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LUJURIA, PRECAUCIÓN. O Deseo, peligro, que tanto monta, es la nueva película de Ang Lee, por la que este taiwanés errante se ha llevado otra vez el león (de Venecia) al agua, como ya hizo con Brokeback Mountain. Es curioso lo que a un servidor le pasa con el cine de Ang Lee: lo encandiló con sus primeros filmes sobre la familia oriental y occidental (Comer, beber, amar y La tormenta de hielo), lo dejó indiferente con sus ilustraciones de época (Sentido y sensibilidad), lo sedujo con sus epopeyas histórico-mitológicas (Tigre y dragón),
lo aburrió con sus andanzas de un monstruo verde (Hulk) y, finalmente, volvió a dejarlo más frío que un cubito con su revisitación del profundo oeste (Brokeback Mountain).

Ante emociones tan dispares, este cronista fue a ver Deseo, peligro como quien asiste a una cita largo tiempo aplazada. Sí, me habría gustado que me gustara Deseo, peligro. Pero esta vez tampoco pudo ser. Todo me suena a impostado en esta recreación de idealismos en formol y relaciones planas, guiadas antes por la lógica de la ficción que por la palpitación de los personajes. Lo de menos es que Leung le enseñe a su amante todas las posturas del Kamasutra. Lo de más, que quien suscribe no encontró la fascinación malsana que supuestamente había que encontrarle al tándem entre el torturador recalcitrante y la alegre colegiala. Tampoco diré que Deseo, peligro sea un bodrio, que no lo es, porque Lee maneja con soltura tiempos y atmósferas, pero el lustre de la recreación histórica se queda en nada si uno no entra en el juego de relaciones peligrosas que propone el celuloide. Al salir de la sala, me quedaba la sensación de haber visto una historia semejante mucho mejor contada en la que me pareció acaso la mejor película de 2007: El libro negro, de Paul Verhoeven.

Publicado el miércoles, 9 de enero de 2008, a las 22 horas y 38 minutos

CAMBIO DE VALORES (1). En estas fechas, el espectador paciente tiende a registrar en su retina las películas candidatas a los oscars, que suelen ir desembarcando con cuentagotas en nuestras pantallas. Sin embargo, últimamente este cronista cada vez advierte más cambios de valores (sobres e infras) con respecto a los juicios consumados por la crítica y bendecidos por el público. Así las cosas, abrimos aquí una lista de discrepancias con los honores excesivos y los sambenitos implacables que marcan la piel del celuloide.

Sobrevalorada: Expiación, de Joe Wright. Saludada con tímido entusiasmo a su paso por el festival de Venecia y galardonada con el Globo de Oro al mejor filme dramático, he aquí un indigesto cóctel entre La calumnia, Guerra y paz y Orgullo y prejuicio que le hace un flaco favor a la novela de Ian McEwan en la que se inspira. Wright no encuentra ni el tono, a medio camino entre la truculencia y la cursilería, ni el calado dramático que requería la historia. Cuenta, además, con uno de los epílogos más lamentables que este cronista ha visto en los últimos tiempos, con coartada intelectual y solución Titanic para intentar recoger los numerosos cabos sueltos del filme. Se salvan: la ambientación de época, la utilización de algunos recursos climáticos (el continuo repiqueteo de la máquina de escribir)... y poco más.

Infravalorada: American gangster, de Ridley Scott. A Scott no se le perdona su nomadismo estético ni su afán revisionista de los grandes géneros de Hollywood. Pero, aunque es cierto que recientemente se ha dormido (y a veces roncado) en los laureles, American gangster no merece la tímida respuesta que ha obtenido. Para disfrutar de esta buena película es necesario olvidarse de las coreografías operísticas de Scorsese y de las tramas familiares de Coppola. El filme de Scott renuncia a la epopeya para ofrecernos la intrahistoria de dos personajes menos antagónicos de lo que parece. Por otra parte, la aceleración de la historia en los años setenta dota a la cinta de una rara congruencia, como si los hechos que se narran estuviesen determinados por el propio devenir colectivo. Ahí es donde American gangster conecta con algunas de las propuestas más interesantes del policiaco norteamericano actual, como Zodiac. Muy bien escrita por Steve Zaillian y puesta en imágenes por Scott con menos brillantez de la que es habitual en él, pero con más sobriedad, tal vez no se trate de una obra maestra, pero sí de una cinta más que estimable. Destacan: el pulso narrativo, el duelo interpretativo Washington-Crowe, la filiación con el género de investigación.

Publicado el miércoles, 30 de enero de 2008, a las 15 horas y 04 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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