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LA MALA REPUTACIÓN. No sé si he descrito alguna vez mi bar.
Si no lo he hecho, ha sido más por ahorrarme una descripción insulsa que por otra cosa, porque es un bar normal y corriente, tirando a pequeño, con su barra cromada, sus vitrinas, sus banquetas negras, sus estantes con botellas, su plancha, su espejo, unas pocas mesas y sillas, y un camarero con mandil detrás de la barra, con cara de pocos amigos según la hora y el momento.
Por las mañanas, aunque tampoco abro muy pronto, es cuando tengo más gente, por los desayunos y tal; pero luego, ya por la tarde, en mi bar se está tranquilo, sin agobios, y te puedes tomar un algo y ver pasar el tiempo despacito en el jodido reloj.
Entre semana, suelo cerrar cerca de la media noche, aunque casi siempre lo tengo crudo, y me cuesta repatriar a sus hogares a los cuatro jubilados de turno que creen que mi garito es su pensión completa.
Hace un par de noches, sin embargo, el bar se quedó vacío a eso de las once. No tenía ganas de seguir trabajando, pero tampoco de irme a casa ni a ninguna otra parte. Conecté un disco de Baker que tengo para estos casos en los que me apetece que todo sea pausado y dedicar un tiempo a pensar mientras recojo.
Bajé a la mitad la persiana como señal inequívoca de que allí no se servían más cafés ni coñács hasta el día siguiente.
Me encendí un pitillo, me puse un lingotazo y de nuevo la tarea de subir las sillas, limpiar la barra…
-Eddi… Buenas noches... ¿Puedo entrar?
María se asomaba por la puerta contorsionando su cuerpo.
-María… ¡¿Qué horas son estas?! –le pregunté, casi frotándome los ojos- ¡Pues claro que puedes entrar, niña...!
Abrí la persiana… Entró, la volví a entornar…
-¿Qué tal?
-Lo de siempre- dijo, soltando sus apuntes sobre la barra- Eddi, ponme una caña… Joder, estoy cansada hasta decir basta…
-¿Quieres comer algo?
-No, no tengo ganas… ¿Qué hacías?
Y se quitó la chaqueta dejándome ver un jersey negro entallado y unos vaqueros que le hacían una figura de vértigo.
- Ya me ves... Medio cerrando...
-Siéntate conmigo, coño, que no muerdo- me espetó de frente, acercándose peligrosamente como una gata encelada.
-Ya, joder…
Nos servimos unas cañas. Me contó entre sorbos y sonrisas cómplices historias de la facultad, de sus compañeras, de sus compañeros, de sus profesores, de la fotocopiadora, de la cafetería. Yo hacía como que la escuchaba interesado, asentía, carcajeaba, parecía estar al tanto de toda su narración, pero no. Definitivamente no. Mi cabeza estaba entre sus piernas. Lamiéndola despacio. Apartando su melena, surcando su espalda, besando sus tobillos.
-Eddi, ¿me estás escuchando? Estás como ido.
-Es que estás muy buena María, y yo no soy de piedra, joder.
Nos reímos.
Me besó.
Así, sin más; como si lo hubiera hecho siempre.
Me pasó su lengua puntiaguda por los labios y la metió dentro de mi boca.
Yo me hice el fuerte el primer instante, y el segundo me derretí, a qué negarlo.
Zas... Como un zarpazo de un destino lascivo hecho solo para nosotros, tenía a María entre mis piernas, de pie. Sentado yo en la banqueta asiendo su cintura. Besándola. Tocando sus pechos que se me antojaban lo más excitante que había magreado hacía tiempo, y sobando un culo que podría llevarme al jodido cielo.
-Disculpa un segundo, María…
La ocasión requería la persiana cerrada por completo, y que no viniera un gilipollas a joder la noche.
Me esperó de pie, al lado de la banqueta, fumando un cigarrillo con tanta ansia que daba miedo pensar cómo succionaría mi sexo.
Me acerqué decidido a ella. La estreché con tanta fuerza que sentí un quejido… ¿Para qué esperar? Literalmente arranqué el jersey de su cuerpo. Comencé a desabrocharle el pantalón a la par que hacía lo mismo con el mío…
Dejé mi sexo al descubierto y comencé a lamer unos senos que asomaban hinchados por el sujetador…
-Eddi… Eddi…
-Dime María…
-Es que…
-Dime, niña…
Es que era virgen. Me paró suave en mi quehacer para mirarme a los ojos con sus ojos grandes y decírmelo con una voz entre tímida y asustada.
Yo, que he ido tanto de putas que me siento una más entre ellas.
Yo, que he recorrido tantas camas durante estos años que hasta he añorado la mía, que me siento todo lo cabrón que soy, sin más mentiras en el espejo que las que no le cuento ya ni a Marta, me separé de ella para sentarme en la banqueta con mi miembro erecto y sin saber qué hacer.
-Eddi… Yo quiero, de verdad…
Y yo, joder. ¿Cómo no iba a querer ese jodido cuerpo que se me abría como un puñetero tesoro?
Debo de estar haciéndome viejo, pensé; o a lo peor gilipollas, o al final es cierto que con los años la moralidad emerge como un jodido fantasma de las entrañas del inconsciente y me paraliza, me deja como el perdedor que soy pero al descubierto, con todos mis prejuicios y mis miedos y mi cansancio.
-Eres virgen… ¿virgen del todo?- conseguir decirle, más para reasegurarme que esperando su respuesta.
María asintió tapándose un poco y encendiendo un cigarro.
-Quiero hacerlo contigo, Eddi Vansi… De verdad…
Entendí que tenía miedo. Que estaba acojonada hasta los tuétanos. Que esa puta diosa se había bajado del olimpo al saberse arrinconada en el ring del sexo. Cuando ya no había salida y la persiana estaba bajada y yo me la iba a follar…
De pronto esa era la situación, con María era empezar de cero. Era hacer el amor en vez de sexo. Con todos los matices que esto supone. Con todos sus pros y sus contras. Y yo ya estoy de vuelta, joder, y para mí follar ya es otra cosa. Y digo otra cosa, porque follar es follar, con todas las letras. No es un acto de amor, ni contarse lindezas en la cama, ni profesarse estupideces mientras lubricas a la acompañante. No, joder, que yo ya no estoy para eso.
¿Qué coño hacer entonces? ¿Seguir, pararse, mandarla a casa con dos palmaditas y a la cama, follármela como no me había follado a nadie?
-No tienes que hacer nada que no quieras, María… -le dije, mientras alcanzaba mis pantalones en el suelo.
¿Qué otra cosa podía decirle en ese momento?
Pensé si en su facultad no habría una jodida tuna llena de postadolescentes con ganas de meterla y que me ahorraran el trabajo.
-Yo quiero hacerlo contigo. No te creas que no lo he pensado, Eddi. Quiero follar contigo y que seas tú.
Y sí que me la follé, claro; porque la reputación está por encima de las dudas existenciales.
Me la follé sintiéndome una mezcla entre Humbert y un jodido Bukowski en horas altas. Me la follé con la seguridad que ella necesitaba que tuviese. Sin dilación ni dudas, ni escarceos, ni más miramientos de los necesarios.
Y vaya si me folló. Como si se hubiera dedicado toda la vida a ello. Supliendo con cada gemido cualquier atisbo de incomodidad o dolor. Disfrutando del sexo como una experta, intuyendo cómo, por dónde y hacia dónde.
Mucho menos complicado de lo que había pensado a priori porque no le dimos tiempo al tiempo. Porque ella quería y había venido queriendo.
Porque la persiana estaba a la mitad, y eran las once y porque de fondo sonaba el jodido Chet Baker y a las mujeres no hay un dios que las entienda, joder.
Publicado el lunes, 18 de diciembre de 2006, a las 16 horas y 39 minutos
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