www.bestiario.com/eddivansi

PLAYBACK. La otra noche terminé tarde de trabajar. Tan tarde que era demasiado temprano para volver a casa y ver a esa Marta que se deshace de mí entre pegote y pegote de rimel. Por eso, decidí dar un paseo, deambular por donde los pies me llevasen, sin más brújula que la pura suerte, a cualquier tugurio, daba igual, joder, era viernes.

Caminé un buen rato contándome mis cosas, mirando al suelo, al margen, sin prisa, como suelen hacer los que van a suicidarse o a comprar el pan o a entrar en un colegio y liarse a tiros con la gente.

En un momento dado entré en un bar a comprar tabaco. En otro, me paré a mirar dos piernas y un culo formidables... La calle hervía de gente aún a esas horas, y yo solo era jodidamente feliz, qué pasa.

En una acera cualquiera, al parar a encenderme un pitillo, vi un neón impresionante que rezaba: “Karaoke”…, así, con todas sus letras de luz dando por saco.

Cavilé un largo rato como si, más que entrar a un garito hortera, estuviera decidiendo mi declaración como imputado en alguna causa y es que, joder, uno tiene una mala reputación que conservar. Intenté resistirme, mirar a otra parte, pero allí estaba ese reclamo inexorable y, total, no tenía nada que perder, tampoco nada que ganar, y qué coño, entro donde me sale de las narices.

La primera impresión fue la de un puticlub cutre, uno de esos de mala muerte en los que las prostitutas más que insinuarse se resisten, por más que sepan que les vas a pagar de sobra.

La segunda es la que te hace preguntarte de nuevo qué cojones estás haciendo allí, por qué a veces haces cosas en las que no te reconoces y te preguntas quién coño es ese tipo con tu nombre que anda contigo y te lleva a donde no irías ni borracho.

Y, lo más jodido, lo que no tiene vuelta atrás ni explicación alguna es que, además, lo estás haciendo sobrio.

Me acerco a la barra como el que se acerca a un salvavidas y le pido Tanqueray con dos hielos a una camarera exuberante que ni se inmuta.

O está sorda (cosa que sería de agradecer en un sitio como éste), o le trae al fresco todo, como si pido arsénico, porque la cabrona se toma su tiempo para ponerme la ginebra.

- ¿Viene usted solo? –me dice, cuando me la sirve.

Miro a ambos lados.

- Si no me ha seguido nadie, sí...

- ¿Va a cantar algo, caballero?

¿Cantar algo? ¿Yo? Coño, claro que sí. Para empezar algo de copla y ya, cuando caliente las cuerdas, me pongo con algún tema serio. No te jode…

- No, no gracias. Pasaba por aquí, sólo eso...

- Pues tiene usted una voz excitante...

Vaya, qué suerte, me dije: puede que esta noche no vaya tan mal como pensaba.

- ... Podría probar... Seguro que se gana el aprecio del público y, no crea, de vez en cuando entra algún productor musical en busca de talentos... No sería el primero que...

- Prefiero ser el primero que se acaba esa botella de Tanqueray, niña... Y después te canto lo que quieras... –la corté sonriendo.

Su sonrisa acompaña mi último trago.

- Ponme otra, anda...

- Tendría éxito, estoy segura…

- No sabes lo que dices...

Me sirve la copa y un idiota al fondo de la barra la reclama justo en el momento en que pensé que tal vez, si ella quisiera...

Y me deja solo. Joder.

Miras indiscreto alrededor. Te vas haciendo el cuerpo y reconoces que más que un puticlub, aquello es el “Hogar del divorciado”, con sus cuarentonas calientes en busca de alguien que las rellene y los borrachos pasados de rosca haciendo de aprendices de Bisbal. ¿Pero es que esta gente nunca ha tenido veinte años?

Un grupo de colegazos canta a voz en grito una canción de Estopa, desentonados y felices, con dos cojones, ahí, desgañitándose. Como si el mundo se acabase y tuvieran que salvar a la humanidad a base de chillidos.

Me concentro en la bebida porque, con la edad, de lo que te das cuenta es que lo único que tienes en común con las estrellas del rock es tu devoción por el alcohol.

Al otro extremo de la barra, una rubia despampanante hipnotiza con su lengua a un chaval que bien podría ser su hijo. “Qué suerte tiene ese cabrón”, me digo con envidia.

Este sitio es la hostia, joder.

Cuando ya estoy pensando en irme la camarera se acerca por mi espalda, me sorprende, me dice:

- ¿No se anima?

- ¿A qué? –respondí con sarcasmo- ¿A suicidarme?

La chica se ríe de nuevo. Hablamos. Se llama Vicky. No debe de tener más de veinticinco años. También tiene un culo estupendo y unos pechos enormes y unas medias de red que me ponen cachondo, y que me provocan una necesidad apremiante de meter mis manos entre sus piernas y pegarle un buen pellizco. Me tengo que contener. Pero qué coño, me animo al menos a intentar conquistarla siquiera por el gusto de perder.

Y ya me importa un carajo que la luz rojiza del antro me recuerde a mis peores pesadillas puteras, o verme reflejado en las conductas de algunos de los varones allí presentes, o que la rubiaza le de sopas y tetas al chaval con suerte y, a la vez, a mí me saque obscenamente la lengua.

- Ponme otra, anda... –le digo-. No sé cómo puedes trabajar aquí, joder...

- Sólo los viernes y los sábados –me dice-. Tampoco está tan mal, no crea. A veces te ríes, y a veces entra una voz como la suya y la noche gana muchísimo...

- ¿A qué hora terminas?

Un tipo con la misma voz que Nino Bravo con cáncer de garganta interrumpe este momento crucial desentonándose con emoción incontenida, y apenas me deja escuchar las palabras de Vicky.

- ¿A las cinco? –le pregunto contrariado-. Perdona, no te oí...

- No, no no... Mi chico, que mi chico viene a buscarme a las menos cinco…

- Ah... –exclamo muy bajito.

- Trabaja de portero en una discoteca de esta misma calle, más arriba...

- Ya, ya... Entiendo...

Entiendo que son las siete menos veinte, que corro cierto peligro, que los porteros de discotecas suelen ser jodidos armarios de cuatro puertas curtidos en cientos de peleas con borrachos, que yo soy un borracho, que no tengo nada que hacer con esas medias de red sino masturbarme soñando que las desgarro con los dientes, no sé, y que como su chico me pille intimando con ella de la hostia que me va a dar voy a cantar mejor que Camarón.

Acepto la derrota, claro, qué remedio. Uno es alcohólico, pero no gilipollas.

Joder, qué mayor me siento a veces.

- Ha sido un placer conocerte, niña....

- ¿No se anima entonces? De verdad que tiene una voz...

- Otro día, Vicky. Otro día...

Apuro la copa. Pago mi cuenta. Le sonrío. Echo un último vistazo al garito, más deprimente según pasan los minutos. Miro la hora. Menos cuarto. Debe hacer un frío de la leche en la calle, pero la bebida me abriga lo bastante como para que me importe una mierda.

Amanece.

Madrid es la hostia, coño. La noche no se acaba en todo el día. Sigue habiendo un montón de gente por la calle, mayormente borrachos. Las piernas de vértigo y los culos formidables han desaparecido de la escena, a buen recaudo encima o debajo de sus príncipes, o de lo que creyeron príncipes y cuando despierten no serán sino ranas. Y qué me importa.

La cosa es que tardo casi veinte minutos en coger un puto taxi y que pasada la ginebra, comienza a hacer un frío del carajo.

En casa Marta no me espera, pero está. Me da que por poco tiempo, pero mientras esté reconforta tumbarse en la cama y correrse hacia ella y abrazarla aunque proteste, y sentir su calor en la sábana, y su culo desnudo siempre tan redondito y apetecible pegado a mi sexo, que empieza a moverse por sí solo.

- Déjame, Eddi, déjame –me medio gruñe entre sueños pero dejándose hacer-. ¿Qué tal, dónde has estado?

- En un karaoke...

- ¿En un karaoke? No me jodas, Eddi Vansi... –y se da la vuelta, me sonríe con los ojos cerrados, me besa despacito-. Estás como una cabra...

Le beso los párpados, la nariz, le muerdo los labios...

- Ya ves... No tenía sueño...

Estoy cachondísimo.

- Y qué tal...

- Bueno, coño... No es un antro peor que los grandes que he conocido…

- Nunca me has llevado a un karaoke, cabrón...

- Tampoco al Bolshoi, Marta...

Y de la última vez que fuimos al cine juntos hace ni te cuento.
Y si te pones a pensar, Marta, la jodimos haciéndonos esto, dejándonos llevar por la rutina y la desidia y el me da lo mismo, ve donde quieras, no me apetece...

Pero no se lo digo, porque nos estamos riendo imaginándonos en el Bolshoi y ya da igual; porque se sube encima de mí, frotando su sexo contra el mío, y por unos segundos nos vemos como lo felices que fuimos alguna vez, y después hacemos el amor como en los viejos tiempos, cuando no existían karaokes y ninguna camarera se me resistía, y joder, Marta, sigue, coño, sigue...

Publicado el jueves, 29 de marzo de 2007, a las 16 horas y 37 minutos

Ilustración de Toño Benavides
L M X J V S D
1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26 27 28 29 30 31
  
  





Bitácoras de Bestiario.com:
Afectos Sonoros | Cómo vivir sin caviar | Diario de una tigresa
El mantenido | El ojo en la nuca | Fracasar no es fácil
La cuarta fotocopia | La guindilla | La trinchera cósmica
Letras enredadas | Luces de Babilonia| Mi vida como un chino



© Bestiario.com 2004
bestiario@bestiario.com

Un proyecto de TresTristesTigres