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EL OSO Y EDDI VANSI. De Madrid siempre quieres irte, siempre te estás yendo, siempre.

Y no te vas nunca.

Y no se va nadie.

Y viene más gente.

Y más gente.

No existe ciudad en este puto mundo tan desabrida y a la vez tan amable. No sé qué coño tiene que atrae con la misma intensidad que repele, y que te deja flotando en ese limbo.

No sé qué tienen sus bares, su noche boca arriba, su trajín de pasos y de prisas, las sombras de sus calles, ni sé cuál es su jodido perfume, pero es como una mujer a la que amas y odias y nunca terminas de follarte.

De Madrid siempre te estás quejando, como si fuera costumbre, sobre todo cuando termina septiembre, cuando octubre no da tregua y comienza la lluvia y el frío y ves que te cae el año como una losa.

A todos: los clientes, los taxistas, los quiosqueros, las putas, los jodidos transeúntes, sólo les oyes decir que es una mierda así de grande, un agobio, un crisol de atascos y humos y obras. Ésa es la jodida cantinela de todo madrileño que se precie, por más que lleve en la ciudad cuatro días y haya nacido en Alicante, qué más da, joder, de dónde vienes, si das con tus huesos en Madrid.

Sin ir más lejos, yo que no soy de aquí pateo estas calles como si fueran el portal de mi casa, y despotrico contra Madrid como si fuera descendiente directo del oso o del madroño, y no hago sino sacar defectos a esta ciudad sin la que no podría vivir, y que es lo más parecido que conozco a la tierra de nadie.

Vienes de cualquier sitio a Madrid y el madrileño casi te da el pésame, y pierde el culo por decirte que qué suerte haber nacido en otra parte, que yo una vez estuve en tu pueblo y quise quedarme allí a vivir. Y, si tiene mar, entonces ya es el delirio. La leche. No sé qué coño pasa, pero después de pronunciar esta palabra, el madrileño, comúnmente, se queda como traspuesto, hipnotizado. Maaaaar.

No conozco otra ciudad tan de secano con esa ansia, con ese sueño, con esa rémora, como si en otra vida hubiera sido puerto de mar o isla pirata.

Los madrileños, contra toda lógica, de su ciudad señalan primero sus defectos, y añoran el mar y toda esa mierda de una vida tranquila en una playa desierta en invierno.

Y ni de coña.

A Susana la Bohemia, por ejemplo, que tanto despotrica, la quería yo ver en un pueblo perdido de Cabo de Gata, muerta de asco en la terraza de un chiringuito, en un paisaje de puta madre, eso sí, pero sola como la una sin su bar, sin su multitud alrededor contra la que indignarse, su Gallardón y su Esperanza Aguirre como destinatarios de sus mejores insultos y sus peores deseos.

Venga, coño...

Y una mierda.

Vale que yo también me muero de asco a veces, y que no hago otra cosa más que seguir la única corriente que esta ciudad permite: la de coches y el trasiego hasta llegar a mi barra. Pero me importa un carajo que esta ciudad tenga o no puerto marítimo, porque es el sitio donde vivo y me emborracho, y no hay más tu tía.

¿Por qué coño voy a querer irme de aquí, si apenas acabo de llegar? Si Madrid es música de cañerías; el jodido apeadero en el que cada día se bajan millones de personas, con la esperanza o la desesperanza de coger un tren que les lleve a sus sueños en lugar de al trabajo de siempre.

¿Alguien entiende esta psicosis colectiva? Tal vez es otra forma de hacer turismo, o de hacer patria, o tal vez es la única manera de evitar que en el paraíso entre más gente.

Pero parece que no, que Madrid pone de mala hostia, y que, para sentirte madrileño, te tienes que impregnar de esa sinrazón de poner a parir el sitio donde vives.

Hasta a María, en fin, a la que nunca termino de follarme, y que no lleva aquí ni tres días, ya da miedo oírla cagarse en todo.

-Me gusta cuando te cabreas, María –le dije la otra tarde, que vino al bar hecha una furia.

-Porque estoy como ausente, ¿no? –me respondió, dejando el bolso encima de la barra, con ese gesto característico de las diosas.

-No, niña. Porque estás muy guapa con el ceño fruncido.

-Vete a la mierda, Eddi Vansi. Y ponme un café con leche, por favor.

-¿Qué te pasa?

Se sentó en la banqueta, cruzó sus interminables piernas, se acodó en la barra y dio un suspiro.

-Me pasa que estoy harta de Madrid, joder.

-¿Y qué te ha hecho?

-Ponerme de los nervios.

Le serví y yo me puse un lingotazo hard.

-Es cosa de acostumbrarse, María.

-Es imposible acostumbrarse a llegar tarde a todos sitios, Eddi Vansi. Imposible.

-Ya... Pero fíjate que –le dije en plan paternal, como para que entendiera el asunto-, como todo el mundo llega tarde, al final todos somos puntuales...

-Anda, no me líes –me dijo con una sonrisa.

Y su boca se me antojó el mejor refugio del mundo, suficiente para mandar a tomar por culo al planeta entero, incluso Madrid, si hiciese falta.

Publicado el domingo, 22 de octubre de 2006, a las 23 horas y 33 minutos

PRÓXIMA ESTACIÓN LAS MUSAS. No sé si ha sido por las hostias que me dio el subnormal aquel que acosó a María, o por algún golpe en la cabeza que me di de pequeño, o porque el pozo se ha quedado seco, o que realmente no tengo ni he tenido dentro de mi jodida cabeza ni una puta idea que plasmar en un papel, pero la verdad trasvisible, como diría Salinas, es que de un tiempo a esta parte no escribo ni a tiros, coño.

No sé qué pasa, porque lo he intentado de todas las maneras, a todas las jodidas horas, borracho y sobrio, sentado y de pie, en el bar o en mi cuarto, con ganas o sin ellas, y el puto relato redondo que debería escribir, ése que me va a arrancar de cuajo la rutina, no me sale.

La creación tiene estos riesgos, claro, y no tienes más arnés que tu paciencia, ni más red que la de tus lectores.

Escribir no es lo mismo que encofrar o que servir copas, o que cualquier otra profesión digamos más tangible. Uno no tiene la misma seguridad de que va a hacer bien su trabajo, ni siquiera de que lo vaya a hacer.

Uno confía en que será capaz de hacerlo, tiene esa esperanza, pero se mueve a tientas dentro de una niebla, y más si trabajas mil horas de camarero y te pones hasta arriba de ginebra, y tienes la cabeza llena de jodidos pájaros y de Marta y Cleo y María, y cualquier mujer como medida de todas tus cosas.

Ojalá escribir fuera tan fácil como pegarse un buen polvo.

Que a uno le invita Bestiario a escribir un blog como dios manda y dice que sí, que sin ningún problema, como si tuvieras los textos archivados en tu cabeza y fuera tan sencillo como cortar y pegar. Pero luego te pones delante de un papel a sacarlos, casi siempre a deshoras, y a veces es fácil y a veces cuesta y otras veces es imposible sacar nada digno, te pongas como te pongas.

Y da igual lo que hayas escrito antes.

Da igual que seas un autor consagrado o un santo desconocido.

Da igual que te acompañe Miles Davis.

Da igual que te fumes mil cigarros y eches el humo como haría Henry Miller.

No puedes.

Hoy (y ayer, y anteayer, y a lo peor mañana) no puedes.

Y no hay más que rascar.

Así que, más te vale irte de putas que empeñarte en esto, Eddi Vansi, te dices.

Y, vale, eres consciente de que todos los artistas atraviesan épocas de sequía; que de pronto se quedan varados como barcos en desiertos o botellas vacías, y que ya pueden intentarlo, que no hay un puto dios que le saque una palabra al boli. Sabes que le pasó a Cervantes y a Boris Vian, a todos los grandes, y que eso tendría que servirte de consuelo; pero yo soy un puto camarero, joder, no me dedico a esto, y a mí no me consuela nada ni nadie en estos días que llevo intentando manchar una cuartilla siquiera con dos párrafos, y no puedo quitarme de encima la jodida sensación de que, en mi caso, no hay más cera que la que arde, y que el último texto que escribí va a ser definitivamente el último texto que escriba Eddi Vansi.

Eso pienso, joder, en estos días: que soy un jodido perdedor a tiempo completo.

Nadie lo nota, ni siquiera yo cuando me afeito; pero con esos pensamientos vivo y me levanto y voy y vengo y entro y salgo y soy.

Y me voy de putas o de copas a vivir lo que no escribo con el deseo inconsciente de que pase el tiempo, qué remedio, y que aparezca la musa y no vuelva a jugar al escondite conmigo. O que se materialice en una ramera pelirroja de ojos profundos, cojones, y por lo menos me haga feliz en una cama de pago.

Y sé que vuelve. Sé que al final la inspiración vuelve, qué coño, como siempre; y que me pillará trabajando. No como querría Picasso, claro, sino detrás de una jodida barra de bar, como suele ser costumbre.

Pero sigo entrenándome.

Y sé que después en mi casa pondré jazz, me sentaré donde siempre, cruzaré las piernas como las suelen cruzar los escritores, abriré una botella de vino bien fría, brindaré por ti y por todos los ausentes, daré un trago, me encenderé un cigarro, y con todo el regusto de ese fracaso donde vivo, escribiré un texto de putísima madre.

Pero no me acostumbro, joder.

Publicado el sábado, 28 de octubre de 2006, a las 0 horas y 02 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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