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LA GESTA. El tipo no tiene otra cosa que hacer, y nada durante veintitantas horas, ciento y pico kilómetros de mar, de día y de noche. Durante la travesía le pican las medusas en la cara, se le inutiliza un brazo, tiene hipotermia, y sólo le falta nadar con las orejas para parecer un chiste malo.

Llega a la orilla de esta guisa tragicómica, como un ulises de poca monta; una orilla atestada de gente entusiasmada que le recibe con aplausos y vítores, y un equipo de médicos y enfermeros que le recogen del agua como si fuera un pez muerto. Le suben a una camilla, le introducen en una ambulancia, y salen echando hostias hacia el hospital, donde queda ingresado.

Y sale en la jodida tele del salón de mi casa, con su récord inútil y echo un guiñapo, contento con su mal rato gratuito. “Ha conseguido una proeza”, dice una locutora muy agradable, morena, con el pelo cortito y como despeinado y una boca que me encantaría follarme en plan salvaje.

- ¿No te parece absurdo lo que ha hecho este tipo? –le pregunto a Marta, que anda de un lado a otro de la casa, arreglándose para salir a comer en no sé qué sitio, con no sé qué amiga recién divorciada que está pasando por malos momentos-. La gente está para que la encierren, no me jodas.

- ¡¿El qué?! –me contesta, entrando en el salón, poniéndose el abrigo y buscando el bolso.

- Un tío, que ha estado a punto de palmarla por batir una mierda de récord que no le importa a nadie. ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo se puede ser tan gilipoyas?

Encuentra su bolso colgado en el respaldo de una silla. Se lo coloca en el hombro izquierdo y se queda de pie, mirándome como si me acabara de descubrir. Me sonríe.

- ¿Y tú?

- Yo, ¿qué?

- Tú te beberías el mar si fuera ginebra, Eddi Vansi. Es igual de ridículo. Cada uno se ahoga como quiere, ¿no crees?

Y añadió, desde la puerta:

- En el frigo hay una olla con espaguettis.

- Oído, cocina.

- Por cierto, que con las prisas se me olvidó comprar el vino...

Salió de casa, tirándome un beso con el mismo gesto dulce que hace tiempo quise.

Y yo me quedé allí, mirando al nadador y pensando que, qué coño, por lo menos el traje de neopreno le queda de puta madre.

Publicado el lunes, 9 de enero de 2006, a las 23 horas y 17 minutos

LOS BORRACHOS. Se me fue el año cuando estaba de espaldas a la puerta, en el último bar que estuve, junto a tres tipos solitarios, acodados en la barra y mirando nuestros vasos al trasluz, metidos en nosotros mismos y mareados ya de tanto neón y tanta música y tanta navidad de mierda, y las copas a veinte pavos porque es Nochevieja y tienen que hacer su puto agosto a costa de imbéciles borrachos como yo, que las pagamos. Mirando cómo veinteañeros se tragaban de todo y observaban nuestra presencia como una especie de aparición mariana.

Se me fue el año allí, sin despedirse, como si fuera un tres de marzo o un cualquiera, y me dejó sentado como siempre de espaldas a la puerta, en un bar a las tantas de la mañana, acodado en la barra, metido en mí mismo borracho pidiendo más, sin importarme un carajo que la ginebra supiera a fairy, o que la rubia del vestido de tirantes me enseñara un pezón bañado de purpurina a cada uno de sus bailes.

Pedí otra copa, como podía haber pedido una guillotina, o cianuro light. La cuestión era pedir. Que no quedase. A esas alturas de la madrugada estaba convencido de que no podría llegar a un antro peor del que estaba.

Me dio el punto y brindé por mí y por mis tres compañeros de barra, por Miles Davis, por Chet Baker, por Cleo, puede que hasta brindara por ti; pero nadie me hizo caso alguno. Sólo la rubia del pezón dorado dejó su frenesí un momento para levantar su vaso.

Con el ímpetu se me cayó la copa, que se estrelló en el suelo.

El camarero, un tipo enorme que en otra vida pudo ser asesino en serie, se negó a reponérmela, ni siquiera pagando.

Que me vaya, me dice. Que te vayas, tío. Que ya estás muy borracho, como si esa noche tuviese importancia una copa de más o de menos.

-Soy Eddi Vansi y estoy borracho, sí- le digo.

Me pongo borde.

Me enciendo un pitillo sin mirar si es, o no, zona de fumadores.

Me suelta una hostia guapa, así, de pronto y, aunque no me duele, sí consigue desplazarme hasta la puerta, como invitándome a salir.

Por si tuviera aún alguna duda de quién manda en el bar, el tipo ese de mierda salta la barra y me saca de dos patadas a la puta calle.

¡Feliz año!, me dice en un tono cuando menos irónico.

Hijo de puta, le dije, demasiado tarde.

Y cerró la puerta.

Y aterricé en la acera.

Después debí levantarme, andar, dar tumbos, caerme; debí deambular por Madrid como un indigente, aunque no lo recuerdo; y conseguí llegar a casa a mediodía, sin otra brújula que unas ganas enormes de dormir.

Mi último recuerdo lúcido fue Marta engullendo una bolsa de magdalenas al son de la Marcha Radetzky.

Publicado el lunes, 2 de enero de 2006, a las 23 horas y 13 minutos

LA HOGUERA. A este año que termina me gustaría cogerle por banda de noche, en un callejón sin salida, sin ventanas ni testigos, de esos callejones con las farolas fundidas patrimonio de los gatos y los yonkis y los graffitis, que huelen a ajustes de cuentas y a meados y a huídas imposibles.

Me gustaría tenerle ahí, acorralado y de rodillas, para decirle cuatro cosas bien dichas y darle dos buenas hostias; no tanto por trágico y por dañino (porque también ha sido espléndido), sino porque se me ha pasado volando.

Y porque si antes lo despedía con un grandioso “adiós” entre fiestas y risas, ahora sólo se me ocurre decirle un hasta luego, por si las moscas.

Estúpido impar, ¿qué prisa tenías? ¿Quién coño te esperaba tan urgente?

Porque lo que me jode es eso, esa prisa. La impresión de no tener un segundo mío para poder sentarme a ver qué estoy haciendo, o si lo poco que hago tiene algo de sentido. Porque, tengo la extraña sensación de que ya no quedan sillas, de que llegué tarde. Que uno tiene una sola vida, o por lo menos eso nos mienten y, de un tiempo a esta parte, me atraviesan los años como si huyeran de un jodido incendio.

Y soy yo el que se quema.

Quizá por eso me gusta tanto la ginebra a palo seco y andar descalzo encima de las ascuas.

Publicado el sábado, 31 de diciembre de 2005, a las 11 horas y 33 minutos

EVA AL DESNUDO. -¿Me pone un vaso de agua, por favor?

Era Eva. Yo aún no sabía que era Eva, acababa de entrar en el bar y yo andaba en otras cosas, así que me tuvo que repetir, más alto pero igual de dulce, la pregunta:

-¿Me pone un vaso de agua, por favor?

- Claro que sí, maja –le respondí sonriendo-. Disculpa.

-Gracias, hace tanto calor ahí fuera.

Alcé la vista para mirar tras el cristal del bar, y mascullé un inaudible sí hace, sí.

Se lo puse.

Luego la miré. Había dejado su maletín encima de la barra. Había sacado un abanico con el que airear sus brazos, cubiertos hasta el codo, y sus pechos desnudos detrás de una blusa blanca.

Salí a barrer, y seguí mirándola.

Sentada en el taburete con las piernas cruzadas y la falda discreta hasta la rodilla, me enseñó unos pies diseñados para el sexo.

En el suelo reposaban un par de sandalias de medio tacón.

-¿Disculpe? ¿El baño?

Le señalé la puerta del asqueroso W.C. que llamábamos paradójicamente “aseo”.

Se calzó las sandalias, se levantó, ajustó la cinturilla de la falda, se la alisó como si fuera una Teresiana. Ajustó los puños de la camisa al codo y enderezó el cuello de la misma apartando su cabello moreno hacia un lado, como si en lugar de a mear, fuera a ver al Papa.

Por entonces yo andaba bien con Marta, me excitaba. No tanto por su cuerpo, sino por su entrega. Me ponía a cien saber que cuando llegase a casa, viniera de donde viniera, allí estaría ella, abierta, desnuda, ofreciéndome su sexo como una especie de oportunidad de reconciliarme con el mundo. Marta era una revancha , un “por lo menos” que me bastaba.

Pero Eva, que yo aún no sabía que era Eva, me estaba mirando de una manera especial según iba acercándose al lavabo, y yo me estaba poniendo cachondo, y aquello representaba una oportunidad que debía explorar con urgencia.

¿Quién sabe?

Entonces Marta, el bar, los clientes, mi endemoniada miseria existencial, Cleo pelirroja, se esfumaron por patas de mi pensamiento.

Follármela, me dije. Allí, en el baño. Antes de que salga del bar, Eddi Vansi, vamos, sonríe, que no se diga; quizá hoy es tu día de suerte. Así que, en una especie de pulso conmigo mismo y con la sarcástica sonrisa cómplice de La Bohemia, que ya existía al fondo de la barra, me acerqué a la puerta de los baños.

-Señorita…

Y fue de puta madre. Fue su cintura arqueada para mí; sus manos apoyadas en el lavabo; su cabello negro a mitad de la espalda.
Todo: dejar sus labios prendidos de mi glande, y después agarrar su culo y penetrarla con una facilidad tal que pareció que la sodomía era un plato tan de su gusto que no hacía falta preliminar alguno.

Me corrí echando hostias.

Luego salió, salimos, se terminó su vaso de agua, garabateó su nombre y su teléfono en una servilleta, y salió del bar tan sigilosamente como había entrado.

De esto hace un año y pico, y aún a día de hoy nos seguimos viendo: siempre que yo necesito saber que sigo vivo y siempre que ella necesita entrar al lavabo.

Ayer la vi.

Publicado el lunes, 26 de diciembre de 2005, a las 22 horas y 38 minutos

22 D. Ni el reintegro, ni la pedrea, ni por supuesto el puto Gordo. Nada. Un año más la suerte, esa fulana que tan poco me conoce, pasó de largo y de mi cara, y fue a parar a cientos de kilómetros de mi bolsillo.

Vale que juego por inercia, y que ni siquiera merezco que me toque, pero cómo jode, copón; cómo jode.

Lo elegante sería felicitar a los agraciados y guardarme la decepción y la envidia en mi cartera vacía, pero cada año me resulta más difícil.

De hecho, sin atender a los ruegos de los clientes, he apagado la tele del bar nada más comprobar mis pérdidas, porque no soporto las imágenes típicas de los afortunados, ni sus gritos, ni su alegría, ni sus gilipoyeces.

Al llegar hace un rato a casa, y contárselo, Marta me ha dicho:

- ¿Cómo puedes pensar así? Yo me alegro de ver feliz a la gente. Eres un hijo de puta, Eddi Vansi. No sé cómo coño me pude casar contigo...
-
Y, sí, tal vez sea un hijo de puta; pero un hijo de puta sincero, y además pobre.

Y, para colmo, de salud ando regular.

No me jodas.

Que le den al calvo de la lotería, al puto Gordo y a toda su parentela; que a mí esto de jugar con los sueños una vez al año ya me toca las narices.

Publicado el jueves, 22 de diciembre de 2005, a las 23 horas y 01 minutos

FUMAR ES UN PLACER. A pesar del Gobierno, a pesar del cáncer y de las traqueotomías, a pesar de las jodidas multas y de lo caro que lo han puesto, de los fumadores pasivos y los exfumadores temibles, que bien podrían juntarse y formar una secta, un escuadrón de la muerte o un partido nazi, joder, yo fumo, señor policía, soy un fumador convencido, compulsivo, recalcitrante; y pienso seguir fumando por más que diga la jodida ministra y sus putas leyes, aunque tenga que hacerlo a escondidas como si fuera un delincuente o tuviera quince años.

Y con más ahínco precísamente porque lo prohíben, que no hay nada más excitante que desobedecer a estos cabrones que se creen mi padre, como si no tuvieran cosas más importantes que prohibir o resolver estos hipócritas de mierda.

Que prohíban la pobreza, joder, que ésa sí que mata; que prohíban los botines o los billgates, y dejen a las personas morirse como les salga de los cojones.

Porque además me gusta, coño, y porque, para los pocos vicios que va dejando la edad, quiero que este me acompañe el resto de mis días.

Mi ginebra y mi cigarrillo.

Escuchar Manhattan Transfer y una cajetilla disponible.

Escribir, y tener mi tabaco rubio cerca.

Una mamada bien hecha, y mi cigarrillo. ¿Sabe usted lo que es eso, señora ministra? Debería probarlo, y seguro que después se mete su ley por donde más escuece.

En fin: a estos Torquemadas no pienso invitarles a mi entierro.

Publicado el lunes, 19 de diciembre de 2005, a las 22 horas y 23 minutos

BORRACHERA. Desde otro sitio en el que tú no estás ni has estado nunca y yo estoy borracho, escribiéndote en el humo con los dedos.

Tal vez desde este antro azulado que apesta a mostaza y a puta, y parece un desguace de sueños rotos o un andén abandonado a la suerte de los que no tienen suerte.

Tal vez desde que dejé mi nombre olvidado entre las piernas de alguna fulana, o desde que te recuerdo sentada entre un grupo de hombres que te veneraban como a una diosa roja.

A saber qué ha sido de ti desde los días que te tuve.

Quizá bebo más de la cuenta y duermo menos de lo que bebo, sí.

Porque no te hice caso, y porque tú no me esperaste.

Porque me importa una mierda que, mientras te espero, el mundo reviente en pedazos, como ocurre.

Porque cuando voy tan ciego me da por pensar que no existes, que fuistes mentira, que tu pelo rojo no era rojo, y tus pezones no eran sino dos bocados de un maldito rabo de nube.

Me cago en la madre que parió al que decidió poner brújula a mi destino; al jodido cabrón que le dio por inventarme sin tener en cuenta que a ti ya te había creado para volverme loco.

Por eso me bebo la noche con la sed de un puto náufrago, y sigo sirviendo vasos y poniendo las botellas según su altura en los estantes.

Publicado el jueves, 15 de diciembre de 2005, a las 18 horas y 39 minutos

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Ilustración de Toño Benavides
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