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LA CEBOLLA (PRIMERA VERSIÓN, ABRIL 2004). Toda la casa. Y las ropas. Y el pelo. Todo huele a cebolla en esta casa. A cebolla cruda. Y por mi culpa, por mi gran culpa. Por hablar sin pensar en las consecuencias. Callado siempre se corren menos riesgos. Sobre todo cuando te enfrentas a esa santa alianza indestructible e inabordable formada por mi querida contraria y su venerable madre.

Nos tocaba comer en su casa. En fin, se me pasó por la cabeza y lo dije: «Tampoco es para tanto ese catarro, cuando hicimos lo de la cebolla estaba peor». Lo dije, y pensé: «La he cagado». Y no me hizo falta decir más. El resto cualquiera puede imaginarlo: había que volver a hacer «lo de la cebolla». Se quitaban la palabra. Que si el churu iba a pasar una noche espantosa, que si los remedios de toda la vida nunca están de más, que si el pestazo supone un mal menor... Cómo no, les di la razón... porque guardaba un as en la manga. Sólo yo sabía que en casa no quedaban cebollas desde el día de los chipirones.

En fin, salimos del territorio comanche, matamos la tarde paseando, llegamos a casa, nos enrutinamos con el baño, el biberón, el cuarto de hora ese que según el doctor Estivill tenemos que dedicar al «hábito de la afectividad» antes de llevarle a la cuna y, a las nueve y media de la noche, como quien no quiere la cosa, solté: «Bueno, voy a picar la cebolla». (Paréntesis: se supone que dormir con una cebolla fresca recién partida junto a la cama abre las fosas nasales y actúa como un antibiótico casero). Regresé de la cocina poniendo cara de sorpresa. «Qué pena, no tenemos». No sé si me pilló, pero canté victoria. Somos vecinos modernos, incapaces de atravesar el rellano para pedir en casa ajena una cabeza de ajos, un pellizco de sal... o una cebolla.

Pero mi contraria ante todo es una madre. Es la madre. Es como todas las madres. Siempre hará todo lo posible y casi todo lo imposible con tal de evitar sufrimientos a su hijo. Que no pasaba nada, que se daba un paseíto hasta casa de su madre. «Seguro que tiene». En fin... ¿Adivináis quién fue el pringao que tuvo que ir a por cebollas a casa de la suegra?

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Publicado el miércoles, 16 de noviembre de 2005, a las 15 horas y 50 minutos


[1] pasa la vida. Estoy seguro que la vida es mucho más deliciosa, con guindillas, y comentarios jocosos como los tuyos. Un toque de impaciencia, y un puño de acidez mental lo solucionan todo, como se ve en tus textos. Gracias por la bienvenida, ya te había leído, y si, me encanta escribir en un blogs con gente como vosotros.
Miguel
Comentado por castanier | 16/11/2005 19:46
[2] El gusto es nuestro, Miguel (bueno, y de todos los demás que pasen por tu bitácora o tu Taberna de Liria).
Comentado por el mantenido | 17/11/2005 18:49
[3] Eso de pringao. ¿Te sientes verdaderamente un pringao? Creo que no ganas nada afirmándolo.
Comentado por Pedro | 17/11/2005 19:00
[4] Pedro, te has puesto tan serio que no me queda más remedio que darte la razón (es que tampoco gano nada negándolo).
Comentado por el mantenido | 18/11/2005 12:29
[5] Es divertido predecir las pequeñas cosas "molestas" y combatirlas como un inocente super villano ataca la costa este de los Usa. Y como genio del mal tuviste que volver con la carga redentora.
Comentado por Brother | 18/11/2005 13:00






Ilustración de Toño Benavides
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