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LECCIONES DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA (2). Ante la avalancha de estrenos y la inveterada pereza de este cronista, ahí van algunos flashes cinéfilos a la manera de aguja de marear:

Banderas de nuestros padres. Cierto. El desembarco en Iwo Jima de las tropas dirigidas por Eastwood no resulta ni de lejos tan espectacular como el que hicieron en las playas de Normandía los soldados capitaneados por Spielberg. Sin embargo, más allá de la fidelidad fisiológica, hay que admitir que Banderas de nuestros padres tiene una estructura más convincente, un desarrollo argumental más hilvanado y una capacidad autocrítica más afilada que Salvar al soldado Ryan, con la que parece inevitable hacer comparaciones. Si Banderas de nuestros padres no es un filme redondo (y no lo es), hay que reconocerle al menos a Eastwood la valentía de alejarse de los tópicos y la voluntad de reflexionar sobre la memoria colectiva de una nación proclive a la amnesia. Si Cartas desde Iwo Jima resulta un complemento digno, podremos hablar de uno de los mejores ejemplos de cine bélico de los últimos años. Lo mejor: la patibularia gira por provincias de los militares inmortalizados en la fotografía. Lo peor: cierta propensión a la moralina, que se desborda en los desenlaces sucesivos de la película.

Apocalypto. Resulta inevitable sentir cierta simpatía por los proyectos en los que suele embarcarse Mel Gibson, más próximos a los delirios de un magnate petrolífero que a las preocupaciones que se le suponen a un cotizado actor de la gran pantalla. Como casi todas sus empresas, Apocalypto es, también, una película imposible. Uno ya puede imaginarse cómo va a cristalizar en imágenes un batiburrillo mezclado y agitado donde conviven el discurso sobre la decadencia de las civilizaciones, la filosofía new age y las connotaciones mesiánicas. Nada menos que aventuras selváticas, venganzas seculares, ecos redentoristas y unas cuantas gotas de hemoglobina gore componen la empanada visual de una película que aspira, pese a todo, a hablar de la sociedad de nuestros días. En comparación, las cintas inspiradas en el quinto centenario del Descubrimiento eran un dechado de contención y sobriedad bressonianas. Lo mejor: La demencial premisa de la que parte. Lo peor: Lo demás.

Bobby. Es fácil desmontar una película como Bobby con muy pocos argumentos. Otra vez el cinéfilo tiene que habérselas con una historia coral, ahora recortada sobre el patrón de Gran Hotel, donde todo es más convencional de lo que parece: la visión de la sociedad estadounidense de los setenta, la perspectiva hagiográfica desde la que se contempla a Robert Kennedy e incluso la planificación típicamente televisiva del celuloide. Y, sin embargo… Los últimos quince minutos de Bobby exigen que nos replanteemos en clave ideológica lo que antes veíamos sólo en clave sentimental. Y, allá donde Michael Moore nos aburre con sus enfadosos monólogos, Emilio Estévez nos convence con las armas del melodrama. Lo mejor: No es una buena película, pero sí es una película oportuna. Lo peor: Sus (demasiado) buenas intenciones.

Publicado el viernes, 2 de febrero de 2007, a las 17 horas y 21 minutos

LECCIONES DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA (3). Paul Verhoeven abandonó Hollywood después de que Hollywood lo premiara con el éxito comercial de Instinto básico y lo castigara con la flagrante incomprensión de varias de sus películas, entre ellas Starship troopers, a la que algún crítico miope tildó de apología del fascismo. Con El libro negro, el holandés errante ha regresado a su Ítaca particular, que no es otra que el cine. Y lo ha hecho una película excelente. Si bien El libro negro adopta una apariencia algo más convencional que sus cintas americanas, todo el celuloide remite a las principales obsesiones del director. Reaparecen aquí la ambigüedad moral de los personajes, las difusas fronteras entre vencedores y vencidos y la complacencia en las (bajas) pasiones del ser humano. Esos temas se ponen ahora al servicio de un relato que oscila entre la trama de espionaje y la reconstrucción histórica, sin limitarse a ser ninguna de ambas cosas. Verhoeven vuelve a demostrar aquí su habilidad para transgredir los géneros y recomponer una visión de la Historia (discúlpenme la mayúscula) nada maniquea, una épica degradada que a veces desemboca en la picaresca o incluso en el humor negro. Por eso, el auténtico conflicto de El libro negro arranca donde terminan la mayoría de las películas, con el triunfo de los aliados sobre los nazis. A medio camino entre la reflexión moral y la fascinación kitsch, el filme de Verhoeven avanza por senderos abruptos hacia un desenlace falsamente esperanzador, donde el espectador intuye que la historia puede repetirse en cualquier momento y que acaso esté repitiéndose ahora mismo. Pero El libro negro es, también, el retrato de una mujer en una época tormentosa, un retrato que guarda cierta similitud con el que trazara Fassbinder en Lili Marleen. Y en ello tiene parte más que destacada la actriz principal, Carice van Houten, que con su excelente interpretación logra incluso disimular alguna que otra arruga en el perfil de su personaje. En definitiva, Verhoeven retoma aquí su mejor pulso narrativo, con la ventaja de que esta vez sus piruetas argumentales y estilísticas no se cimientan sobre el vacío, sino que se resaltan sobre el trasfondo de un drama de verdad. Y el espectador lo agradece.

Publicado el lunes, 19 de febrero de 2007, a las 11 horas y 56 minutos

AQUÍ EL ENEMIGO. Con Cartas desde Iwo Jima, Eastwood completa su peculiar retablo sobre la II Guerra Mundial. Y lo hace con la entrega donde el juego de perspectivas es más delicado, pues esta vez la narración está vista desde la mirada del enemigo. Conviene aclarar desde el comienzo que Cartas desde Iwo Jima no es una película rompedora, ni siquiera heterodoxa. La apuesta de Eastwood consiste en humanizar a los japoneses y presentarlos «como si fueran americanos», limando las diferencias culturales mediante dos de los personajes principales, familiarizados con la cultura norteamericana desde antes del conflicto bélico.

Con todo, una vez asumidas las premisas políticamente (casi) correctas de Eastwood, hay que reconocer que Cartas desde Iwo Jima es una muy buena película. Mientras que Banderas de nuestros padres resultaba a veces demasiado expositiva, ya que las claves genéricas se sacrificaban en aras de un discurso crítico sobre la historia, Cartas desde Iwo Jima se presenta como un filme bélico sin coartadas ni giros argumentales que reduzcan su contundencia. Planteado con una estructura coral, el filme de Eastwood alcanza sus mejores logros en la faceta psicológica de los personajes, e incluso crea un magnífico «sargento de hierro» en la figura del general Tadamichi Kuribayashi, admirablemente interpretado por Ken Watanabe. Los dilemas entre familia y patria, ética individual y razón de estado, deber y libertad, aparecen encarnados por los diversos sujetos que cruzan la pantalla, desde el inocente protagonista hasta el ex policía Shimizu o los altos mandos del ejército. Otro de los aciertos de la cinta es la importancia del soporte epistolar, que justifica su título y que permite integrar algunas breves ráfagas de lirismo en medio de la barbarie. La misma labor anticlimática desempeñan los flash backs, algo más discutibles, que ilustran la prehistoria de los personajes a partir de algún acontecimiento presente que funciona como magdalena proustiana o detonante de la evocación. Y tampoco cabe olvidar el excelente pulso que muestra Eatwood en las escenas de combate, que se alejan de las confusiones posmodernas para mostrar con sobriedad espartana la crudeza del enfrentamiento. Todas estas virtudes redimen alguna eventual caída en heroísmos de pacotilla y en hazañas piadosas (por ejemplo, el episodio del soldado de Oklahoma), que parecen inevitables en esta clase de relatos.

En definitiva, Eastwood vuelve a hablar aquí del sinsentido de la guerra en una película que encuentra su mejor baza en la polifonía de voces y de psicologías. Más que un digno complemento de Banderas de nuestros padres, Cartas desde Iwo Jima supone su contrapunto y su revisión mejorada. Y es que Eastwood se ha ganado a pulso su condición de clásico contemporáneo en la constelación del star system hollywoodiense.

Publicado el viernes, 23 de febrero de 2007, a las 22 horas y 03 minutos

UN SEÑOR CALVO. Pues sí, este año los Globos de Oro han sido de nuevo un espejismo cinéfilo. Si la antesala de los oscars prometía una ceremonia con acento hispano, la realidad hollywoodiense, ya se sabe, suele ser más tozuda cuando se trata de dar sus favoritos a torcer. Así, Infiltrados, de Scorsese, no sólo le ha reportado a su director el premio anunciado, sino que se ha alzado con la estatuilla a la mejor película y mejor guión adaptado. Ahora habrá que mirar con lupa las semejanzas entre el brioso filme de Scorsese y la cinta de Hong Kong Infernal Affairs, en la que aquél se inspiraba (y dicen las malas lenguas que los parecidos van más allá de la premisa argumental). En los premios a la interpretación, no ha habido sorpresas: Helen Mirren ha ceñido la corona de Isabel II como nadie en La reina y Forest Whitaker ha sabido encarnar la megalomanía de un dictador sin reino en El último rey de Escocia. La ex concursante de la versión norteamericana de OT, Jennifer Hudson, ha obtenido el premio a la mejor actriz de reparto por Dreamgirls, y Alan Arkin ha hecho lo propio por Pequeña Miss Sunshine. La mayor decepción para el cine mexicano no sólo ha sido el fracaso de Babel, que tuvo que conformarse con el oscar a la mejor banda sonora para el argentino Gustavo Santaolalla. Y es que, como las desgracias nunca vienen solas, la alemana La vida de los otros, que este cronista aún no ha tenido la ocasión de ver, desplazó a El laberinto del fauno en la mejor película de habla no inglesa. El filme de Guillermo del Toro, eso sí, no se ha ido con las manos vacías, y ha obtenido tres galardones en categorías técnicas. Y, para acabar de redondear la lista de triunfos inesperados, Happy Feet, una de pingüinos, se ha impuesto en la categoría de animación a los Cars de John Lasseter. En suma, en Hollywood siguen dando de qué hablar.

Publicado el lunes, 26 de febrero de 2007, a las 11 horas y 41 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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