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PRONUNCIAMIENTO. Susana La Bohemia ha aparecido esta mañana en el bar con cara de susto. No es que de costumbre tenga una cara que tranquilice, pero esta mañana ha venido desencajada, no sé, distinta, aunque ha pedido su orujo de siempre y se ha sentado en su banqueta diaria.
- ¿Qué le ocurre, Susana? –le pregunto-. Lleva días sin aparecer por aquí...
- ¿Que qué me ocurre? –repite-. ¿Que qué me ocurre, Eddi Vansi?
Me mira enfadada, incrédula. Se echa su orujo entre pecho y espalda, hace un leve gesto como de angustia. Me mira otra vez con los ojos vidriosos, me traspasa con sus ojos ancianos a punto del abismo, con un punto de pánico.
- No se sulfure –le digo-. A ver si vamos a empezar el año en urgencias –y me dispongo a escuchar su retahíla política tan frecuente en su discurso cotidiano.
- Ya están aquí los fascistas, Eddi Vansi. Otra vez. ¿Lo oíste? ¿Oíste al militar? Así empezó lo del 36, lo mismito, Eddi Vansi. Como quien no quiere la cosa.
- No será para tanto, Susana. No exagere.
- ¡Que no exagere! ¡Si esto huele a Franco que apesta! Que digo a Franco: ¡A guer...
- ¿Otro orujo, Susana? –La interrumpo, antes de que me ahuyente a la escasa clientela; aunque hablar de guerras en los tiempos que corren no es nada fuera de lo común.
- Pónmelo, sí –me responde resignada-. Y apúntamelo en la cuenta de este año.
- Ignoraba que hubiera saldado la del año pasado... ¿Cuándo fue?
- Qué más da, Eddi Vansi. No sé cómo puedes estar tan tranquilo, pensando en esas cosas. Yo no he salido de casa desde que escuché en la radio al militar ese diciendo que iba a llevar los tanques a Cataluña... ¡Casi me da algo!
- Pero, ¿tanto miedo tiene?
- Pues claro, hijo mío –jamás me ha llamado hijo mío-. ¡Ay, qué sabrás tú de esos cabrones!
Acaba el orujo. Se seca los labios. Me mira con tristeza. Continúa.
- No sabes nada, nada. Viviste la última etapa franquista como una forma light de dictadura, eras un crío; no puedes comprender el horror de una guerra civil, ni lo que cuesta tragarse cuarenta años de dientes apretados, ni el miedo que salta como un resorte cuando ves a un militar que te recuerda todo aquello. Si hubieras vivido diez minutos bajo sus botas entenderías lo que siento, Eddi Vansi. Diez jodidos minutos, y estarías rompiendo tus papeles de anarquista y tirando de la cadena del water a cada segundo, muerto de miedo.
Y tiene razón, qué coño, me digo. Que no sé nada. Que quién sabe. Que entiendo sus temores. Que la entiendo. Que algo tan estúpido para mí como un general senil diciendo paparruchas, para ella suponía un retroceso muy duro en el tiempo.
- Pero ya ve que no ha pasado nada –le contesto, quitándole hierro al asunto-. Todo está en orden. Quédese tranquila. Mire cómo la gente va de compras, lee el Marca, se toma sus cafés, entra y sale. Es imparable –y pongo cara como de que ignoro que, justo antes del Golpe del Caudillo, la gente también iba de compras, leía la prensa, tomaba sus cafés y entraba y salía como siempre-. Usted a lo suyo, Susana, y cada uno a lo nuestro. Aquí el golpe de Estado se hace contra el Corte Inglés, que es el que manda, y si no, la vida sigue.
Me sonríe. Toma su vaso intentado descubrir en su fondo alguna respuesta.
- No sé qué decirte –me dice-. Pon la tele a ver si dan el parte, por favor. Y ponme otro orujo, joder.
Y seguimos la mañana: Susana más repuesta de la intentona golpista conforme se iba sintiendo más borracha, y yo recordando una vez y otra y otra, aquella tira de Quino en la que Mafalda reía con todas sus ganas durante tres viñetas, tras leer la definición de “Democracia”.
Publicado el jueves, 12 de enero de 2006, a las 23 horas y 37 minutos
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