PUTA QUE O PARIU. He intentado contar, a pesar de ser de letras, las veces que se ha cagado en la puta, pero el número de gotas caídas por parabrisas rectangular y su insistencia coprófilo-lupanera han dado al traste con mis aspiraciones numéricas.
O Chico conduce así, puta que o pariu, y no cambia las atestadísimas carreteras, calles y callejones de São Paulo por su Paraná natal, donde recolectó
café (
Recuerdo de Amsterdam) durante más de tres lustros. Dice que, cuando va a ver a su madre, a los tres o cuatro días no puede más, tanta quietud, apenas un camión cada media hora.
Me gusta el movimiento, comenta, girando a la izquierda y a la derecha el volante, como si no me bastasen los bandazos y requiebros del cara, que, sobre todo, odia a los motoristas o moteros: más que odio, dice, les tiene raiba. Me llevo las manos a la cabeza justo antes de repetirle por enésima vez
prazer (porque la verdad es que copilotar junto a él, acéptese el redunde, es una gozada), aproximo las falanges a la testa, decía, porque le faltó un lacio pelo de chinés para esnafrarnos contra una motocicleta. Si no vuelvo a las Españas sin un riñón, me mato con O Chico, fijo.
En fin, poco importa que hoy tuviese que esperar una hora para que O Chico (pronúnciese O Xico o, para los no gallegos, O Shico) me viniese a recoger. Confundió, asegura, porque servidor es muy descreído, el número 200 por el 800 de la Avenida Equis, y yo creo que de
doisentos a
oitosentos haiche boa diferencia. O Chico, por cierto, es mi taxista de confianza.
Joder, cómo llueve, puta que a pariu.