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EL HUMO DE LAS MUSAS. Dejé de escribir, la primera vez, por cansancio. Por huir de ese jodido run-run que me sonaba cada vez que me ocurría algo interesante, transformándose en algo obsesivo; ese ver en todo lo que vives materia de escritura, de decirte a cada instante: esto tienes que escribirlo, Eddi Vansi.
Dejé de escribir, luego, en la Facultad; aunque sí se me escapó algún verso a las mujeres y la noche, a las musas y a Cleo.
Dejé de escribir, por tercera vez, en el momento en el que firmé mi particular contrato de cotidianidad, sin leer siquiera la letra pequeña: Marta, y ese todavía que me martilleaba los oídos, las ideas, las necesidades y los anhelos.
Y volví a escribir no hace tanto para renovar mi sentido nocturno, beber con más motivos que excusas, y darle un golpe bajo a la rutina, que me ganaba la partida, y como una lluvia pertinaz mojaba ya todos mis putos trajes.
Llevaba mucho tiempo, no sólo sin rumbo, sino como dormido, sumido en un letargo en el que iba de casa al trabajo, del trabajo al puticlub y del puticlub a casa. Ésa era mi vida, por más que de tanto repetirse oliera a muerto.
Decidí retomar la escritura para meter una patada a todo eso, como una forma más de agarrarme a un clavo ardiendo y gritar y sentirme vivo, y rescatar de nuevo en un papel siquiera diez minutos de mis días; lo importante, lo que me importa, lo que me invento o no me invento; los restos de mi puto naufragio que llegan a la orilla.
Tampoco es que el cambio haya sido bestial pero, qué cojones: volver a darle una oportunidad a toda esta mierda catárticamente estudiada, es volver a reinventarme a mí mismo.
En fin, sólo una cosa no cambia: sigo fumando.
Publicado el jueves, 19 de enero de 2006, a las 23 horas y 30 minutos
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