www.bestiario.com/eddivansi

YOLANDA Y EL ARDOR. Se abrió la puerta del bar.

Entró un frío áspero, duro y, atenuándolo, una voz de mujer que reconocí al instante, y que esperaba oir desde hacía tantos días que qué coño importaba ya que fuera invierno.

Yo estaba de espaldas a la puerta, cortando el puto pan en rebanadas, y al oír su “Buenos días” tan jovial casi me rebano un dedo con la tontería de que esta mujer, sólo con su voz, ya me pone de los nervios.

Me giré con el cuchillo en la mano cual Norman Bates haciendo horas extras, y la vi.

Era Yolanda, claro, con su acento tan característico, su sonrisa y sus jodidas y hermosas caderas.

Era Yolanda, otra vez, por fin, abriendo de par en par mi día de suerte.

- Buenos días, Diablo –me dijo tan tranquila, como si su boca no fuera mi vicio, y yo no me volviera loco mirándola- Vengo a por mi café, ya sabes...

Dejé el cuchillo en la pila, me limpié las manos en el mandil, sonreí, carraspeé, me quedé sin habla durante medio siglo, y al fin, casi en un tartamudeo, le dije:

- Qué bien; ahora te lo pongo.

Y aunque volví a esmerarme con el tema de la espuma, no tuve éxito.

Y se lo puse.

- Ya tocaba, ¿no? –le dije, cogiendo carrerilla.

- ¿Tú crees?

- Bueno... Sí, lo creo...-le dije, titubeando como un jodido principiante.

- ¿Has vendido mis chicles?

No había vendido sus chicles, claro. Ni de coña. En dos meses, apenas tres o cuatro jodidos paquetes de menta, un par de fresa, una mierda. Mis amenazas a Susana la Bohemia no surtieron efecto alguno, y los demás clientes no se entusiasmaron lo más mínimo ante la nueva adquisición de mi bar. El expositor se había puesto amarillo con el humo que despide la plancha, eso era todo.

- Ya ves que no, Yolanda –le contesté, señalando el expositor, un poco avergonzado de mi fracaso como vendedor de chicles-. Yo creo que la gente que viene por aquí no tiene dientes...

Se rió sonoramente. Cuatro o cinco clientes de alrededor se nos quedaron mirando, pero me importó un carajo: esa mujer con mayúsculas estaba jodidamente guapa cuando reía y su boca, con ese gesto, encontraba la forma perfecta de la puta belleza, coño.

- En serio... –le dije- Ya lo ves...

- Eres muy gracioso, Eddi...

¿Gracioso?. En ese momento me podría haber dicho que era el portero del infierno, que me hubiera sentado lo mismo de bien.

- Algún arma tendremos que tener los feos, ¿no te parece?-

- A mí me pareces el diablo, te lo juro. Ahora que vuelvo a verte y a mirarte más despacio, estoy más segura. Ni guapo ni feo; eres el puto Diablo, Eddi.

Bien, no supe qué contestar a eso, la verdad.

Debí poner cara de interrogación, y luego de imbécil, supongo. Pero qué más daba, si en aquel instante era el hombre más afortunado del mundo en cuestión de faldas, y no era cuestión de joderla con la basura que suele salir del subconsciente. Así que disfruté del momento, y me pusé a atender a clientes como si su presencia allí fuera cotidiana.

Al rato, no sé muy bien cómo empezó a liarme con la compra de unos putos caramelos, porque le sale tan natural la venta que nunca parece que te está vendiendo nada, la cabrona. Que eran los mejores del mercado, me dijo, y yo le dije que no olvidara el fracaso de los chicles. Que no era lo mismo, y yo que sí. Que era invierno, y yo que no. Que sí. Que la gente los necesitaba para vivir, y joder, yo sin enterarme.

- Venga, vale...

¿Cómo iba a decir que no?

- Voy al coche a por ellos

Y añadió, como quien no quiere la cosa:

- Te voy a traer un expositor más bonito y un poquito más grande, para que puedas poner también los caramelos.

- ¡Yolanda! ¿Y dónde coño lo pongo? –le pregunté, pero ya salía casi por la puerta, y sólo me dijo adiós con un gesto.

Como la otra vez, volvió tras unos minutos lentísimos hablando por el móvil, y llevando en la otra mano un expositor el doble de grande que el que ya tenía.

- ¿Dónde coño lo pongo? –volví a preguntarle, cuando colgó el teléfono.

- Joder, Eddi –me respondió casi indignada-. ¿No ves que te lo he subido para que puedas poner debajo las botellas que tienes ahí?

- Pero va a quedar muy alto, ¿no?

- Así se verá más, Eddi. Y se trata de eso, de que se vean. Esto de los chicles es impulso, ¿sabes? La gente entra a tu bar porque haces unos cafés estupendos, porque eres un tío simpático, no sé... Y si ven los chicles, los compran.

- Si es cuestión de impulso… Entonces, tú tienes algo en común con los chicles…

- Pues eso, Eddi –agregó, arreglándose la melena-; cuestión de impulso… Ahí te va a quedar el expositor estupendamente...

- Como quieras...

Porque es así.

Porque esta mujer consigue lo que quiere, se ve a la legua, y más de mí, que estoy rendido a sus putos pies y me la quiero follar a toda costa, a qué negarlo. Y ella lo sabe, qué coño.

Le puse otro café para entretenerla, para que no se fuera, e intenté saber de su vida, de sus cosas, no sé, joder, saber algo sobre ella; y cuando, con el tacto de un león marino, le pregunté qué años tenía, me dijo:

- Tengo los suficientes para no tener que pedir permiso a mis padres cuando me invites a cenar, Diablo.

- Te toca a ti invitarme –le dije-. ¿O es que mis cafés con espuma a medias no se merecen una buena cena?

- Que te crees tú eso –me respondió, levantándose para irse-a ver si te piensas que todo el mundo se atreve a estar al lado del diablo, Eddi; y yo me voy a arriesgar a estar unas horas compartiendo mantel con él.

- Joder Yolanda, te invito, vale...; pero no te vayas aún... –y volví a enseñar la patita de cordero por debajo de la puerta, como un inútil.

- Tengo que vender más chicles, ya sabes. Hablamos para eso...

Y se fue, claro.

Se fue sin dejarme un teléfono, una pista, nada. Sólo unos jodidos caramelos que no voy a vender nunca.

En fin... Cosas que le pasan a un hombre cuando siente que sin más ni más tiene una vida detrás de la bragueta.

Publicado el viernes, 9 de febrero de 2007, a las 0 horas y 36 minutos

TRES. Nunca he ganado un duro escribiendo, ni un euro, ni ningún jodido mecenas me ha ofrecido nunca una vida muelle a cambio de que escriba.

Es una putada porque sé que si me pagaran sería el mejor escritor, igual que soy el mejor camarero porque me pagan. Pero nadie se ha dignado nunca, y yo ya no me esmero gratis.

Lo normal en estos casos, y a estas alturas, y con este carácter que tengo y mantengo, es que me cagara en todo lo que se menea, que pusiera el grito en el cielo, que acusara a los editores y a los críticos de necios, de ciegos, de inútiles y de bastardos, y que, como un Ignatius J. Reilly con mandil y más delgado, clamara por las esquinas la conjura de los necios; pero no, no es ésa mi guerra, ni mi forma de entender este jodido asunto.

Nunca ha ido conmigo eso de hacerse la víctima, y tal vez por eso he tenido siempre la suerte de los perdedores. Y puede que haya perdido, joder, pero uno tiene que tener la dignidad suficiente para no dar pena.

A fin de cuentas, si no vivo de lo que escribo es porque soy un vago, porque apenas lo he intentado, y no porque nadie me comprende y todas esas mierdas que gritan los escritores mediocres a los cuatro vientos.

Tengo millones de cosas al día que no hacer, y soy feliz mirando al techo, fumándome un cigarro sin pensar en nada, dejando que transcurra el tiempo en una suerte de zen que no es sino desidia.

Llegado a este punto, sólo me muevo por dinero y por alcohol, y por unas piernas bonitas subidas a unos taconazos de vértigo.

Entonces, sí.

Entonces no hay nada que se me resista, qué coño.

Pero para cualquier otra cosa siempre necesito un empujón en forma de cheque a fin de mes; o un par de hostias, a qué negarlo.

Tal vez algún día cambie mi suerte, o siga igual de perro y de pobre, pero mientras tanto yo me basto sólo para fracasar, joder, y ese mérito es mío, y no tiene precio.

Publicado el viernes, 16 de febrero de 2007, a las 21 horas y 01 minutos

EL DIABLO ES ELLA. -¿Sí?

Estaba tumbado en el sofá escuchando música, a mi rollo, y no sé por qué cojones contesté al teléfono impertinente, por qué nunca aprendo a no descolgarlo, a dejarlo que suene hasta el aburrimiento, y no escarmiento y casi seguro que puede ser cualquiera y joderte la tarde.

Marta, para no variar, me había dejado solo en casa, porque ya no me aguanta y se lo pasa mejor haciendo su vida, entrando y saliendo sin contar conmigo más que para discutir o echar algún polvo a deshoras, joder, ¿cómo coño hemos llegado a esta situación que sostenemos de milagro?

-Eddi Vansi, ¿todo bien?

Carraspeé, porque supe de quién era esa voz y de pronto se me secó la boca. Apagué la música. Busqué rápido el vaso de ginebra que debía estar en algún sitio, lo encontré, le pegué un trago largo que me supo al agua de los hielos derretidos. Parece mentira que aún a mis putos años se me salga el corazón por la boca, pero fue lo que me pasó en esos instantes.

-Cleo… -contesté, porque era Cleo.

-¿Estás bien?

-Sí, lo estaba -le dije, con esa sinceridad que me sale justamente de los cojones en los momentos más inoportunos-Quiero decir...

-Vaya… -me interrumpió-. Entonces, de follar ni hablamos…

Y me reí porque menos mal, porque sólo Cleo es capaz de pensar en un polvo cuando es el fin del mundo y ella es la próxima en declarar ante el juez de guardia.

-No es eso Cleo –le expliqué, recuperando la seriedad y la consciencia que esta mujer consigue extirparme de cuajo- Es que no te esperaba, joder, entiéndelo...

-Qué decepción, Eddi Vansi –debió poner un mohín cuando me dijo esto-. Pensaba que no te habías olvidado de mí...

-Quiero decir... –dije, como si pudiera arreglarlo-. Que no te esperaba ahora mismo, así, tan de sopetón en esta tarde gris.

-Qué cuento tienes, joder... Sigues siendo el mismo cabrón de siempre.

-No te enfades, niña... Oye... ¿Estás en Madrid?

-Sí.

-¿Y eso?

-¿Desde cuando haces tantas preguntas a una conocida?

-Desde que te conozco, Cleo –no te jode-. ¿A qué has venido, anda, dime?

Porque Cleo es sinónimo de que algo va a pasar si es que no ha pasado ya. Porque si Cleo aparece el resto no importa. Y porque soy incapaz de resistirme a su perfume de lilas.

-Negocios, Eddi.

-¡Ah! –exclamé con interés-. Negocios...

-¿Quedamos?

-Me dan miedo tus negocios...

-No temas por mí, que sé cuidarme sola.

-De eso no me cabe la menor duda, Cleo.

-Bueno, Eddi Vansi, ¿te tengo que rogar aún más para poder verte?

-Un poco.

Y se río la muy puta. A sonora carcajada limpia.

-Eres el único hijo de puta al que he rogado algo en mi vida... Lo sabes, ¿no?

-Sí, lo sé, pero el resto no son Eddi Vansi, nosajodío… ¿Dónde te recojo? - Porque ya basta, y me muero de ganas de ver su melena pelirroja y de tenerla entre mis piernas.

Al cabo de una hora estoy puntual en el hall del hotel donde se aloja.

La veo bajar con su figura esbelta levantando la mirada de todos los varones con su pisar seguro sobre sus tacones de aguja y su media sonrisa inclinada hacia la izquierda y sus piernas interminables. Y la imagino de mi brazo y me queda bien imaginarlo: Cleo me sienta bien, aunque sólo sea de abalorio. Si fuera un utensilio útil en mi vida, me la habría arruinado.

Me besa en la mejilla con sus labios rojos.

La beso en los labios para saborearla.

Se coge de mi brazo. Nos ponemos a andar despacio y yo pienso que estoy en racha, que últimamente las mujeres, menos Marta, se me están dando de puta madre, joder, que me quejo de puro vicio y que su perfume de lilas me está poniendo cardiaco, así que me paro y le digo:

-¿Hablamos ya de follar, Cleo?

-Hablemos, Eddi Vansi.

Y sin dudarlo, deshacemos los pocos pasos que distan de su habitación.

Y la desnudo despacio mientras me va desnudando.

Y me hundo en sus pechos mientras ella aprieta mi cabeza contra ellos.

Y la beso y la muerdo y la babeo bajando hacia su ombligo.

Me excito tanto que la penetro casi sin darle tiempo a pensarlo.

Y ella gime, se mueve, me muero de gusto.

Como me gusta follarte, Cleo…

Porque follarse a Cleo es un puto placer de unos pocos, pero a esta mujer deberían jodérsela todos los hombres y mujeres de este asqueroso mundo, para que supieran antes de diñarla a qué sabe la jodida gloria.

Porque tiene un culo cojonudo hecho para el sexo, y una boca delicada en la que correrse es algo así como un nirvana místico.

Sé lo que me digo.

Sé lo que expreso porque he follado más de lo que hubiera querido, y con Cleo siempre es único.

Eso es, coño: Cleo es un polvo único.

Y tras el polvo, besé esa boca roja que antes me follaba, y creo que me estaba ofreciendo un cigarro cuando me quedé dormido.

Cuando desperté, no estaba.

Me levanté. Entré en el baño. Meé. Me vestí. Y, como años atrás, volví a salir por la jodida puerta sin saber muy bien qué cojones estaba haciendo, ni qué me estaba haciendo Cleo.

Y no ha vuelto a llamarme, joder. Y esto es lo que hay.

Publicado el miércoles, 21 de febrero de 2007, a las 20 horas y 20 minutos

Ilustración de Toño Benavides
L M X J V S D
1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26 27 28
  
  





Bitácoras de Bestiario.com:
Afectos Sonoros | Cómo vivir sin caviar | Diario de una tigresa
El mantenido | El ojo en la nuca | Fracasar no es fácil
La cuarta fotocopia | La guindilla | La trinchera cósmica
Letras enredadas | Luces de Babilonia| Mi vida como un chino



© Bestiario.com 2004
bestiario@bestiario.com

Un proyecto de TresTristesTigres