www.bestiario.com/eddivansi

LA MALA REPUTACIÓN. No sé si he descrito alguna vez mi bar.
Si no lo he hecho, ha sido más por ahorrarme una descripción insulsa que por otra cosa, porque es un bar normal y corriente, tirando a pequeño, con su barra cromada, sus vitrinas, sus banquetas negras, sus estantes con botellas, su plancha, su espejo, unas pocas mesas y sillas, y un camarero con mandil detrás de la barra, con cara de pocos amigos según la hora y el momento.

Por las mañanas, aunque tampoco abro muy pronto, es cuando tengo más gente, por los desayunos y tal; pero luego, ya por la tarde, en mi bar se está tranquilo, sin agobios, y te puedes tomar un algo y ver pasar el tiempo despacito en el jodido reloj.

Entre semana, suelo cerrar cerca de la media noche, aunque casi siempre lo tengo crudo, y me cuesta repatriar a sus hogares a los cuatro jubilados de turno que creen que mi garito es su pensión completa.

Hace un par de noches, sin embargo, el bar se quedó vacío a eso de las once. No tenía ganas de seguir trabajando, pero tampoco de irme a casa ni a ninguna otra parte. Conecté un disco de Baker que tengo para estos casos en los que me apetece que todo sea pausado y dedicar un tiempo a pensar mientras recojo.

Bajé a la mitad la persiana como señal inequívoca de que allí no se servían más cafés ni coñács hasta el día siguiente.
Me encendí un pitillo, me puse un lingotazo y de nuevo la tarea de subir las sillas, limpiar la barra…

-Eddi… Buenas noches... ¿Puedo entrar?

María se asomaba por la puerta contorsionando su cuerpo.

-María… ¡¿Qué horas son estas?! –le pregunté, casi frotándome los ojos- ¡Pues claro que puedes entrar, niña...!

Abrí la persiana… Entró, la volví a entornar…

-¿Qué tal?

-Lo de siempre- dijo, soltando sus apuntes sobre la barra- Eddi, ponme una caña… Joder, estoy cansada hasta decir basta…

-¿Quieres comer algo?

-No, no tengo ganas… ¿Qué hacías?

Y se quitó la chaqueta dejándome ver un jersey negro entallado y unos vaqueros que le hacían una figura de vértigo.

- Ya me ves... Medio cerrando...

-Siéntate conmigo, coño, que no muerdo- me espetó de frente, acercándose peligrosamente como una gata encelada.

-Ya, joder…

Nos servimos unas cañas. Me contó entre sorbos y sonrisas cómplices historias de la facultad, de sus compañeras, de sus compañeros, de sus profesores, de la fotocopiadora, de la cafetería. Yo hacía como que la escuchaba interesado, asentía, carcajeaba, parecía estar al tanto de toda su narración, pero no. Definitivamente no. Mi cabeza estaba entre sus piernas. Lamiéndola despacio. Apartando su melena, surcando su espalda, besando sus tobillos.

-Eddi, ¿me estás escuchando? Estás como ido.

-Es que estás muy buena María, y yo no soy de piedra, joder.

Nos reímos.

Me besó.

Así, sin más; como si lo hubiera hecho siempre.

Me pasó su lengua puntiaguda por los labios y la metió dentro de mi boca.

Yo me hice el fuerte el primer instante, y el segundo me derretí, a qué negarlo.

Zas... Como un zarpazo de un destino lascivo hecho solo para nosotros, tenía a María entre mis piernas, de pie. Sentado yo en la banqueta asiendo su cintura. Besándola. Tocando sus pechos que se me antojaban lo más excitante que había magreado hacía tiempo, y sobando un culo que podría llevarme al jodido cielo.

-Disculpa un segundo, María…

La ocasión requería la persiana cerrada por completo, y que no viniera un gilipollas a joder la noche.

Me esperó de pie, al lado de la banqueta, fumando un cigarrillo con tanta ansia que daba miedo pensar cómo succionaría mi sexo.

Me acerqué decidido a ella. La estreché con tanta fuerza que sentí un quejido… ¿Para qué esperar? Literalmente arranqué el jersey de su cuerpo. Comencé a desabrocharle el pantalón a la par que hacía lo mismo con el mío…

Dejé mi sexo al descubierto y comencé a lamer unos senos que asomaban hinchados por el sujetador…

-Eddi… Eddi…

-Dime María…

-Es que…

-Dime, niña…

Es que era virgen. Me paró suave en mi quehacer para mirarme a los ojos con sus ojos grandes y decírmelo con una voz entre tímida y asustada.

Yo, que he ido tanto de putas que me siento una más entre ellas.

Yo, que he recorrido tantas camas durante estos años que hasta he añorado la mía, que me siento todo lo cabrón que soy, sin más mentiras en el espejo que las que no le cuento ya ni a Marta, me separé de ella para sentarme en la banqueta con mi miembro erecto y sin saber qué hacer.

-Eddi… Yo quiero, de verdad…

Y yo, joder. ¿Cómo no iba a querer ese jodido cuerpo que se me abría como un puñetero tesoro?

Debo de estar haciéndome viejo, pensé; o a lo peor gilipollas, o al final es cierto que con los años la moralidad emerge como un jodido fantasma de las entrañas del inconsciente y me paraliza, me deja como el perdedor que soy pero al descubierto, con todos mis prejuicios y mis miedos y mi cansancio.

-Eres virgen… ¿virgen del todo?- conseguir decirle, más para reasegurarme que esperando su respuesta.

María asintió tapándose un poco y encendiendo un cigarro.

-Quiero hacerlo contigo, Eddi Vansi… De verdad…

Entendí que tenía miedo. Que estaba acojonada hasta los tuétanos. Que esa puta diosa se había bajado del olimpo al saberse arrinconada en el ring del sexo. Cuando ya no había salida y la persiana estaba bajada y yo me la iba a follar…

De pronto esa era la situación, con María era empezar de cero. Era hacer el amor en vez de sexo. Con todos los matices que esto supone. Con todos sus pros y sus contras. Y yo ya estoy de vuelta, joder, y para mí follar ya es otra cosa. Y digo otra cosa, porque follar es follar, con todas las letras. No es un acto de amor, ni contarse lindezas en la cama, ni profesarse estupideces mientras lubricas a la acompañante. No, joder, que yo ya no estoy para eso.

¿Qué coño hacer entonces? ¿Seguir, pararse, mandarla a casa con dos palmaditas y a la cama, follármela como no me había follado a nadie?

-No tienes que hacer nada que no quieras, María… -le dije, mientras alcanzaba mis pantalones en el suelo.

¿Qué otra cosa podía decirle en ese momento?

Pensé si en su facultad no habría una jodida tuna llena de postadolescentes con ganas de meterla y que me ahorraran el trabajo.

-Yo quiero hacerlo contigo. No te creas que no lo he pensado, Eddi. Quiero follar contigo y que seas tú.

Y sí que me la follé, claro; porque la reputación está por encima de las dudas existenciales.

Me la follé sintiéndome una mezcla entre Humbert y un jodido Bukowski en horas altas. Me la follé con la seguridad que ella necesitaba que tuviese. Sin dilación ni dudas, ni escarceos, ni más miramientos de los necesarios.

Y vaya si me folló. Como si se hubiera dedicado toda la vida a ello. Supliendo con cada gemido cualquier atisbo de incomodidad o dolor. Disfrutando del sexo como una experta, intuyendo cómo, por dónde y hacia dónde.

Mucho menos complicado de lo que había pensado a priori porque no le dimos tiempo al tiempo. Porque ella quería y había venido queriendo.

Porque la persiana estaba a la mitad, y eran las once y porque de fondo sonaba el jodido Chet Baker y a las mujeres no hay un dios que las entienda, joder.

Publicado el lunes, 18 de diciembre de 2006, a las 16 horas y 39 minutos

MINUTOS MUSICALES. Sólo soy constante en mi inconstancia, y así me luce el pelo. Pero con la música, como con la bebida, es como si fuera otro hombre, y me preocupo y me informo, y me busco la vida para conseguir tal disco de tal tipo si me han dicho que está de puta madre, o me paso las horas mirando como un gilipollas el e-mule para bajarme la rareza más inencontrable de Boris Vian.

De hecho, de las personas que me rodean me interesa mucho la música que escuchan. También sus lecturas, su corazón, su forma de gesticular o su sintaxis; pero más sus canciones, y casi diría que la música que les gusta también tiene que ver en que me importen.

No llego al punto de retirar el saludo a nadie porque le gusten los jodidos Rammstein, o cualquier baratija de esas que se bailan en las discotecas hasta el culo de vete tú a saber qué; pero sí me da una idea de cómo es una persona según la música que le gusta, y así, hace que me acerque o me aleje más de ella, como si fuera una jodida pista que me condujera siempre a acertar.

Nunca me hubiera casado con Marta si, además de estar borracho cuando consentí el asunto, no estuviera enamorada de Schubert, o no se hubiera interesado con afán maníaco por Miles Davis, o no aborreciera, como yo, el hit parade.

Ismael no sería tan amigo mío si no hubiéramos devorado juntos, cuando éramos jóvenes, la discografía de Dylan, de Lou Reed o de Tom Waits, por poner ejemplos que unen para siempre.

O Cleo no sería mi Cleo si no me hubiese descubierto a Krahe en aquellos años de movida.

Soy así de melómano o de imbécil, que nunca se sabe, y que a mí me da lo mismo, porque disfruto que te cagas.

- Es el disco más triste del mundo –me dijo, en fin, Isabel, allá por el verano, en su piso de Granada, ofreciéndome un cd grabado minutos antes de que nos despidiéramos-. No sé por qué te lo doy pero, joder, Eddi, es que creo que tú también debes oírlo.

Y me lo alcanzó con una cara de interrogación que no supe bien como encajar.

Isabel es una buena amiga, de las pocas mujeres en quien tengo plena confianza. Si no he hablado antes de ella es por mi pereza y mi desmemoria, pero esta jodida mujer es importante en mi vida, por más que nos veamos de cuando en cuando y a veces casi nunca y apenas nos llamemos por teléfono. Nos unen, no sé, ciertas ideas, ciertas dotes artísticas (hace unas acuarelas de puta madre), ciertos desacuerdos, muchas conversaciones etílicas, y la música, claro, la jodida música.

Cogí el cd que me estaba dando, le di las gracias en plan autómata, y me la quedé mirando perplejo.

- Isabel –le dije-. Es el disco más triste que has escuchado nunca... ¿y me lo regalas?

- Ya...

- Así, ¿quién quiere enemigos?

- Es que este cd está hecho para ti.

- Eso... Eso es una prueba de amor, no me jodas... El jodido disco más triste del mundo…

- Se llaman Antony and the Johnsons, y el disco “I am a bird now” –me dijo así de carrerilla-. No sé mucho de ellos. Me lo han pasado hace poco. Son americanos, me parece; y el tal Antony, si es que es él, tiene una voz maravillosa.

El cd se quedó en mi coche medio olvidado durante mucho tiempo, un poco adrede, a qué negarlo. Joder, es que es difícil encontrar el momento adecuado para escuchar un disco con esas credenciales. Ninguno parecía bueno para decirse: “…ahora que estoy así, o asá, y no tengo nada a mano para suicidarme, voy a escuchar el disco más triste del mundo...”

Coño, cualquiera se atreve.

Pero, bendita la hora en que lo hice.

Recuerdo que iba conduciendo. Volvía de no sé dónde por la autovía de Barcelona camino de Madrid.

Iba yo solo y era de noche.

Conduciendo en una recta interminable de pronto me acordé, parecía que era el momento, que ya daba igual si Madrid quedaba cerca o lejos, o que en la próxima curva diera un jodido volantazo que me dejara en vía muerta, puse el cd y sonó esa gente, Antony and the Johnsons...

Y el puto viaje ya fue por otras carreteras, otras compañías y paisajes: los campos de algodón traídos a mi coche, los coros de las iglesias, las aceras de Nueva Orleans, el lamento borracho de los bluesman en sus tugurios de mierda, todo lo que es la jodida esencia de la música negra allí conmigo, en ese disco que me acompañará siempre, y que me dejó al borde de mi acera con la sensación de ser más libre.

Por todos los dioses del puto Olimpo... ¿De dónde había salido esa voz tan antigua? ¿Y qué más da que sea triste?

¿Quién coño dice que no se hace música ahora mismo?

Joder, ¿habéis escuchado esto?

Publicado el domingo, 24 de diciembre de 2006, a las 18 horas y 40 minutos

UNO. Yo no soy un escritor maldito, entre otras cosas porque ni sé lo que eso significa exactamente, ni sé los requisitos que uno debe cumplir para que le adjudiquen esa etiqueta de mierda que, como todas, por otra parte, sólo señala el precio, y no el valor.

Y a día de hoy yo no estoy en venta o, lo que es lo mismo, aún no han acertado con mi puto precio justo.

Yo ni siquiera soy un escritor, porque apenas escribo, porque yo no vivo de esto y me puedo permitir estas licencias. Porque no tengo esa disciplina que tendría que tener, coño.

Yo lo que soy es un vago reconocido, con todas las letras y todo el fracaso que conlleva, y todo su cinismo.

Yo no busco, y a veces ni encuentro. Y tampoco me hace falta.

Y casi siempre me basta con media botella de Tanqueray para que el mundo me importe un carajo, con toda su literatura y su oropel.

Y a veces no tengo bastante con nada y me sueño que soy el mejor escritor del mundo.

Y es entonces cuando me bebo el resto de la botella y me pregunto qué coño estoy haciendo en un puto bar sirviendo cafés y repatriando borrachos, y no escribiendo como un cabrón día y noche, como se supone que lo hacen los grandes, los que ven sus libros en la sección de novedades, y se quedan tan panchos publicando mierda y media una vez al año.

Sí, coño. Soy capaz de hacer lo mismo, me digo, no puede costar tanto.

Y me pregunto qué me impide llegar a la puta cima de este mundejo.

Y la escalada se me antoja como el ascenso al Everest en manga corta.

Y ojalá me encuentre algún bar en el camino.

Publicado el sábado, 30 de diciembre de 2006, a las 20 horas y 32 minutos

Ilustración de Toño Benavides
L M X J V S D
1 2 3
4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17
18 19 20 21 22 23 24
25 26 27 28 29 30 31
  
  





Bitácoras de Bestiario.com:
Afectos Sonoros | Cómo vivir sin caviar | Diario de una tigresa
El mantenido | El ojo en la nuca | Fracasar no es fácil
La cuarta fotocopia | La guindilla | La trinchera cósmica
Letras enredadas | Luces de Babilonia| Mi vida como un chino



© Bestiario.com 2004
bestiario@bestiario.com

Un proyecto de TresTristesTigres