|
DESVELO. - ¿Me quieres aún?
La pregunta sale de la boca de Marta, atraviesa mis oídos y rebota durante unos segundos de una pared a otra de la habitación hasta caer rendida en la almohada. Una vez allí la recojo con pinzas, me medio incorporo en la cama, abro los ojos, miro a Marta…
Preguntas de este tipo y a estas horas pueden hundir a un hombre en la miseria, así que prefiero no dudarlo, y que lo peor pase primero.
-Sí.
-¿Cómo el primer día que me conociste?
Estamos buenos, joder. ¿A qué viene esto? El primer día que te conocí yo no te amaba, coño. ¿Cómo te lo digo sin que te duela?
-Sí, cariño; como el primer día que te conocí.
Se queda callada contemplando el techo, sopesando mi respuesta o el silencio o vete a saber qué. Parece que al fin hay una tregua, que el interrogatorio ha terminado por esta noche, que vamos a dormirnos, pero no, pasa el tiempo y no escarmiento, y no me convenzo de que siempre hay algo por venir, que Marta no se conforma con un interrogatorio a medias y descarga toda su artillería como una ametralladora…
-¿Te sigo pareciendo atractiva?
Tienes un amante coño, te lo follas prácticamente todos los días de la semana, ¿aún quieres que te reafirme que estás cañón, hijadeputa, si no pasas desapercibida ni para tu santo padre?
-Estás buenísima. Además, no sólo me lo pareces a mí, ¿no?
-Bueno, sí… Eddi…
-Qué quieres Marta…
-¿Crees que somos una pareja que funciona?
-¿Qué?
-Que si aún sigues creyendo en nuestro matrimonio, en nosotros.
Ah, ¿aún hay nosotros? Joder, pero qué sorpresa. Un nosotros con ramificaciones, pero nosotros, claro, sin duda.
Un nosotros que se va de putas y otro que tiene un amante, que se ve por casa y comparte lavavajillas, y una libreta con números rojos. Y una hipoteca que pagar eternamente.
Un nosotros con sus puntos y a parte, y silencios y vino escondido en la cocina y clases de Tai chi para digerir los malos tragos.
-Sí, aún creo en nosotros.
-Vale…
-¿No tienes sueño?
-Es verdad... Es muy tarde...
Me doy media vuelta. De espaldas. Si cuento hasta tres y no habla podré dormir esta noche. Una, dos…
-Nos equivocamos, ¿verdad, Eddi Vansi?
No me jodas, Marta… Mi úlcera y mi mujer nunca se han llevado bien, sabe cómo hacer para que mi estómago se retuerza de mil formas distintas.
-¿Qué quieres decir con “nos equivocamos”?
-Que si estábamos hechos el uno para el otro, que si era nuestro destino casarnos y llegar a viejos juntos…
Joder sí, nos equivocamos. Tú te equivocaste. De cabo a rabo. Te enamoraste de mí, y eso es contraproducente. No estoy hecho para amar a nadie, y eso que con los años te amo, a mí manera, pero joder, te amo. Pero sí nos equivocamos. Yo no debería compartir cama contigo ahora, era a Cleo a quien le correspondería estar aquí. Ni debí seguirte el juego, y la boda, y huir a Madrid contigo en vez de solo, y prometer que compartiríamos dentadura postiza. Pero, ¿qué no consigue una mujer cuando se lo propone?
-No Marta, no fue una equivocación. ¿Crees que sí?
-Creo que sí.
-¿Quieres agua, algo? Me voy a levantar a echarme un cigarrillo...
-Ya he bebido agua… Deberías dejar de fumar.
-Lo pensaré mañana.
Me enciendo un cigarro en el salón, a oscuras, sin pensar en nada, sólo viendo cómo se consume. Espero lo suficiente para que se duerma. Para que me deje en paz de una puta vez y supere su desvelo mientras imagina que se está tirando a su amante o yo qué sé. Para que termine esa pantomima que tiene lugar de vez en cuando en nuestra cama.
La vecina está gritando a su marido, la oigo como si tuviera un amplificador al lado de mi oreja.
Vuelvo a la cama.
-¿Sigues pensando en Cleo?
Sí. Todos los días. Todas las horas desde que terminó aquella noche, aunque ya no esté más que como una sombra en mi vida, un lastre, un volver recurrente a un pasado que ya no tiene cabida ni futuro.
-A veces.
-¿La quieres?
La quiero como el primer día que olí su perfume de lilas. Como no he querido a nadie. Ni siquiera a ti, Marta, joder, pero eso ya lo sabes, no me hagas que te lo vuelva a decir. Me duele más a mí que a ti, y lo sé, y lo sabes, masoquista del sentimiento.
-Marta, yo qué sé… Ha pasado mucho tiempo mujer…
-¿Me dejarías por ella?
Y tú por tu amante si estuviéramos ya en la cuerda floja, en mitad de un puente que se cae y no hubiera marcha atrás. Pero qué más da ahora, si tu amante seguro que está casado y es un feliz padre de familia y Cleo no está, y si está, es para joderme la vida. Además, ¿para qué quiero un divorcio a estas alturas?
-No, no te dejaría por ella Marta.
-¿Con cuántas putas te has acostado últimamente?
Joder, esto es un tercer grado en toda regla… Maldito desvelo.
Las veces que me he ido de putas estas semanas equivalen a los polvos que has pegado tú con tu estúpido amante. Sólo que yo no sirvo para soportar a una mujer en casa y otra fuera: diversifico mis riesgos, y mis amores, y mi sexo. Es lo mismo, sólo que a mí me sale un poco más caro, mi querida Marta.
-Con ninguna…
-Eddi Vansi…
-Tú sabes cómo soy, joder, y sabes mis razones. ¿Para qué me preguntas si sabes la respuesta? Hay veces en las que no te entiendo Marta, coño… Me conoces mejor que mi sombra. ¿Por qué insistes?
-Es que no puedo con ello. No puedo.
-No tiene nada que ver contigo. Lo hemos hablado millones de veces…
-Yo te quiero Eddi Vansi.
-Yo también a ti, Marta.
Porque ya no me complico la vida. Porque quiero dormirme. Y porque es verdad, joder, que la quiero. Que ya no sabría vivir sin ella, sin sus manías ni sus formas. Aprendería, pero sería otra vuelta a empezar, y no tengo ganas.
-¿Dónde dejé el Orfidal?
-Ni puta idea, cariño.
Se levanta como un espectro delgado. Vuelve dopada. Maldiciendo su desvelo y lo poco que falta para que amanezca.
Se mete en la cama.
Me doy la vuelta y le pregunto si quiere que hagamos el amor.
Siempre hace falta hacer el amor después de estas conversaciones, cuando el amor se ha hecho añicos y anda por los suelos y tenemos que recogerlo, o por lo menos, hacer el intento.
Y me dice que no, que está cansada. Que prefiere dormir.
Mejor, tampoco a mí me apetece.
Y doy gracias por el silencio de la noche, porque haya terminado su desvelo y todo vuelva a la jodida mediocridad de pareja.
Y, a duras penas, consigo dormirme con la misma extraña sensación de un jodido reo al que acaban de conmutar la pena de muerte.
Publicado el miércoles, 1 de noviembre de 2006, a las 16 horas y 53 minutos
|