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BACHE. Tengo un problema. Grave. Irresoluble. Quiero dejar de trabajar. Desde ya. Para siempre. No trabajar nunca más. Quiero pasarme el día con mi niño, con mi amor, con mi gente. Viajar. Vivir. Disfrutar. Jugar. Reír. Quiero poder leer y poder escribir todo lo que me apetezca. Quiero vivir en otro mundo. Un mundo sin dinero, sin compromisos.

Bueno, ya me he desahogado. Sigo currando. Empieza otro mes...

Publicado el viernes, 1 de julio de 2005, a las 10 horas y 45 minutos

SOCAVÓN. Tengo otro problema. Pero no lo voy a contar aquí. Esto es una bitácora casi real.

Publicado el domingo, 3 de julio de 2005, a las 17 horas y 33 minutos

ABORTO. No, no sabemos explicarnos, nosotros los hombres. Y cuando lo hacemos, nos explicamos fatal. Tampoco sabemos llorar. Se nos da peor que mal. Nos avergüenza, nos enfurece, nos acojona. Las lágrimas nos desarman.

Hablaba en general, decía «nosotros los hombres», aunque no haya dos iguales, para no hablar de mí. Para no contar que he llorado mientras mi niño se quedaba dormido en nuestra cama, hecho un ovillo en mi regazo. He llorado mansamente, en silencio, sin aspavientos, pegado a mi niño. Cuando se ha girado y ha dejado de acariciar la etiqueta de su osito, me he secado las cuatro lágrimas que he derramado, me he levantado y he preparado el biberón de la merienda. He vuelto al dormitorio, le he contemplado un rato y le he puesto la tetina en la boca. No ha abierto los ojos, pero no ha dejado ni gota. Luego he regresado a la cocina y he llamado a mi colega. Le he dicho que me acababa de enterar, que lo sentía mucho y que dentro de nada empezará a cambiar pañales. He colgado, he merendado y me he puesto a escribir.

No pretendo psicoanalizarme ni hurgar dentro de mis tibias vísceras, tan poco sensibles al dolor ajeno. Tampoco quiero encontrar respuestas que expliquen ese llanto inesperado. Mientras mi niño se quedaba dormido, me he hecho preguntas patéticas, triviales, egoístas. ¿Cómo se llora a un hijo que aún no ha nacido, que aún no tiene rostro, a un hijo que ha subsistido sólo unos meses dentro de ti, que ha sido tuyo, que siempre será tuyo aunque no haya existido para nadie más? ¿Cómo sería mi vida si mi niño hubiera muerto antes de nacer pero cuando ya estaba con nosotros, cuando estábamos ya pendientes de él? ¿Cómo sería mi vida si mi niño muriera hoy, mañana, cualquier día? Debo reconocer que, aunque me ha apenado mucho que mi colega haya perdido a su criatura, no pensaba en nadie más que en mí cuando lloraba. Tengo miedo.

Publicado el martes, 5 de julio de 2005, a las 12 horas y 41 minutos

KAPUSCINSKI. En El Imperio: «Pensé en la terrible inutilidad del sufrimiento. El amor sí deja su obra: las generaciones que vienen al mundo y garantizan la pervivencia de la humanidad. En cambio, ¿el sufrimiento? Una parte tan inmensa, tan dolorosa y la más difícil de la vida humana pasa sin dejar huella. Si se pudiera reunir la energía del sufrimiento que habían dejado aquí millones de personas y convertirla en fuerza creadora, se podría hacer de nuestro planeta un jardín frondoso».

Publicado el sábado, 9 de julio de 2005, a las 13 horas y 29 minutos

HAMBRE. Apenas nos importa, reconozcámoslo, que millones de niños mueran de hambre o de enfermedades que pueden combatirse con medicamentos que cuestan menos que este periódico. 

Según la FAO, el hambre crónica afecta a más de 850 millones de personas, cada año nacen con insuficiencia de peso más de 20 millones de bebés y fallecen más de cinco millones de niños por hambre y malnutrición. Cinco millones.

No te acuerdas de ellos haciendo cola en la pescadería, mientras echas el ojo a unos langostinos, a unas almejas y a unos filetes de halibut, ese pescado que tanto dio que hablar hace unos años, cuando lo llamaban fletán.

No te vienen a la cabeza en la carnicería después de encargar chuletillas de cordero, costillas, careta, chorizo y morcilla para el fin de semana; estás pensando en cómo te vas a lucir con la parrilla.

Luego, en la frutería, sólo estás pendiente de que no se olvide nada: patatas, zanahorias, calabacín, calabaza, un manojo de puerros y unas hojas de acelga para un puré; plátanos, peras, melocotones, cerezas y manzanas para postres y meriendas; y tomates, lechugas, cebollas, un par de aguacates, una docena de huevos, unas latas de espárragos y una barra de pan.

Llegas a casa cansado pero satisfecho. Tienes provisiones para un par de días, como poco, aunque mañana tendrás que pasar por el súper para comprar yogures, galletas, jamón y lo que se tercie. Atacas al corrusco mientras guardas la compra; milagrosamente consigues que quepa todo en el frigorífico y en la despensa. Luego enchufas Canal Cocina. Como no encuentras ningún programa apetitoso, zapeas un rato. Detienes el mando a distancia cuando te topas, en un documental sobre la hambruna, con un niño famélico.

Está desnudo. Cubierto de polvo. Rodeado de moscas y mugre. Cambias de canal cuando te mira a los ojos.

Publicado el lunes, 11 de julio de 2005, a las 21 horas y 06 minutos

FRENO. Necesitas vacaciones. Vives de puta madre, pero necesitas una hamaca, una playa (si es posible, nublada) y unas interminables obras completas en papel biblia.

Publicado el miércoles, 13 de julio de 2005, a las 18 horas y 13 minutos

DESCABELLO. Cinco de la tarde. Salgo de la peluquería y, para atajar y continuar a la sombra, paso entre las mesas de la terraza de una cafetería. Pesco estas palabras que una cuarentona le dice a una señora que quizá sea su madre: «Da igual: la mires por donde la mires, es feísima».

Publicado el viernes, 15 de julio de 2005, a las 18 horas y 09 minutos

THE WALL. Un día cualquiera no sabes qué hora es, ni a qué generación perteneces.

Llegas al casco viejo dispuesto a comerte la noche a bocados, o a cubatas, o a lo que sea, siempre y cuando sea lo mismo que hace cinco, diez, quince años, y te llevas la primera sorpresa cuando encuentras los bares vacíos. Para una noche que puedes volver a tu dulce hogar a las tantas (tu niño no duerme en casa), resulta que aparecéis demasiado pronto a la (supuesta) zona de marcha.

Te resignas. Pides una, otra, y poco a poco el bar se va llenando… Pero la gente que entra no es como tú, qué va. De pronto, te ves mayor, bastante mayor. Casi todos los que te rodean no estaban en este mundo o llevaban pañales cuando madrugabas para ver a Epi, Fernando Martín y compañía en Los Ángeles 84. ¿Dónde estará la gente como yo?, te preguntas. No caes en la cuenta de que casi todos tus colegas estarán empachándose de salsa rosa, narcotizados frente a la tele, o como mucho en el cine, en un restaurante o en otros bares más tranquilos.

En fin, sales de ese antro tan moderno y juvenil, y se te enciende una bombilla. «Ya sé dónde podemos tomar la penúltima», anuncias a tus acompañantes, «vamos a un sitio que está muy bien». En realidad estás diciendo: «Os voy a llevar tomar la última (estás cansado, tanto madrugar no puede ser sano) a un bar donde haya carcamales como nosotros». No muy convencidos, te siguen. Tú, en cambio, rebosas confianza, lideras al grupo. Rodeas la catedral, subes una escaleras, cruzas una callejuela… «Ya vais a ver, este garito sí que mola». Pero justo cuando estás a punto de llegar, cuando sólo faltan dos metros, dos pasos, parar alcanzar el oasis, te topas con una tapia. ¡La calle está cerrada! No te lo puedes creer. Dais la vuelta y dejáis el casco viejo, en busca de otras voces, de otros ámbitos…

Una noche cualquiera te estampas contra un muro.

Publicado el lunes, 18 de julio de 2005, a las 17 horas y 51 minutos

EMULE. Ya estoy emulizado. He tardado no sólo porque soy un ciberpaleto sino también porque no quería engancharme. En fin.

Publicado el jueves, 21 de julio de 2005, a las 18 horas y 04 minutos

¿VACACIONES?. «El 42,1% de los españoles no se irá de vacaciones». Encuentras este titular en la edición internetera de un periódico nacional. Lees la noticia pero se te queda corta. Te vas a Google y tecleas Centro de Investigaciones Sociológicas. En el primer resultado aparece la web www.cis.es. Entras. Arriba a la derecha, en la sección de novedades, encuentras el último «barómetro». Se te abre en otra ventana un documento de 23 páginas.

Han entrevistado a 2.494 personas, que han podido responder a treinta y tantas preguntas. Primero lees que el 50% califica como regular la situación económica general de España. Que el 46.3% cree que dentro de año será igual. Que el 42.5 tilda de regular la situación política nacional. Y que el 49.2% piensa que dentro de doce meses no habrá cambiado. Vaya.

Luego encuentras la cuestión que te interesaba. Uf, el titular era exacto: sin contar los puentes y fines de semana, durante este año el 42.1% no va a disfrutar de vacaciones fuera de su residencia habitual.

Después figuran los motivos por los que la gente no se va de vacaciones. Un 4.1% sostiene que en casa se descansa más. Un 3.7% ya vive en un lugar de veraneo. Un escaso 0.1% alude problemas de alojamiento; Un 13.5% padece problemas de salud (propios o familiares). Un 12.7% aduce problemas de trabajo (propios o familiares). Un 0.9% menciona razones de estudio (propias o familiares). Un 10.8% proclama que no le gusta salir de casa. Un 2.9% expresa otras razones, un 0.2 no sabe y un 0.8 no contesta.

Pero, atención, ¡un 50.3% alega motivos económicos! La mitad. Además, al 90.2% de los que no se van de vacaciones por falta de parné ya les había ocurrido lo mismo otros años.

¿Adónde quieres ir a parar reproduciendo esta encuesta? Pues a ningún sitio. Quizá te quedes en casa este agosto.

Publicado el lunes, 25 de julio de 2005, a las 23 horas y 28 minutos

RAY LORIGA. En El País (Babelia, 29 de mayo de 2004): «John Cheever se levantaba todas las mañanas muy temprano, se ponía un traje de tres piezas, cogía un maletín y llevaba a sus hijos a la parada del autobús en el Upper West Side de Manhattan. Después de despedir a los críos con la mano, volvía a entrar en su edificio, pero en lugar de subir a su piso, bajaba hasta un pequeño cuarto junto a las calderas en el que había puesto una mesita y, sobre ésta, su máquina de escribir. Una vez allí, se quitaba el traje y escribía en calzoncillos, el calor de las calderas así lo exigía, hasta que los niños volvían del colegio. Entonces se vestía de nuevo, agarraba su maletín vacío e iba a la parada del autobús a recogerlos. Día tras día, Cheever fingía tener un empleo y una oficina y una posición que no tenía. Le avergonzaba confesarles a sus hijos que en realidad no era más que un escritor».

Publicado el miércoles, 27 de julio de 2005, a las 16 horas y 39 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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