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YO MI ME CONMIGO. Está mal que yo lo diga, pero no paro de recibir emails de mis innumerables, por desconocidos, lectores, alarmados por mi falta de noticias y de post.

Que qué me pasa. Que si es que ya no escribo. Que si es que me ha dado una cirrosis galopante o una resaca como un pozo sin fondo. Que ánimo. Que adelante. Que aquí tienes mi email por si quieres emborracharte conmigo. Que conozco a un curandero africano que es la hostia. Que eres un hijo de puta. Que escribes de pena. Que no engañas a nadie con tu pose. Que fijo que estás forrado y vives del cuento. Que aquí tienes mi número por si quieres follarme.

Joder, no doy abasto.

Y, no, no ocurre nada. Bajé a Granada el pasado puente. Vi a Cleo. He vuelto hace unos días. Sigo con mi bar y con mis neuras. Pueden estar tranquilos mis miles de lectores.

Sólo, que yo pensaba que esto de escribir sería más fácil. Que se me iba a dar mejor. Que me iba a dar más tiempo.
Yo pensaba: “Eddi Vansi, escribir un puto blog es pan comido, tan sencillo como contar lo que te pasa, con quien hablas, a quien te follas, cuántas botellas de ginebra eres capaz de beberte en una noche, y cosas por el estilo”.

Y también: “Eddi Vansi, es tu hora; tú no tienes nada que envidiar a esos cabrones que publican libros o escriben en la prensa, a ti se te da de puta madre mentir en un papel, mentir en general, y ahora tienes la jodida suerte de contar con esta página para hacerlo”.

Debería haberlo pensado más, creo. Tengo tendencia a la autocomplacencia cuando pienso. Pero claro, es lo que podría esperarse de un perdedor como yo.

- Te lo tienes muy creído Eddi Vansi –recuerdo que me dijo Marta, allá por noviembre, el día que le comenté este asunto-. Ten cuidado, no vuelvas a joderla. No digo que no tengas razón, que para ti escribir es como joderme, pura rutina, que lo sé ¿eh?; pero que el movimiento se demuestra andando, y habrá que verte, y tendrás que dejar de beber tan a menudo. Y disciplinarte, coño.

- Cada vez tienes más cosas en común con mi madre, Marta.

- No te digo nada que no sepas, Eddi Vansi.

- Bukowski era un borracho, un indisciplinado, un perdedor que tuvo la suerte de saber engañar a su público, Marta. Y mírale...

- Tu soberbia no conoce límites: Bukowski tuvo más cojones que tú de aquí a Lima.

Yo pensaba que Marta no sabía de lo que estaba hablando, ni con quien, y que uno tiene que creerse el mejor en todo lo que hace, aunque seas un mierda. Aunque fracases, como tengo por costumbre. Aunque te den sopas con onda esos cabrones que publican libros o escriben en la prensa.

Escribir no es tan complicado coño, llevo haciéndolo toda mi vida.

Yo pensaba que la cosa era creérselo y organizarse; acostumbrarme a escribir ciertos días a ciertas horas, en el bar, en casa después de la cena, no sé, y que todo iba a salir redondo. Como salía en mis años de universidad, cuando publicaba relatos porno en aquel fanzine irreverente y era todo de puta madre, y yo tenía 20 años menos y el orgullo intacto del que se sabe poseedor de la verdad absoluta en el bolsillo trasero del pantalón.

Pero, joder, qué razón tenía Marta, y cuánto me está costando esto de un tiempo a esta parte. La primavera me está sentando como una patada en los huevos. En el puto mes de abril sólo he subido dos jodidos textos, y eso no hay lector que lo resista.

Prometo enmendarme, en fin.

Espero que aún esté a tiempo y que quede algo de ginebra en esa puta botella.

Publicado el lunes, 8 de mayo de 2006, a las 0 horas y 07 minutos

¿NO VAS A BESARME?. Llegué antes de la hora acordada a mi cita con Cleo.

Me senté en la terraza del bar a observar la Alhambra y la luna y esa casa ruinosa que interfiere en el paisaje, y que me sigue recordando a la mansión de Psicosis.

Me encendí un cigarrillo. Me pedí una cerveza.

Unos músicos callejeros tocaban jazz y hacían de la noche un lugar habitable.

Granada está cambiada, más ciudad, más cosmopolita, más sucia y ruidosa.

Sin nada a mano que leer, sin otra cosa en la cabeza que el dibujo de cómo sería Cleo después de tanto tiempo, la espera se me hizo eterna.

“Cálmate Eddi Vansi” me dije “Cleo es como los perros, huelen el nerviosismo humano”.

Y es que estaba jodidamente nervioso. Parecía que en vez de ver a esa vieja amada iba a descolgar el teléfono rojo de la Casablanca. Pero, eso no me excitaría tanto, seguro…

-Eddi Vansi…

Coño, su voz apareció en mi espalda. Bebí un sorbo grande de cerveza, cogí aire, puse cara como de que qué me importa a mí esta tía, y me giré… Y allí estaba. Delgada, alta, pelirroja, bella. Con unos vaqueros que se ceñían a sus piernas como un guante y una camisa de seda que insinuaba unos pechos descubiertos…

-Cleo… -dije, y le sonreí.

-Jodido Eddi Vansi… -me dijo, y me sonrió-. ¿No piensas besar a esta vieja amiga?

-La Alhambra no me lo perdonaría, Cleo...

Nos besamos. Estaba tan caliente que me la habría tirado en la mesa de aquella terraza, pero nos dimos un beso en los labios, fugaz, imperceptible, de quinceañeros.

- ¿Estás tomando algo?

-Una caña, ¿otra para ti?

-No, termínala, nos vamos a una fiesta a casa de unos amigos.

-Estupendo...

Claro, a una fiesta. No a follar, no; a una fiesta. ¿Cómo no se me había ocurrido a mí? Hace mil años que no nos vemos, y lo que más me apetece es ir a una fiesta en la que no conozco a nadie. Jodido. Me quedé jodido, pero, ¿iba a decirle que no? Uno no puede negar nada a una melena pelirroja recogida en un moño mal hecho adrede.

Apuré la cerveza que quedaba en el vaso. Me levanté. Cogí a Cleo. Le di otro beso, esta vez sincero y caliente. Paseamos. Subimos callejuelas. Nos besamos más veces y mejor.

-Estás muy guapa, Cleo.

- Tú tampoco...

- Muy guapa..., y muy sincera. ¿Has pactado algo con el diablo?

-No, no hago tratos con conocidos, Eddi Vansi…

Llegamos en pleno Albaicín a una casa moderna fruto de la especulación del barrio que, con su aire de Bau Haus, y como la antedicha casa de Psicosis, rompía en añicos el encanto del paisaje.

Un mayordomo nos abrió la puerta. Atravesamos un jardín. Cleo me cogió la mano como si fuéramos novios. Entramos en la casa. Yo estaba entre encabronado y nervioso, diciéndome si no debería mandar todo al carajo e irme.

Se oyeron algunas voces al fondo:

-Es Cleo… Divina Cleo… ¿Traes compañía?

Llegamos a un salón acojonante, de revista, tan amplio como una jodida plaza de toros. Alrededor de diez personas se volvieron hacia nosotros y nos miraron expectantes.

- Lo prometido es deuda –les dijo Cleo. Se separó un metro de mí e hizo el gesto de presentarme-. Este es Eddi Vansi, señores.

Publicado el lunes, 15 de mayo de 2006, a las 12 horas y 13 minutos

UN PULPO EN UN GARAJE. No me gustan especialmente las fiestas, menos aún las que se hacen por sorpresa. Y nada, las que se hacen en mi honor.

Cuando la cabrona de Cleo me introdujo en ésta y me presentó a sus jodidos invitados yo quise matarla, me froté los ojos, pensé fingir un desmayo o montar un brote psicótico para darle a la escena más realismo. Pero no me quedó más opción que verme como un actor de segunda obligado a interpretar un guión que ni siquiera me habían pasado.

-Este es Eddi Vansi, señores – recuerdo que les dijo la muy puta.

Entonces se montó un pequeño revuelo, como si no hubieran visto en su vida a un cuarentón mal cuidado con cara de pocos amigos acompañado de una piba de escándalo.

Alguien, a los pocos segundos, bajó el volumen de la música. Un vaso, al fondo del salón, se estrelló contra el suelo. Escuché alguna que otra risa mal contenida, alguna tos disimulada y, durante breves segundos, mastiqué el jodido sabor de una fama efímera, poseedor de una prestancia improvisada que me hacía protagonista, al parecer, de un momento mágico.

Cleo, encantada con el espectáculo, soltó su melena pelirroja para llamar, más aún, la atención sobre nosotros.

-Yo soy Eddi Vansi, señores – les dije-. ¿Alguien tiene una pistola o una horca o una botella de ginebra?

O una salida de emergencia. O un relajante muscular. O un brazo extendido al que agarrarme para salir de ese agujero infecto.

-Estás en tu casa, Eddi Vansi, relájate –me contestó Cleo.

-Y una mierda –dije, acercándome a un mueble bar surtido de puta madre-. A mi casa nunca llevaría a esta panda de tarados.

-Son adorables. Aún no les conoces.

-Pero ellos a mí, sí. ¿No?

-Bueno –me dijo, mirándome como si fuera su cómplice- algo sí les he contado... Tranquilo, que no van a molestarte si no quieres. Saben que eres un hijo de puta.

Me serví una copa.

-¿Tú qué quieres?

Le serví su copa.

Miré alrededor. Pasada la sorpresa y apagadas las risitas que provocó mi comentario, la mayoría de los invitados nos miraban, pero ninguno hacía otra cosa que eso. Parecía que nos separaba una mampara de cristal, un fuerza electromagnética, algo raro.

Conté cuatro mujeres, además de Cleo. Una, que debió de ser la que rompió el vaso, al fondo, estaba borracha y muy apetecible.

Otra estaba de espaldas, con un culo de puta madre, charlando con un maromo cincuentón que tuvo mejores épocas. Otra tenía pinta de puta. Otra era fea.

Me bebí la copa de tres rápidos tragos. Me puse otra. Me encendí un cigarro. Joder sí que había que estar borracho aquella noche.

-Yo sólo quiero follarte, Cleo. ¿Qué coño estamos haciendo aquí?

-Quiero que conozcas a mi gente, Eddi Vansi. Quiero que conozcas a quiénes he encontrado mientras he estado buscándote.

Lo que quería decir que o bien había estado ingresada en un psiquiátrico la mitad de nuestra separación o se había tirado a toda esa gente, mujeres incluidas. Lo que quería decir, en definitiva, es que no tenía ni idea de qué sentido tenía esto, la fiesta, estar yo allí. ¿Acaso íbamos a rodar una peli porno? ¿Acaso me iban a dar de hostias sus numerosos amantes? ¿Acaso yo también estaba para encerrar en un loquero?

En esos instantes de duda y desconcierto se acercó a nosotros un tipo con cara de simpático y una camiseta negra con una ilustración de puta madre, al estilo de Toño Benavides.

-Alberto, éste es mi hombre –me presentó Cleo.

-Encantado, soy su hombre- resolví decirle al varón que me miraba por encima de sus lentes con afán curioso.

-El placer es mío –dijo Alberto-. Tenía muchas ganas de conocer al hombre que rechazó a Cleo.

Me atraganté como un pardillo en una comedia de sobremesa.

-Tenía cosas que hacer aquella mañana...

-Tiene los cojones bien puestos, Señor Vansi. Nadie dice no a Cleo. Por lo menos ninguno de los que nos encontramos aquí.

-Pues estoy a punto de repetir la jugada, Alberto.

Los dos se miraron. Los dos se rieron, pero a mí la historia no me estaba haciendo ni puta gracia. Se separaron de mí como quien no quiere la cosa y me dejaron solo al lado del bar.

Me acabé la copa. La rellené. Miré alrededor de nuevo. Conté seis hombres, que sólo tenían en común un toque intelectualoide y millonario. ¿Cómo podía Cleo haberse follado a semejante plantel?

Con la tercera copa en la mano me sentí mejor, más tranquilo, más a tono con aquella reunión de viciosos.

Aquello comenzaba a resultarme cada vez más surrealista. También más interesante: Todos los años que me habían separado de Cleo comenzaban a tomar forma, a plasmarse en una realidad que distaba kilómetros de la mía. De aquella pelirroja bohemia de piernas interminables no quedaba apenas nada. O por lo menos, en aquel lugar, ni Cleo era aquella Cleo, ni yo era yo siquiera. Pero tenía que intentarlo antes de irme, joder. Era imposible dejar la historia a medias, porque mi historia, sin la de Cleo, ni es historia ni es mía. Además, ¿cómo podría digerir otra eternidad con ella en la cabeza sin terminar de reconocerla?

La busqué con la mirada, y la encontré besándose medio tumbada en un sofá con el tal Alberto, acariciándose las respectivas entrepiernas con un afán digno de mejores causas.

“No me jodas”, me dije.

Me acerqué furioso al sofá. Ella me vio y se levantó toda dulce.

-Eddi Vansi…

Me asió el cuello de la camisa y me besó.

-Déjate de tonterías – le dije, agarrándola de los brazos para que no se escabullera, para que esta vez no fuera ella la que me dejara tirado en mitad de esa marabunta ansiosa de no sé qué exactamente- ¿Por qué coño me has traído aquí?

-Para que veas. Para que sepas que no he encontrado a nadie como tú. Que todos estos babosos que me adoran no te llegan ni a la suela de tus jodidos zapatos, Eddi Vansi…

-¿Y a mí que coño me importa? ¿Te crees que a mí me importa un carajo esa mierda? Estás fatal, Cleo. Yo me voy. ¿Te vienes de una puta vez o te quedas?

-Ponte otra copa, Eddi Vansi, anda –y me dio otro beso largo y delicioso-. Disfruta, joder. Estas cuatro mujeres las he traído para ti. Son amigas encantadas de conocerte. Cualquiera de ellas hará todo lo que sueñes. Déjate llevar y bebe y fóllate a la que quieras.

-Menos a ti.

-Menos a mí, sí. Hoy, sí.

¿Quién entiende a esta mujer de pelo rojo?

En la cuarta copa sentí rabia, pero Miles Davis, al que alguien tuvo la genial idea de pinchar, me sopló desde el más allá que Cleo tenía razón, que lo mejor era dejarme de hostias y lanzarme a tumba abierta.

En la quinta copa ya estaba charlando con la fea y no sentía más que sed. Se llamaba Cris. Treinta y siete años. Divorciada. Dijo que me conocía de vista, de los años de la facultad. Que podíamos irnos al piso de arriba y probar su boca. Que tenía ganas. Que leía este blog.

A la séptima copa dejé a la fea, fui al baño, vomité, me lavé la cara, volví al salón de marras, perdí de vista a Cleo, y busqué a la borracha.

La encontré detrás de un sofá, al fondo, gimiendo, debajo del señor cincuentón que al principio hablaba con aquella del culo de puta madre.

Seguí bebiendo y balbuceando sandeces e improperios a los invitados con los que me chocaba.

El amanecer me pilló sentado en un sillón de esos incómodos y modernos, conversando (es un decir) de música con un tal Marino, el amante melómano de Cleo.

Serían las nueve de la mañana cuando el mayordomo me acompañó y me sujetó hasta la puerta, me ayudó a atravesar el jardín y me despidió a pleno sol en la puta calle dándome una palmadita amistosa en la espalda.

-Lleve cuidado, señor Vansi. Buen día.

-Anda y que te follen.

Bajar el Albaicín se me hizo interminable entre el alcohol y las cuestas… Me sobrevino un ataque de risa incontrolado y compulsivo pensando en lo jodido que sería atravesar aquellas calles subido encima de unos malditos tacones.

Joder… Nadie dijo que fracasar fuera fácil, y mucho menos, si lo intentas hacer de una manera elegante.

Publicado el miércoles, 31 de mayo de 2006, a las 16 horas y 53 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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