|
LUJURIA, PRECAUCIÓN. O Deseo, peligro, que tanto monta, es la nueva película de Ang Lee, por la que este taiwanés errante se ha llevado otra vez el león (de Venecia) al agua, como ya hizo con Brokeback Mountain. Es curioso lo que a un servidor le pasa con el cine de Ang Lee: lo encandiló con sus primeros filmes sobre la familia oriental y occidental (Comer, beber, amar y La tormenta de hielo), lo dejó indiferente con sus ilustraciones de época (Sentido y sensibilidad), lo sedujo con sus epopeyas histórico-mitológicas (Tigre y dragón),
lo aburrió con sus andanzas de un monstruo verde (Hulk) y, finalmente, volvió a dejarlo más frío que un cubito con su revisitación del profundo oeste (Brokeback Mountain).
Ante emociones tan dispares, este cronista fue a ver Deseo, peligro como quien asiste a una cita largo tiempo aplazada. Sí, me habría gustado que me gustara Deseo, peligro. Pero esta vez tampoco pudo ser. Todo me suena a impostado en esta recreación de idealismos en formol y relaciones planas, guiadas antes por la lógica de la ficción que por la palpitación de los personajes. Lo de menos es que Leung le enseñe a su amante todas las posturas del Kamasutra. Lo de más, que quien suscribe no encontró la fascinación malsana que supuestamente había que encontrarle al tándem entre el torturador recalcitrante y la alegre colegiala. Tampoco diré que Deseo, peligro sea un bodrio, que no lo es, porque Lee maneja con soltura tiempos y atmósferas, pero el lustre de la recreación histórica se queda en nada si uno no entra en el juego de relaciones peligrosas que propone el celuloide. Al salir de la sala, me quedaba la sensación de haber visto una historia semejante mucho mejor contada en la que me pareció acaso la mejor película de 2007: El libro negro, de Paul Verhoeven.
Publicado el miércoles, 9 de enero de 2008, a las 22 horas y 38 minutos
|