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¿A QUIÉN LE AMARGA UN DULCE?. Estaba preparando un café la otra mañana, a lo mío, bajo ese ruido de frenos de tren que hacen las cafeteras de los bares, cuando oí un “Buenos días” que me sonó diferente, un acento distinto que no encajaba en el de los clientes habituales del bar.

Me di la vuelta y la vi.

Bueno, sólo vi una sonrisa de anuncio y unos ojos que me miraban con tanta picardía que yo tuve que bajar los míos. “Joder, ¿quién coño será esta tía tan echá p´alante?” pensé en los segundos que duró mi azoro.

Luego la miré de nuevo, saqué del bolsillo mi mejor sonrisa, esa que guardo para las conquistas, recorrí su altura, su boca, sus pechos, le devolví el saludo, qué menos, y a continuación ella, con una verborrea increíble, me soltó una parrafada sobre no sé qué putos chicles.

Era como una explosión rubia, la carne y el deseo hecho mujer.

No es que fuera sexy...: Ella era sexo. Todo el sexo. Treinta y tantos años de sexo y una boca que debió dibujar dios en un momento de lujuria. Nada que ver siquiera con María, ni con ninguna top model al uso, distinta a todos los pesados que entran a vender chorradas a mi bar.

-¿Chicles? –le dije.

Pero si aquí no se venden, pero si los regalo, pero si ya tuve, pero si no quiero. Pero que daba igual lo que pusiera como excusa. Ella me las rebatía todas, y me hizo ver con claridad que mi negocio sin sus jodidos chicles no llegaría muy lejos.

Los compré, claro, qué remedio, y si me hubiera vendido una parcela en la luna habría empeñado hasta la camisa.

Me dijo que salía un momento al coche a por un expositor que me iba a quedar de puta madre justo ahí, al lado de la máquina registradora. La cabrona contoneaba su gran culo camino de la puerta sabiendo lo que se hacía, y fue Susana la Bohemia quien leyó mis pensamientos y me dijo:

-Ésa es mucha mujer para ti, Eddi Vansi. Mucha mujer.

- Ya le digo...

-Con ésa no pueden ni dos como tú, te lo digo yo, Eddi Vansi, que he visto de todo en esta vida. Ésa necesita un HOMBRE con mayúsculas.

-Haré lo que pueda, Susana...

La Bohemia hizo un gesto como de resignación, luego otro de incredulidad, apuró su orujo, pidió otro, yo eché hielos en mi copa, y los dos nos quedamos en silencio como tontos esperando a que volviera.

Volvió a los diez minutos, hablando por el móvil, y con un expositor de chicles en la otra mano.

Lo dejó encima de la barra.

Obediente, lo coloqué donde me dijo.

Me sonrió.

Le sonreí.

Me quedé absorto mirando su escote de vértigo, el principio de sus pechos y de la perdición de cualquier hombre.

Terminó de hablar por teléfono y me dijo:

-¿Ves qué bien te quedan con su expositor?

-Desde luego...- afirmé como si realmente mi importara.

-Bueno, pues, ahora, después de todo este rollo, me podías invitar a un café, que con lo duro que has sido conmigo, yo creo que me lo he ganado.

-No sabes tú nada...

Sabía todo. Aquella mujer sabía todo lo que una mujer debe saber para hechizar a un hombre. Tenía que vender chicles a espuertas, la cabrona.

La invité al café; intenté que le quedara con esa espuma que les gusta tanto a las mujeres, pero no lo conseguí. La verdad es que nunca lo consigo, pero esta vez sí que me hubiera gustado sólo por sorprenderla. Ella, de vuelta casi de todo, pareció intuir mi esmero…

-Está riquísimo el café, de veras –me dijo-. Si los haces siempre así, me has ganado para todas las tardes de mi vida...

Joder, qué suerte tengo, me dije. Luego me quejo, pero ya la quisieran para sí muchos ganadores de mierda. Lo peor de todo es que se me quedó una sonrisa idiota digna de un principiante. Y que no sabía qué decirle.

No sé qué cojones me había hecho esta mujer, que aliño me había embrujado, ni por qué perdía el tiempo con un cuarentón en horas bajas. Sólo quería que no se fuera nunca. Nunca.

Entonces le dije, a bote pronto:

-Oye, ¿y qué hace una mujer como tú en un sitio como éste?

Y en el mismo segundo pensé: “Mierda; ¿pero cómo se me ocurre decir una frase tan llena de fracaso?” Pero ella me sorprendió con una carcajada ruidosa que le salió de dentro y que, lejos de hacerme sentir ridículo, me llevó de su boca al puto cielo, como si esa risa fuera sólo para mí y yo el hombre más afortunado del mundo.

Cuando por fin pudo hablar, me dijo, sensual y muy seria:

-Te buscaba a ti, que te pareces al diablo.

-No me jodas.

Yo creo que se me cortó la respiración en ese instante, y que de verdad se paró el mundo, y que sonaron violines en el puto infierno, y que se murieron de envidia los guapos y los malos.

-¿Qué años tienes, niña? –terció la Bohemia, metiéndose donde no le importa como de costumbre.

-Señora, con todos mis respetos... –dijo ella- acabo de encontrar a mi diablo... Permítame que le cuente mis intimidades otro día...

Y siguió diciéndome toda convencida que le parecía un demonio, que sólo me faltaba el tridente, y yo flipaba porque nadie, nunca, me había hablado así, con esa fuerza, con esa boca que no paraba de humedecerse y que me estaba poniendo tan cachondo.

Le pregunté su nombre:

-Yolanda. ¿Y tú?

-Eddi Vansi...

-Vaya nombre más raro, ¿no? –me dijo, poniéndose de pie y estrechándome la mano- pero me gusta, diablo... Me gusta...

-¿Ya te vas?

-Me pasaré en unas semanas, sí, a ver qué tal te ha ido...

-Oye, ¿y si me quedo sin chicles?

-Los compras en el Macro.

-Joder, ¿no tienes una tarjeta?

-Si te doy una tarjeta te vas a volver loco. Déjame a mí, Eddi Vansi... Una tarde de estas igual vengo a tomar un café de esos tan estupendos, ¿vale?

-Como quieras...-dije ya acorralado.

-Hasta otro día, señora –le dijo a La Bohemia- Y perdóneme por lo de antes...

-No hay nada que perdonar, guapa, me caes bien. Y ten piedad de este hombre, que tiene el corazón muy tierno...

Las dos soltaron sendas carcajadas, y entonces yo sí me sentí ridículo, fuera de su contexto de complicidades femeninas. ¿Qué coño se habían creído estas dos mujeres?

-Bueno... Venga... Va...

-No te enfades –y me hizo como un mohín-. Seguro que eres más fuerte que lo que dice esta señora....

Y se fue, hostia; se fue moviendo su culo y su perfume y yo me quedé con tres palmos de narices mirando la puerta vacía.

-Es mucha mujer, de veras, Eddi Vansi... No lo pienses.

-Cállese, joder, Susana…

-Bueno, me callo... Pero ponme un orujo, anda.

Me quedé mirándola todo lo serio que pude.

-Chicles, joder, Susana, qué coño orujo... A partir de ahora en este puto bar sólo se van a consumir chicles.

Y le puse su orujo y nos echamos unas risas, y desde entonces no puedo olvidar a esa mujer, con sus jodidas mayúsculas.

Publicado el domingo, 19 de noviembre de 2006, a las 15 horas y 41 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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