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DESAYUNO CON PALABRAS. Hay un puto día en por fin que te cansas de bailar al son de nadie, sobre todo porque no has hecho más que eso desde el día en el que te enseñaron a bailar.
Que estoy harto de pisar y que me pisen, le dices al espejo con cara de póker. Que ya es hora de que bailes solo, de que tires por la calle de en medio y que ahí me las den todas, te dices. Este eres tú, Eddi Vansi. Mírate bien. No hay más jodida cera que la que arde. Que le den al qué dirán. Con esta cara de pareja de doses tienes bastante y desde hoy, amigo, desde hoy ningún mierdero va a tocarte los cojones. O sí, porque es inevitable y el mundo está lleno de hijos de puta; pero que al menos que por ti no quede.
Y te afeitas. Te pegas un corte de espanto justo debajo de la nariz porque estás pensando en otras cosas, en que pare la música, en que hagamos de nuevo las parejas y suba al escenario Miles Davis.
Por ejemplo.
Entonces sí bailo.
Y si no ponen mi música, que me pongan una birra mientras tanto, que yo espero. Hace tiempo que no tengo prisa. La paciencia debe ser como la virtud de los cobardes, y yo no soy otra cosa que eso.
Desde ese día no me importa lo que los demás esperen de mí, por más que sé que nada bueno, y por más que me parezca increíble que de mí se pueda esperar algo.
Y no es que salgas a la calle siendo otro, no; sino que el que sale a la calle por fin eres tú mismo.
Esta frase se merece un buen trago, aunque es mentira.
Y un pitillo.
Y unos segundos de mirar al vacío y echar el humo como si fuera un pequeño dios de andar por casa.
Publicado el miércoles, 23 de noviembre de 2005, a las 16 horas y 36 minutos
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