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DESDE OAK VILLAGE.... Mañana cumplo treinta y cinco años: la mitad de lo que espero me dure la vida. No pido más; menos, me parecería una putada siniestra. Si he de ser sincero, hasta el día de hoy no he hecho una sola cosa de la que deba sentirme orgulloso (quizá aquel partido de futbito, a mis diez años, contra el Santa María del Mar; quizá alguna muestra de afecto o amor absolutamente desinteresados), pero sí he cometido un par de canalladas de las que nunca acabaré de arrepentirme (y aunque podría justificarlas, lo cierto es que causaron mucho daño a personas que quise de veras). Estos mis siete lustros de absoluta vacuidad sobre la tierra se prodrían resumir en una brevísima noticia: Xurxo Chapela. Nació, creció (poco), no se reprodució (la Naturaleza es sabia) y es muy probable, a juzgar por la vida que (lo) lleva, que muera antes de 2075.

Espero nacer mañana otra vez. A ver si vengo con un pan debajo del brazo.

Xurxo Chapela. Segundo nacimiento.

Publicado el viernes, 21 de enero de 2005, a las 18 horas y 16 minutos

CHINAFLAT EXTRAMUROS. O sea, más allá de la gran muralla.

Todo comenzó con la señora Chong. Bueno, todo comenzó hace diez años, cuando una novieta alcalina me salvó de la inanición, día tras día, hasta sumar meses, transportándome hasta un chino cercano a Reina Victoria, en Madrid. Recuerdo que tenía un improvisado escalón de madera a su entrada, un ambiente penumbroso, una leyenda negra acerca de una cucaracha que se habían encontrado unos estudiantes a quienes conocía, lo cual aportaba realismo a la historia, y varios chinos con sonrisa de cadena cien.

No, no hablaban español.

Dejé de entrar en un restaurante de ese tipo (pues sí que fui a chinos con enjundia a flirtear con alguna pata laqueada) hace años, hasta que llegué a Londres y, altibajos económicos, me vi obligado a dejarme caer por los Stables, en Camden Town, donde la oferta gastronómica es inversamente proporcional a su calidad.

Como tenía una amiga japonesa con cara anchísima, planísima y empanada que trabajaba en el puesto de la señora Chong (y gracias a ella nos sacábamos la bandejita de arroz y pollo por dos libras, casi la mitad del precio habitual), terminé aficionándome al chino de marras, guardándole una fidelidad que ya quisiera Espartaco Santoni. Ni muerto.

Entonces, con la intención de narrarles la evolución de mi dieta thamesera, me acerqué al Cyberchino. (un restaurantenete donde me hice fuerte en aquellas iniciáticas jornadas) para enviarles un correo electrónico a mis amigos del continente.

Decía tal que así...

Publicado el viernes, 21 de enero de 2005, a las 16 horas y 32 minutos

CARTA PRIMERA Y RESACOSA. Autumn, IV Months B.C.

Hoy me desperté a las dos de la tarde, me tome dos alka-seltzer y me volví a meter en la cama. Dos horas después, consideré que mi estado era suficientemente cristiano como para poder soportar la cruz de mi resaca.

Pienso, como siempre, en Chape y en su poder antigrasa (con tu inteligencia y mis resacas podríamos llegar muy lejos).

No me arrepiento de no haber ido a clase (de inglés, tres horas todas las mañanas, ni rastro de progresión). Salgo a la calle sin meterle nada al cuerpo.

La resaca de hoy se debe a la cantidad de copas de vino que engullí ayer después de una conferencia de Manuel Rivas (...). No me emborraché, pero debí ingerir una cantidad nada despreciable de tinto (...).

Me fui a uno de mis refugios favoritos, The Lock Tavern, a tomarme un capuccino (sic), a leer The Guardian y a tomar el sol.

La tarde era plomiza, los rayos brillaban por sus ausencias, hoy no habían comprado los periódicos y mi estomago me sugirió una cola, que no tenía gas y sabía poco a coca.

Nunca entenderé porque la cocacola es “buena” para el estomago y para quitar el óxido. Si me como una cuchara oxidada y bebo cocacola, ¿puedo restaurar la cuchara sin joder mi estomago? Increíble (sea cual sea la respuesta).

Nada, que para hacer tiempo (...), me pase por el mercado de Camden y me dejé caer por el puesto de comida china que me hace un precio: dos libras por la experiencia.

"Esta vez, la señora Chong se me acerco al oído, al tiempo que me servía un cerdo mas agrio que dulce, y me dijo, susurrando:

- Ya no nos quedan abuelos.
- Entonces, ¿qué pasara manaña? –le respondí yo, preocupado.
- Empezalemos pol los tíos políticos, que son mas dulos de loel.
- Me lo imagino –asentí–. Con lo tiernos que estaban los abueletes.
- Ya, pelo no nos queda ni un viejo en toda la paloquia.

A todo esto, son animistas.

Encima del arroz depositó los restos del viejo Sr. Chong, que se iba definitivamente, al tiempo que me confeso:

- Algo tendlemos que hacel, polque si no en Hong Kong nos coltan los cojone.

Recordé en ese momento que, con las perras que les había dado en un mes y medio de activa gerontofagia, los Chong se habían comprado un dúplex sobre plano en el Lejano Oriente. Y, viva Dios, pensaban pagarlo letla a letla, aunque la familia se le fuese en ello.

Al primer mordisco, me acorde de Won, carne de relato.

Antes de terminar, me llamó mi madre. Hablamos fluidamente y, cuando se cortó, decidí tirar los restos del Sr. Chong a la papelera.

Entonces me acordé de los chilenos y uruguayos cuyo avión se estrelló en los Andes en el 72, y pensé:

- La gente comiéndose entle ella y yo despleciando al tielno Senhol Chong"
.


Matías Bruñulf desde el Cyberchino, Camden Town. Resaca de letras y blogxploitation.

* Advertencia (por si esto lo leyese algún crío): El texto entrecomillado es ficticio.

Publicado el viernes, 21 de enero de 2005, a las 16 horas y 23 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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