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PANDORA EN EL CONGO. De Madrid a Burgos, pasando por África y por Londres, y retrociendo noventa años. Un viaje tan fantástico sólo puedes emprenderlo con un libro en la mano, montado en un autobús, pasando hoja tras hoja de Pandora en el Congo a pesar de los volantazos del conductor, de los baches, de los ronquidos del tipo del asiento de atrás y de las llamadas de teléfono de la chica del asiento de delante. Se suceden las páginas y los kilómetros, y lees con ansia, aceleras aunque intuyas que no terminarás la novela antes de llegar a la estación. Te adentras en la selva, enrolado en la misteriosa y feroz expedición de Marcus Garvey y los hermanos Craver, escoltado por Joseph Conrad, Edgar Rice Burroughs y Rudyard Kipling –con ellos también disfrutaste de aventuras inolvidables–; vences tu miedo a lo desconocido luchando contra una raza tan inquietante como peligrosa, y explorando las entrañas de la tierra. Además, rastreas las pesquisas de Thomas Thomson, tan en busca de la verdad como de la literatura, y te dejas seducir por un ser fascinante. Te dejas llevar, en fin, por Albert Sánchez Piñol, y cuando el autobús frena lamentas que el viaje haya terminado. Te dan ganas de no bajarte, de seguir leyendo hasta San Sebastián, o donde haga falta…

Publicado el viernes, 4 de noviembre de 2005, a las 13 horas y 33 minutos

¿QUÉ ES UN BLOG?. El blogonovelista Hernán Casciari, autor del Diario de una mujer gorda, que Plaza & Janés ha editado en un volumen, y de Juan Dámaso, vidente entre otros proyectos (el más interesante quizá sea Orsai), soltó ayer esta provocadora definición en una entrevista digital de elpais.es: «Es un espacio gratuito en Internet en donde puedes escribir mucho sin saber casi nada de informática. Sin embargo, lo utilizan los que saben mucho de informática y casi nada de escribir».

Publicado el sábado, 5 de noviembre de 2005, a las 13 horas y 11 minutos

DIEZ PALABRAS. Ahora que nos aturden palabros interneteros como web, wiki o weblog; siglas tecnológicas como sms, dvd o mp3; fórmulas política y horrorosamente correctas como usuario/as, ciudadanos-y-ciudadanas… Ahora no está de más frenar en seco y pensar que una palabra, además de por su significado, nos puede cautivar por su sonoridad.

Navegando por la Red, podemos recalar en un página donde preguntan: «¿Cuáles son las diez palabras más lindas, más hermosas, más bellas, más sonoras, más evocadoras del castellano o español?»

Dicho sitio, llamado «Diez palabras», cómo no, permite enviar las que más le gustan a uno y leer las elegidas por cerca de 300 personas; la mayoría, internautas desconocidos (por ejemplo, un tal Jesús, de Pontevedra, ofrece esta decena: titiritero, ukelele, kilopondio, alboroto, cacatúa, pírrico, hipocondriaco, tungsteno, antiprotón, arquetipo); aunque también figuran las preferidas por Jorge Luis Borges (sándalo, penumbra, jacarandá, sombra, cristal, hexámetro, ámbar, runa, anhelar, arena), José Donoso (tórtola, garganta, maledicencia, escarpado, portillo, milonga, avatar, correhuela, vertical, alquimia), Antonio Gala (amor, hermandad, esperanza, lealtad, belleza, alegría, libertad, entusiasmo, paz, ojalá), Camilo José Cela (madre, sangre, fuente, simiente, rosa, moza, cielo, vuelo, ave, aire) y José García Nieto (primavera, alacena, relámpago, universo, estandarte, oropéndola, acantilado, rumoroso, burbuja, barlovento).

Ratón en mano, descubriremos que estos escritores participaron en una original iniciativa de «El Mercurio». En 1982, el diario chileno preguntó a 35 escritores cuáles son las palabras españolas más bellas. Las más mencionadas fueron libertad, mar, madre, azul, paz, dios, esperanza, belleza, amor y amistad.

Libertad. Mar. Madre. Azul. Paz. Dios. Esperanza. Belleza. Amor. Amistad.

Publicado el lunes, 7 de noviembre de 2005, a las 15 horas y 52 minutos

UN BILLETE. Estuvo en la biblioteca menos de tres minutos y le sobró tiempo para apagar el teléfono, devolver las tres novelas de la semana pasada, buscar otras tres, esperar su turno y volver a conectar el móvil. Entró en el pasillo A-C y alargó el brazo cuando encontró a Amis, Auster y Aldecoa. Mientras las hojeaba, ya en la calle, encontró un billete de mil pesetas, de los de antes, dentro de una de ellas. Aún no sabe qué hacer con él.

Publicado el jueves, 10 de noviembre de 2005, a las 17 horas y 47 minutos

LA CHISPA. Lo de Francia parece un libro de Saramago. El principio de una novela. El detonante. Una chispa desconcertante.

En «Ensayo sobre la lucidez», a la mayoría de los ciudadanos de una capital les da por votar en blanco. En «La balsa de piedra», una grieta separa la Península Ibérica de Europa. En «Las intermitencias de la muerte», en fin, la última narración del Nobel portugués, recién llegada a las librerías, la dama de la guadaña se toma un respiro. La obra arranca así: «Al día siguiente no murió nadie».

No sé, no me hubiera extrañado que un libro suyo comenzara más o menos con estas palabras: «La noche siguiente ardió un coche».

Tampoco me habría sorprendido que luego ardieran más y más coches, miles de coches, en una ciudad tras otra, que un ministro tragicómico no se cansara de meter la pata, que se impusiera el toque de queda. Ni que mientras tanto entraran en escena los intelectuales, con pajas mentales como éstas: «Es un proceso inédito: un grupo en fusión, casi en sentido sartreano. Y es un grupo en fusión de nuevo estilo, con teléfonos móviles, intercambio de SMS, unidades móviles…» (Bernard-Henri Lévy, filósofo). «¿Han sido estos ataques sistemáticos, planificados y coordinados o espontáneos? No está claro en absoluto» (Walter Laqueur, analista). «Los jóvenes no quieren cambiar las cosas, sino romperlas» (Alain Touraine, sociólogo). «No hay vándalo feliz. El que lo hace es porque está jodido, aunque con ello no quiero justificarlo, sólo tomo nota de ello, o sea, que hay motivos para el descontento» (Bertrand Tavernier, cineasta).

No quedaría mal que la novela incluyera la crónica de una cumbre política internacional. El primer capítulo podría concluir, quizá, con alguna frase demagógica. Por ejemplo, una como ésta de un presidente de Gobierno: «Ante todo, tolerancia cero con la violencia».

Publicado el lunes, 14 de noviembre de 2005, a las 11 horas y 10 minutos

LA CEBOLLA. Cuando despertó, la cebolla todavía estaba allí.

Publicado el martes, 15 de noviembre de 2005, a las 12 horas y 20 minutos

LA CEBOLLA (PRIMERA VERSIÓN, ABRIL 2004). Toda la casa. Y las ropas. Y el pelo. Todo huele a cebolla en esta casa. A cebolla cruda. Y por mi culpa, por mi gran culpa. Por hablar sin pensar en las consecuencias. Callado siempre se corren menos riesgos. Sobre todo cuando te enfrentas a esa santa alianza indestructible e inabordable formada por mi querida contraria y su venerable madre.

Nos tocaba comer en su casa. En fin, se me pasó por la cabeza y lo dije: «Tampoco es para tanto ese catarro, cuando hicimos lo de la cebolla estaba peor». Lo dije, y pensé: «La he cagado». Y no me hizo falta decir más. El resto cualquiera puede imaginarlo: había que volver a hacer «lo de la cebolla». Se quitaban la palabra. Que si el churu iba a pasar una noche espantosa, que si los remedios de toda la vida nunca están de más, que si el pestazo supone un mal menor... Cómo no, les di la razón... porque guardaba un as en la manga. Sólo yo sabía que en casa no quedaban cebollas desde el día de los chipirones.

En fin, salimos del territorio comanche, matamos la tarde paseando, llegamos a casa, nos enrutinamos con el baño, el biberón, el cuarto de hora ese que según el doctor Estivill tenemos que dedicar al «hábito de la afectividad» antes de llevarle a la cuna y, a las nueve y media de la noche, como quien no quiere la cosa, solté: «Bueno, voy a picar la cebolla». (Paréntesis: se supone que dormir con una cebolla fresca recién partida junto a la cama abre las fosas nasales y actúa como un antibiótico casero). Regresé de la cocina poniendo cara de sorpresa. «Qué pena, no tenemos». No sé si me pilló, pero canté victoria. Somos vecinos modernos, incapaces de atravesar el rellano para pedir en casa ajena una cabeza de ajos, un pellizco de sal... o una cebolla.

Pero mi contraria ante todo es una madre. Es la madre. Es como todas las madres. Siempre hará todo lo posible y casi todo lo imposible con tal de evitar sufrimientos a su hijo. Que no pasaba nada, que se daba un paseíto hasta casa de su madre. «Seguro que tiene». En fin... ¿Adivináis quién fue el pringao que tuvo que ir a por cebollas a casa de la suegra?

Publicado el miércoles, 16 de noviembre de 2005, a las 15 horas y 50 minutos

POR FAVOR. «No te vayas, por favor», me dijo mi niño hace un par de semanas, justo después de acostarle, cuando estaba a punto de cruzar el umbral. Llevaba un par de meses durmiendo solo, pero desde aquella noche me quedo con él hasta que se duerme. Me siento, me quito las gafas y espero.

Publicado el viernes, 18 de noviembre de 2005, a las 17 horas y 34 minutos

DE MILLONARIOS A MILEURISTAS. En los tiempos de la peseta y de los cinco duros éramos millonarios. Aunque la hipoteca nos estrangulara, aunque compráramos el coche o la lavadora a plazos, nuestro patrimonio se podía contar en millones de pesetas. Y, quieras que no, los kilitos que habíamos conseguido reunir, casi siempre con más esfuerzo del previsto, provocaban que este valle de lágrimas, sonrisas y sustos que acaba siendo la vida nos pareciera más transitable y seguro…

Pero ahora, ay amigo, ¿quién tiene millones de euros? Casi nadie. Bueno, cuatro afortunados, o cuatrocientos, qué mas da, poca gente: los que siempre fueron y serán millonarios, unos cuantos recién llegados al club, los que pegaban patadas al balón en el Madrid-Barça del sábado y cuatro gatos más.

Ahora, en cambio, somos mileuristas.

Para Carolina Alguacil, la joven que acuñó el término y lo difundió a través de una carta al director publicada en El País este verano, un mileurista es alguien que se ajusta a este perfil: «De 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos. (…) Lleva entonces tres o cuatro años en el circuito laboral, con suerte la mitad cotizados. Y puede considerarse ya un especialista, un ejecutivo; lo malo es que no gana más de mil euros, sin pagas extras, y mejor no te quejes».

Pero esa definición se podría ampliar. A pesar de que puede definir a una tribu urbana o a un sector de la juventud, la palabra mileurista también puede calificar a la mayoría de la población. Si millonario, según la Real Academia, es el que posee un millón, o más, de unidades monetarias, mileurista podría ser quien posee un millar, o más, de euros.

Tras el viaje sin retorno de millonarios a mileuristas, sentimos que nuestro dinero vale menos. Pero aparentamos el mismo lustre.

Publicado el lunes, 21 de noviembre de 2005, a las 11 horas y 45 minutos

GENERACIÓN H. Somos una generación hipotecada.

Publicado el miércoles, 23 de noviembre de 2005, a las 18 horas y 34 minutos

HOGAR. Vuelvo a casa a las diez de la noche. Salí a las ocho de la mañana. Mi niño, dos años y cuatro meses, me recibe con un inolvidable «te quiero mucho, papá».

Publicado el jueves, 24 de noviembre de 2005, a las 23 horas y 48 minutos

EL «AMBIENTE NAVIDEÑO». ¿Cuándo arranca la campaña navideña? Puede que cuando empieza a soplar el calvo de la lotería, o cuando unos amigos se presentan por sorpresa en la finca de Isabel Preysler (por cierto, la primera vez que emitieron ese anuncio me pareció que era antipublicitario, que era tan clasista y grimoso que nadie compraría los bombones esos; pero me equivoqué: año tras año no dejamos de padecerlo) . O tal vez comienza cuando nos topamos con el primer escaparate decorado, cuando nos bombardean con anuncios de juguetes y perfumes, o cuando inundan el súper de adornos y turrones…

No hace falta cargar la escopeta, ni afilar el lápiz, para criticar el estallido comercial que precede a las Navidades. Basta con ver la tele un rato: desde hace un par de semanas ha vuelto el «ambiente navideño» (ojo, una parafernalia que se aprovecha de las fiestas pero que poco o nada tiene que ver con las liturgias y las convicciones religiosas; un ambiente emparentado, según los casos, con el consumismo entrañable, la regalitis aguda o el furor comercial desatado).

Sí, el «ambiente navideño» ha vuelto, a casa vuelve, como los turrones de El Almendro, y cada vez vuelve más pronto: un año de estos, como quien no quiere la cosa, vamos a darnos cuenta de que vuelve en octubre. Ese adelanto no parecerá extraño, al igual que ahora no sorprende que vuelva a mediados de noviembre.

A este paso, nos vamos a encontrar «ambiente navideño» en agosto. Repostaremos en una gasolinera, en plena operación retorno, y nos daremos de morros con un abeto (de plástico) cargado de paquetes (vacíos). Y, antes de que nos demos cuenta, no va a volver porque ni siquiera se va a marchar: se va a atrincherar en la cuesta de enero y no habrá manera de que se vaya.

Aunque, ¿quién nos dice que no vivimos ya todo el año sumergidos en un «ambiente navideño»? Quizá sólo cambian los anuncios, los reclamos.

Publicado el lunes, 28 de noviembre de 2005, a las 12 horas y 25 minutos

RAYMOND CARVER. De «Catedral»: «Hasta el momento se había librado de la desgracia, de aquellas fuerzas cuya existencia conocía y que podían incapacitar o destruir a un hombre si la mala suerte se presentaba o si las cosas se ponían mal de repente».

Publicado el miércoles, 30 de noviembre de 2005, a las 19 horas y 21 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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