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DE UN CUADERNO APÓCRIFO (1). El cinéfilo es el cinéfilo y su circunstancia. A veces sucede que la circunstancia desborda al cinéfilo y a éste no le queda más remedio que hacer ayuno de celuloide y, si acaso, refugiarse en esa otra moviola, más dúctil y caprichosa, de los recuerdos. En estas estaba el otro día quien suscribe cuando al fin la devoción lo impulsó a internarse en la primera sala que encontró a su paso, sin reparar apenas en el cartel disuasorio que anunciaba una insulsa comedia sentimental con Jennifer Aniston, una de esas variantes exasperadas del “ni contigo ni sin ti” con que de vez en cuando nos torturan las multinacionales palomiteras. Ni la película merecía reseña ni la tarde anécdota digna de contarse hasta que, una vez terminada la película, cuando se encendían perezosamente las luces de la sala y los asistentes bostezaban con ostensible satisfacción, este cronista reparó en un cuaderno de tapas rojas que alguien —un espectador de la anterior sesión— había olvidado en la butaca contigua. Uno reconoce que su primer pensamiento fue entregar el cuaderno al acomodador o a la taquillera para que se lo devolvieran a su legítimo propietario si decidía reclamarlo. Sin embargo, la curiosidad, que a veces se disfraza de demonio con tridente, llevó a este cronista a hojear el cuaderno como al descuido: sobre la retícula del papel cuadriculado, algunos garabatos, dos o tres dibujos con ínfulas de caricatura y, enseguida, unas líneas vacilantes que mostraban a un crítico de cine con cierto talento para el aforismo vitriólico. Sin dar tiempo a que el ángel con aureola se posara sobre su hombro derecho, este cronista huyó con el cuaderno bajo el brazo. No hace falta especificar, por tanto, que las notas que siguen son extractos fidedignos de un cuaderno apócrifo:
SOBRE KEN LOACH, EL VIENTO Y LA CEBADA
Lo peor que le puede pasar a un director inglés es haber nacido realista. Desconfíen de los realistas (la casa real y la casa de lo real comparten desván abuhardillado con derecho a cocina). Loach aprendió a leer con Adam Smith y a sumar con Marx. Por eso dos y dos le salen la revolución del proletariado. Sus dramas sociales tienen miga, a veces también corteza. Pero ahora se pone histórico. Y el viento agita la cebada durante dos horas de monólogo positivista. Al final acaba dejando la pantalla perdida de muertos, entre estos y aquellos, se intuye que los del viento y los de la cebada. La película termina en olor de santidad: Abel, Caín y un mártir, alguno más si contamos a los sufridos espectadores. Ganó la Palma de Oro. Cannes no es lo que era.
Publicado el domingo, 8 de octubre de 2006, a las 20 horas y 58 minutos
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DE UN CUADERNO APÓCRIFO (2). De nuevo le paso el micrófono a mi informante anónimo, o, mejor dicho, a sus notas volanderas abandonadas en la oscuridad de la penúltima sesión:
EL TIEMPO AMARILLO
HHH equivale a tres iniciales, tres movimientos y tres tiempos. Para el espectador occidental, Hou Hsiao-Hsien es uno de esos ilustres desconocidos que se asoman rara vez a la ventana de la distribución y son saludados con unas pocas salvas de bienvenida seguidas de un silencio sepulcral. Tres tiempos —me niego a reproducir el título largo y cursi, muy Douglas Sirk, que le han puesto aquí como sambenito— no se merece respuesta tan timorata. Es una película que entusiasma o fastidia, que fascina o mata de aburrimiento. Yo me acerqué al entusiasmo en la primera historia —juke box sentimental donde se escuchaban los ecos de otras inciales, WKW—, a la fascinación en la segunda —impecable recreación histórica de amores en sordina—, y al fastidio en la tercera —donde HHH vuelve al lugar del crimen de Millenium Mambo, su interminable versión del apocalipsis finisecular a ritmo de música techno—. Mi consejo a un buen amigo: disfruta con los dos relatos iniciales y dedícate a pensar sobre ellos mientras dura el tercero. Mi consejo a un buen enemigo: olvida las dos primeras partes y paladea el cromatismo urbano del tercer episodio.
NO ME LLAMES DOLORES, LLÁMAME LOLA
Lo que sé de Lola fue un auténtico filme shock en el último festival de San Sebastián. No me extraña. A mí casi me da un jamacuco. ¿Un drama sentimental protagonizado por Norman Bates, rodado en francés y filmado con el pulso narrativo de un Agelopoulos en coma profundo? No, ni siquiera se aproxima la descripción al batiburrillo de imágenes esquizoides, diálogos huecos y retórica con olor a naftalina que desprende semejante celuloide. Sólo se salva la esforzada interpretación de Lola Dueñas. Y una intuición a lo largo de los rollos que en el desenlace se vuelve certeza: los discípulos de Almodóvar acabarán por lapidar al padre. Y, si no, al tiempo.
LAS PUERTAS DEL CIELO
Wim Wenders es un pintor de iconos. Uno muy bueno, por cierto. A estas alturas a poco se les escapa que el cine de Wenders es una caravana abandonada en el desierto, un ángel con alas de celofán que mira desde lo alto de Berlín o el rostro de Denis Hopper en el último vagón de un tren. Después de fracasar en su intento de contar historias, Don’t come knocking, rebautizada aquí con préstamo de Dylan, regresa al territorio que mejor conoce Wenders: el otro Hopper, el pintor. Moteles nocturnos, muros carcomidos y canciones a destiempo para un filme que recupera las dotes de olfateo cinematográfico del alemán. Aunque la década del dos mil no son los ochenta, y Wenders tiene que justificar su apuesta con un argumento no demasiado sólido —muy parecido al de Flores rotas— y con algunos apuntes dramáticos más bien crípticos. Pero ni aun así consigue cargarse la película. El rostro surcado de arrugas de Sam Shepard pone el resto.
Publicado el domingo, 15 de octubre de 2006, a las 13 horas y 53 minutos
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IMÁGENES DEL MES. Un fauno visita a una niña en un caserón olvidado en algún lugar de la historia. Una mujer de negro aparece meticulosamente descuartizada en las ruinas de Hollywood. Guillermo del Toro empata con Brian de Palma en sordidez, emoción y buen cine.
Publicado el martes, 31 de octubre de 2006, a las 17 horas y 28 minutos
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