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EL AS BAJO LA MANGA (2). Si usted le cuenta el final de El ilusionista a alguien que no haya visto la película, tenga por seguro que acaba de ganarse una enemistad. A ese recurso de desgraciarle al espectador un filme, los anglosajones lo llaman, como me ilustró el compañero Fotocopiado, un spoiler. Y en el cine, a menos que uno sea un Hitchcock (casi siempre) o un Shyamalan (a veces), lo del spoiler no suele ser buena señal. Porque, aunque todo fotograma conduce inevitablemente a un desenlace, en el séptimo arte el fin tampoco justifica los medios. Neil Burger lo sabe, y por eso los medios de El ilusionista no están nada mal: una fotografía con vocación pictórica al estilo de La joven de la perla, una cuidadosa ambientación de época y una sobria interpretación, especialmente en el caso del cínico policía encarnado con su solvencia habitual por Paul Giamatti. El problema, y eso también lo sabe Burger, es que su película funciona porque hay gato encerrado y porque todo se supedita a una trampa de guión que, sin embargo, abunda en cabos sueltos. A fin de cuentas, es decir, al final de los finales, El ilusionista se parece a un truco del mago Edward Norton: un magnífico edificio estético levantado sobre el vacío. ¿Y quién querría tener un palacio en el viento?

Publicado el lunes, 20 de noviembre de 2006, a las 20 horas y 01 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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