso en Cleo, en su sexo. Pienso cuando Cleo abría sus piernas en el Dyanne seis y dejaba al descubierto su pelo rojo como una llama infernal en la que meterme.
Y me acuerdo en como me excitaba hundirme en ella y morderle los pezones.
Ahora me gustaría follarme a esa rubia del coche rojo y decirle lo puta que es mientras me la está comiendo.
Intento ponerme a su altura. Maniobro. Freno. Acelero. Giro. Freno. Se me escapa. Mierda. Mierda, me digo. Me cago en todo lo que se mueve. Me salto el cuarto semáforo, en ámbar.
Sudo como un cerdo, y sólo son las siete menos cinco de la mañana.
Otro cigarro, y sólo son las siete menos cuatro de la mañana.
El ultimo semáforo está en verde, pero el idiota que conduce el coche de delante parece una tortuga paralítica. Me pego a su puto parachoques trasero. Miro por el espejo retrovisor por si puedo girar a la izquierda y adelantarle. Imposible. El cabrón apura los primeros segundos del semáforo en rojo para saltárselo.
Que te vaya bien, gilipoyas.
El quinto semáforo se pone en verde en cuestión de segundos.
Enfilo la calle.
Aparco en la puerta. Me ajusto la pajarita al cuello y apago la música.
Salgo del coche y, según voy hacia mi curro, me pongo la mejor sonrisa de hijo de puta que tengo.
Publicado el jueves, 8 de diciembre de 2005, a las 18 horas y 07 minutos
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