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LA CULPA FUE DE PINK FLOYD. El fenómeno de mi blog comienza a asustarme, la verdad, y no sé si podré manejar el asunto si, como parece, va en aumento y acaba traspasando fronteras y universos todos.

De momento, no. De momento esto acaba de empezar, apenas llevo cuarenta textos subidos, y mi resonancia se circunscribe a mis conocidos, al pequeño círculo de mi bar y la acera de su calle, a sus cotidianos clientes que no se creen que escribo un blog en la mejor página del mundo, y que miran incrédulos unas tarjetitas de publicidad que me he currado, y que he dejado en algún servilletero del bar, por si alguien quiere.

De momento mi fama sólo son e-mails que no dejan de llegarme y presiones para que revele el sitio donde curro; pero yo, que me ahogo en un vaso tras otro de ginebra, yo que voy de mí a mis asuntos sin que me importe un carajo como gire el mundo, a estas alturas tan pequeñas de mi fama, ya me siento como un jodido Beatle huyendo de las hordas de admiradoras fanáticas que te asedian y te espían, y se infartan si les guiñas un ojo o te las llevas al catre.

Porque menuda mierda es eso de adorar a un ídolo que no es sino un hombre lleno de defectos. Nunca he entendido esa pasión desaforada, ese creer en alguien ciegamente, que por muy de puta madre que me parezcan Miles Davis, o Bukowski o Martín Luther King, nunca les daría la clave de mi tarjeta de crédito, ni mi esfuerzo, ni la llave de mi alma. Que les follen. Que una cosa es admirar a quien destaca o deslumbra, y otra caer por el precipicio de los idiotas. Que lo que importa es que la jodida luz esté encendida, no quién coño la enciende. Que luego pasa lo que pasa, y te pega tres tiros un gilipoyas que se siente defraudado porque haces lo que te da la gana, como si fueras suyo y tuvieras que rendirle no sé qué cuentas.

Y yo no quiero cuentas con nadie; tengo bastante con las mías pendientes.

El otro día, sin ir más lejos, entró un tipo al bar, con la mirada curiosa de un turista y, sin pedir nada, se acercó a la barra y me preguntó que si yo era Eddi Vansi, joder, quién voy a ser si no, maldita la gracia.

- No, no conozco a nadie con ese nombre –le contesté-. ¿Qué te pongo?

- No, nada...

Mí anonimato es un jodido lujo del que no quiero desprenderme, y menos, como es el caso, sin cobrar un duro, de modo que seguí con mis asuntos, sequé vasos, pasé la bayeta, me hice el despistado o el sordo.

El hombre estaba a punto de salir por la puerta, cuando Susana la Bohemia, con la discreción de la que habitualmente hace gala, a todo pulmón y sin cortarse un pelo, gritó desde su esquina de la barra:

- ¡Ponme otro orujo, Eddi Vansi!

- No me joda, Susana...; no me joda...

Y, claro, el tipo se dio la vuelta, miró a la Bohemia, me miró a mí, sonrió y con paso firme se acercó de nuevo a la barra.

- Que sea un tercio, Eddi Vansi.

Y fue un tercio.

Y hablamos.

Me dijo que estudiaba Bellas Artes, y que nunca pensó que me encontraría. Que qué jodida suerte la suya. Que qué puta casualidad, pensé yo. Que era el sexto bar en el que entraba esa mañana de sábado. El cuarto tercio. Que me había escrito un e-mail y que se había cansado de esperar mi respuesta.

- No recuerdo ese mail, ni tu nombre, ni tengo por costumbre contestar los correos de nadie –le dije-. Lo siento, no me lo tomes a mal. Me volvería gilipollas si tuviera que dar a cada cual lo que me pide. Me moriría, si tuviera que satisfacer a tantas mujeres... Lo entiendes, ¿no?

Reímos. Dimos sendos tragos a nuestros elixires.

- No tiene importancia Eddi Vansi, tranqui –me dijo-. No era nada urgente. Estaba en casa fumado, y me dio el punto de escribirte… La culpa fue de Pink Floyd, ya sabes…

- Imagino, sí… Pues… Dime…

- Nada, que me gusta Bestiario.

- A mí también me gusta.

- Y que te leo. A ti, y a la Tigresa.

- Yo también me leo, no me quedan más cojones. Y a la Tigresa, a veces.

El hombre se rió a carcajadas, más por el número de tercios que llevaba encima que por la gracia inexistente de mi discurso. Lo cierto es que entre los dos se había creado una complicidad alcohólica, un buen rollo que representaba lo que debería ser el encuentro entre el autor y el lector, así, de tú a tú. Aquella escena me recordaba a otras parecidas que viví de joven. La novedad era que, en esta ocasión, estábamos bebiendo y yo era el autor de marras. Hay que joderse...

- Ponme otro tercio, ¿sí?.

Y le puse otro tercio.

Para mí, un lingotazo de ginebra con hielo.

La Bohemia nos miraba desde su ángulo muerto con la misma cara de interés de quién realiza la autopsia a un besugo.

- ¿Qué fue de mi orujo? –gritó de nuevo- ¿Quién te iba a decir a ti, jodido Eddi Vansi, que vendrían tus fans a dorarte la píldora? Espérate a que te conozcan, que como poco, se darán al orujo tanto o más que yo…

Tenía razón la vieja, qué coño, pero hice oídos sordos porque a nadie le amarga un dulce y ese instante de gloria era mío, joder, ese tipo había estado buscando a Eddi Vansi, a mí, coño, y eso da un punto que te cagas.

Seguimos hablando de esto y de aquello sin atender a la Bohemia.

- ¿Y qué querías?

- Te preguntaba si sabías qué puedo hacer para escribir en tu página, porque yo también escribo. Si el número de bitácoras es cedido a partir de algún enchufe, de tus propios méritos, o de haberse ganado una vida respetable y envidiada digna de contarse...

- No tengo ni puta idea, la verdad. Ni sé siquiera qué coño de ventolera les dio cuando decidieron que yo también podía escribir aquí. No conozco a los responsables del Bestiario. No es mi página. Ni mando, ni pinto nada. Poco puedo ayudarte, chico.

- Lo supuse... –me dijo- No te preocupes, Eddi Vansi. No es poco que me hayas atendido. Era demasiado bonito que además tú me abrieras la puerta del Bestiario...

- Inténtalo con otro, amigo. Supongo que yo estoy ahí porque tiene que haber de todo.

- Igual te mando algún texto mío...

- Estupendo.

- ¿Qué se debe?

- Nada, majo. Qué menos que invitarte, joder...

Sentí pena cuando le vi salir por la puerta. Bueno, no exactamente pena. Sentí, más bien, desánimo. Sentí de nuevo lo difícil que le resulta a un escritor abrirse paso en esta puta jungla de autores consagrados. Las innumerables puertas a las que uno tiene que llamar, y los innumerables portazos que te llevas. Y el regresar a casa con todos tus textos debajo del brazo maldiciendo.

Que a mí me pasó lo mismo, y que me seguirá pasando; pero que uno nunca debe rendirse si cree en sí mismo.

- Joder, Eddi Vansi –dijo la Bohemia, sacándome de mis casillas y mis pensamientos-, ¿vas a ponerme el orujo de una puta vez, o tengo que joderte con un chantaje del tipo: “pienso decirle a todo el mundo dónde está tu bar”?

- Ni se le ocurra, Susana....

- Imagina si, de pronto, todo el mundo supiera el lugar en el que Eddi Vansi ve pasar sus horas...

- Y una mierda.

- Entonces este orujo, como poco, va de gratis, ¿no?...

Y es que la fama tiene estas esclavitudes.

Publicado el lunes, 26 de junio de 2006, a las 23 horas y 37 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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