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ECUACIONES CINEMATOGRÁFICAS (DE PRIMER GRADO). Misterioso asesinato en Manhattan+La maldición del escorpión de jade. Resultado: la última película de Woody Allen se titula Scoop, y me encanta.

Blade Runner+Fahrenheit 451+El jardinero fiel. Resultado: puede que Hijos de los hombres, dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón, no sea la distopía perfecta, pero se le parece mucho.

Wall Street+El turista accidental+French Kiss. Resultado: El buen año, intento de exprimir la improbable vis cómica de Russell Crowe, sólo se salva por un par de gags ocurrentes como islotes en un mar de tópicos. También Ridley Scott duerme de vez en cuando, y últimamente ronca con alarmante frecuencia.

Publicado el lunes, 6 de noviembre de 2006, a las 12 horas y 19 minutos

OTRO DE LOS NUESTROS. Tras tanto andar penando con biografías aeronáuticas y con gángsteres disfrazados con el atrezzo de La edad de la inocencia, Scorsese ha vuelto con Infiltrados al terreno que conoce mejor. Y sus espectadores se lo agradecemos. Infiltrados podría pasar perfectamente por el broche de la trilogía mafiosa iniciada con Uno de los nuestros y continuada con Casino. Poco importa que en apariencia la mirada del realizador se desplace desde las catacumbas gangsteriles a las cloacas de la policía. Todo lo demás permanece intacto: el pulso narrativo que Scorsese ha ido afirmado desde Malas calles, la ambigüedad de su perspectiva moral y hasta la convicción íntima con que imaginamos que ha rodado cada escena.

En este caso, además, el maestro se apoya en un guión sólido, complejo y muy bien desarrollado, en el que apenas asoman algunos cabos sueltos (¿por qué ningún policía conoce la vinculación entre Nicholson y Damon, si todo el barrio podría dar testimonio de la relación paterno-filial establecida entre ambos?). Más allá de algún que otro descuido en una trama urdida por lo general con la precisión de un orfebre, Infiltrados ofrece las mejores pautas musicales que se le pueden pedir a un thriller: atmósfera de jazz, ritmo de rock y tristeza de blues. Y nos recuerda que nadie sabe cerrar las películas como Scorsese, con un puñetazo en los ojos del espectador.

En el apartado interpretativo, el gato al agua se lo acaba llevando un Jack Nicholson tan excesivo y gesticulante como de costumbre, pero dotado de un peculiar carisma en negativo al que no pueden aspirar ni el taimado personaje encarnado por Matt Damon ni un Leonardo di Caprio que por una vez parece preocupado por insuflar algo de alma a su alter ego de ficción. En suma, Infiltrados es una pieza mayor en el haber de quien tiene un puñado de obras maestras en su filmografía. ¿Alguien da más?

Publicado el lunes, 13 de noviembre de 2006, a las 13 horas y 41 minutos

EL AS BAJO LA MANGA (2). Si usted le cuenta el final de El ilusionista a alguien que no haya visto la película, tenga por seguro que acaba de ganarse una enemistad. A ese recurso de desgraciarle al espectador un filme, los anglosajones lo llaman, como me ilustró el compañero Fotocopiado, un spoiler. Y en el cine, a menos que uno sea un Hitchcock (casi siempre) o un Shyamalan (a veces), lo del spoiler no suele ser buena señal. Porque, aunque todo fotograma conduce inevitablemente a un desenlace, en el séptimo arte el fin tampoco justifica los medios. Neil Burger lo sabe, y por eso los medios de El ilusionista no están nada mal: una fotografía con vocación pictórica al estilo de La joven de la perla, una cuidadosa ambientación de época y una sobria interpretación, especialmente en el caso del cínico policía encarnado con su solvencia habitual por Paul Giamatti. El problema, y eso también lo sabe Burger, es que su película funciona porque hay gato encerrado y porque todo se supedita a una trampa de guión que, sin embargo, abunda en cabos sueltos. A fin de cuentas, es decir, al final de los finales, El ilusionista se parece a un truco del mago Edward Norton: un magnífico edificio estético levantado sobre el vacío. ¿Y quién querría tener un palacio en el viento?

Publicado el lunes, 20 de noviembre de 2006, a las 20 horas y 01 minutos

LECCIONES DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA (1). El realismo social inglés ya no es lo que era. Para muestra basta con acercarse a ver La reina, recreación casi documental de la «vida» de la casa real británica durante los días que siguieron a la muerte de Lady Di. El antaño airado Stephen Frears cuenta a su favor con una pulcra ambientación típicamente british, con un acertado retrato de personajes y con la soberbia interpretación de Helen Mirren en la piel y la diadema de la reina Isabel.

Es posible incluso que Frears gane la principal apuesta que arriesga la película. De hecho, la evolución de los personajes lleva al espectador desde la sonrisa (el caricaturesco Blair de los primeros fotogramas) o la antipatía (la actitud distante y fría de la reina madre) hasta la compasión, sin caer por el camino en la tentación de la hagiografía. En tiempos proclives al maniqueísmo cerril, se agradece que alguien se empecine en demostrar que a veces la realidad se disfraza con distintas gamas del gris. Y, sin embargo, esa mirada compasiva, que se vale de resortes teatrales, le hace a uno añorar los tiempos en que Loach, Frears y Leigh (todavía el más indómito de todos) eran menos maduros, menos comprensivos, menos contemporizadores… y estaban un poco más cabreados con el mundo en general y con la Gran Bretaña en particular. Pongamos que hablo de la distancia que media entre Mi hermosa lavandería y La reina.

Publicado el lunes, 27 de noviembre de 2006, a las 12 horas y 53 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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