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ENSAYO SOBRE SU ENSAYO. Por éstas, que no vuelvo a leer en mi vida una novela de Saramago. Ya puede ponerse como se ponga, blandir su propaganda o su bastón o su premio nobel, que no pienso leer ni uno más de sus jodidos libros, así me maten. Que todo tiene un límite, coño. Hasta mi paciencia.

Y el caso es que la cosa empezó bien, sin embargo. Marta, que es menos detallista que compradora compulsiva, me regaló hace tiempo una edición de bolsillo de “Ensayo sobre la ceguera”.

- Me gustó la sinopsis – creo que me dijo-. Tal vez te guste. Es un premio nobel.

- Tal vez, Marta. Qué detalle.

- Lo vi de casualidad. Iba buscando un libro de esos de autoayuda para una amiga. ¿Te acuerdas de Cati? Bueno, cómo no vas a acordarte, si la misma noche que te la presenté te la quisiste follar.

Marta tiene la mala costumbre de sacar a relucir los trapos sucios en los momentos más inconvenientes, y yo la habilidad de hacerme el sordo, con lo que, casi siempre, nuestros rollos acaban en tablas. Y, sí, la tal Cati estaba para ponerla un puto piso. Cualquier hombre en su sano juicio y sobrio querría follársela; no digamos un borracho como yo.

- Yo nunca te regalo nada, joder –dije, en plan evasiva culpable.

- Como no lo haces nunca, tampoco lo echo en falta.

Y añadió, antes de darme un beso y salir pitando hacia sus cosas:

- En fin, échale un vistazo, si quieres, y así, además de aburrirte y beber, tienes otra cosa más que hacer en el bar.

Y le hice caso.

Y entre cafeses y ginebras el puto “Ensayo sobre la ceguera” me deslumbró, nunca mejor dicho. Estoy seguro de que hoy no pasaría de su quinta página, pero entonces me enganchó la historia, su estilo me pareció más original que pesado, y sus defectos, ahora tan evidentes, entonces, quizá por la novedad y el brillo de su idea, me parecieron virtudes.

Un espejismo, para seguir con las metáforas visuales.

Una mierda, para inaugurar las escatológicas.

Ya con “Ensayo sobre la lucidez”, el siguiente que leí, estuve tentado de tirar a la basura el libro decenas de veces, cansado del naufragio de su idea, de sus párrafos larguísimos y farragosos, de su punto de vista paternal, en fin, que te hace sentir, como lector, un gilipoyas; y lo terminé por pura lástima, que mira que es triste.

“La caverna” ha sido el colmo, el hasta aquí hemos llegado. No estoy por la labor de tragarme su morralla. Lo compré en un kiosko por un euro y no vale ni eso. Tendrían que pagar a los lectores por la pérdida de tiempo, qué coño.

Imagino que este hombre tendrá una legión de seguidores, y no discuto que tiene unas ideas brillantes, la valentía de llevarlas a cabo, y un estilo reconocible a kilómetros de distancia, pero, joder, que es un coñazo. Que acabas harto. Que naufraga. Que como escritor de relatos cortos no tendría precio, pero que sus novelas mayormente aburren a las moscas, y no es justo, joder, que nadie le diga que es imposible llevarle el hilo.

Que escriba lo que dé la gana, en fin; pero que conmigo no cuente. Que si pasa a la Historia, que pase; pero que a mí ni me interesa, ni me entusiasma, ni me encanta, ni me entretiene.

Que será un ochentón cojonudo y una buena persona, que no lo dudo; pero que como escritor le pueden dar morcilla.

Publicado el miércoles, 22 de febrero de 2006, a las 23 horas y 32 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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