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¿QUÉ SE HIZO DE LA COMEDIA ROMÁNTICA?. Se preguntará el espectador que en la calma chicha de los estrenos estivales se haya decidido a probar suerte con La casa del lago, de Alejandro Agresti, o Promedio rojo, de Nicolás López. Y es que, al margen del origen latinoamericano de sus realizadores —el primero argentino y el segundo chileno— y de su difusa filiación genérica, ambos filmes recorren caminos divergentes para desembocar en un mismo punto.

La casa del lago se ciñe a las derivaciones de la comedia romántica aderezada con ingredientes más o menos fantasiosos. Cabe suponer que, ante la proliferación de películas del tipo «cuando X encontró a Z» que se dio en los áureos noventa, los productores optaron por rizar el rizo añadiendo a las habituales intrigas sentimentales unas ciertas dosis de misterio sobrenatural. El asunto ya empezó a vislumbrarse con Kate and Leopold, que señaló el declive de la hasta entonces omnipresente Meg Ryan y que juntaba a dos personajes de distinta época en un bucle temporal más o menos improbable. Pues bien, La casa del lago recupera la desconexión cronológica de los protagonistas —aunque en este caso, diría Gardel, «dos años no es nada»— para tejer un híbrido tirando a bizarro entre Regreso al futuro y Mientras dormías. La mezcla explosiva, que tiene su enjundia, mantiene el interés durante el primer cuarto de hora, hasta que el espectador no demasiado dormido puede prever no sólo la evolución de la trama, sino también los trucos que Agresti se dispone a sacar de la chistera con pericia de prestímano resabiado. Al cabo de un rato la película ya se ha perdido por vericuetos psicológicos, guiños a Tú y yo —qué manía con el pobre McCarey— y trampas de guión que no desdeñaría el mismísimo Shyamalan. Y, mientras el espectador se sumerge en su butaca, pugna con Morfeo o ronca obstinadamente, los personajes se despeñan hacia un imposible happy end que sólo justifica la voluntad del director. El veterano e irregular Agresti, encantado con tener a Keanu Reeves y a Sandra Bullock en el reparto, resuelve las numerosas incógnitas que plantea la película por omisión, pues ni siquiera se preocupa por urdir una mala explicación para los cabos sueltos que deja un guión con más agujeros que un queso gruyer. Al final va a ser cierto lo de que el futuro del cine dependerá de un ordenador que procese fórmulas matemáticas. Aquí la operación es simple: tarjeta postal+almíbar+actores desnortados= bodrio seguro.

En los antípodas del esteticismo rosáceo de La casa del lago, Promedio rojo se presenta bajo el marchamo de una comedia freak bendecida por los temibles gustos cinéfilos de Quentin Tarantino y Santiago Segura. En verdad Promedio rojo resulta un ejercicio revulsivo: a los cinco minutos el espectador desearía salir pitando de la sala y exigir la devolución del importe de la película. Y es que los primeros compases de la acción, que transcurren entre sandeces varias, viejos chistes de sal gorda y recurrencias onanistas, no presagian nada bueno. Sin embargo, conforme pasan los minutos la cinta empeora, sobre todo cuando irrumpe la historia amorosa del protagonista, adicto a los tebeos y sin demasiado atractivo para las adolescentes repipis que surcan la pantalla. En vez de transgredir los códigos de la comedia escolar, como hizo Wes Anderson en su Academia Rushmore, López no pierde oportunidad de varar en todos ellos: novatadas brutales, profesores idiotas, fiestas disparatadas y traiciones sentimentales se dan cita en un mosaico confeccionado a partir de retazos de Porky’s y American Pie. Al final, las referencias cinéfilas y al mundo del cómic —los gags del abuelo muerto emulando secuencias de La guerra de las galaxias, uno de los escasos aciertos de la película— se convierten en el único aliciente para una historia mil veces vista, casi siempre mejor contada, y que ni siquiera tiene a su favor la coartada de la heterodoxia: pocos argumentos son, en esencia, más convencionales que el de este Promedio rojo cuya deriva certifica un decisivo cameo de Santiago Segura. Con todo, no le falta razón a López: en nuestro argot académico, su opera prima se ha ganado a pulso un «muy deficiente».

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Publicado el viernes, 7 de julio de 2006, a las 20 horas y 05 minutos








Ilustración de Toño Benavides
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