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POÉTICA DEL CINE DE ACCIÓN. Las carteleras estivales, tan proclives como siempre a estrenos fugaces y a productos fungibles, han hecho coincidir dos películas que bien podrían adscribirse al género del cine de acción, aunque se enfrenten al mismo desde distintos enfoques. La primera de ellas, Misión imposible III, del debutante J. J. Abrams, constituye la tercera entrega cinematográfica de la saga que ha venido a desbancar al tradicional cine de espías que proliferó durante la «guerra fría». No en vano, el Ethan Hawke que encarna Tom Cruise resulta bastante menos anacrónico que James Bond, ese agente con rostro multiforme al servicio de Su Majestad, y con licencia para matar. La segunda, Domino, es el singular biopic de la modelo y cazarrecompensas Domino Harvey que han urdido Tony Scott y el guionista Richard Kelly (autor de Donnie Darko).

Lo curioso es que ambas cintas, en apariencia cercanas, plantean perspectivas antagónicas en cuanto a la concepción de lo que debe ser la puesta en escena o el desarrollo del discurso cinematográfico. Vaya por delante que a este cronista le parecen estupendas las dos primeras «misiones imposibles», tanto la película inaugural de Brian de Palma como la secuela de John Woo. Mientras que de Palma diseñó a un héroe frío y casi aséptico envuelto en una intriga que funcionaba como un juego de espejos, Woo rodó una película mucho menos distante y bastante más hortera, que en cierto modo daba carpetazo al bizarro debate sobre la estética del simulacro en el cine contemporáneo que había suscitado la primera parte. La tercera Misión imposible es un filme menos personal que los anteriores, pues presenta a un héroe hasta cierto punto convencional —un Hawke a punto de abandonar por amor su vida aventurera— en una intriga que al espectador no puede sino resultarle familiar. Sin embargo, asumiendo los tópicos de la película de Abrams, hay que concederle al menos la virtud de no haberse limitado a calcar las escenas de sus hermanas mayores y de ser capaz de mantener la atención del respetable gracias al buen pulso de una dirección que encadena persecuciones, estallidos y tiroteos con una habilidad que para sí querrían algunos veteranos del género. Al modesto triunfo de la película contribuye también la aparición estelar de Philip Seymour Hoffman —aquí algo más contenido que en Capote—, quien introduce un par de trucos de cambios de identidad que no habrían desagradado al John Woo de Face Off.

Si Misión imposible III transmite la impresión de ser un mediocre guión bien plasmado en imágenes, con Domino ocurre justo lo contrario: el espectador siente que se encuentra ante una buena historia narrada con irritante arbitrariedad. Tony Scott, a quien los árboles le impiden a menudo ver el bosque, parece encantado de poner en imágenes la biografía de Domino de la forma más artificiosa posible. Sin embargo, los efectismos de una realización deudora de las maneras estéticas del videoclip, las constantes trampas de un guión redactado para desconcertar al espectador y los diversos homenajes / plagios que se dan cita en la pantalla, desde Quentin Tarantino a Robert Rodríguez pasando por Oliver Stone, acaban por limitar el interés de una película que promete más de lo que ofrece. Algunos apuntes aislados de la intriga o del carácter de los personajes —los magníficos secundarios—, así como la interpretación de los actores, sobre todo de un remozado Mickey Rourke, son las principales bazas de una cinta que hubiera ganado mucho si no jugase con cartas marcadas. He aquí la enésima demostración de que en el cine dos y dos rara vez suman cuatro.

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Publicado el martes, 25 de julio de 2006, a las 15 horas y 42 minutos


[1] www.porterodenoche.blogspot.com
Comentado por malakorde | 31/7/2006 02:39
[2] Escribes bien. ¿Te sirve eso para ir al cine, para disfrutar de las películas?
Comentado por Curioso | 01/8/2006 20:21






Ilustración de Toño Benavides
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