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EL GRAN CAFÉ DE MIERDA. Cualquier opción hubiera sido mejor que esta: el fin del mundo, un cataclismo, la reencarnación de los muertos o perder tres manos seguidas al póker. Pero no, las opciones son unas hijas de puta, demasiado diría yo y nos dejan poco donde elegir. En este caso, era matar o morir. Y ya puestos que sea una muerte digna. Y lenta, qué remedio. Cada uno decide cómo ponerle fin aunque sea un fin impuesto.
El cómo terminé colgando el mandilón negro detrás de la puerta del zulo y abriendo un “Café del Mundo” de esos es otra historia.
El caso es que aquí me veo. Con un bar tan reluciente que da asco de tan perfecto y con un traje de camarero que parece de todo menos eso: perfecta mortaja en vida.
Dicen los entendidos en marketing que hay que venderse a uno mismo antes que al producto. Por lo tanto, me han vendido a mí al frente de un negocio que ahora se llama de hostelería. En el que huele siempre a limpio y a ambientador de fresa enlatado y donde la clientela es de todo menos algo interesante. Pero es lo que hay.
Y me tengo que afeitar todos los días, usar hilo dental y dejar de escupir por el colmillo izquierdo. Tampoco es tan malo si lo comparas con el Apocalipsis o un holocausto caníbal.
Paseando de negro riguroso con una sonrisa recién estrenada que no es la mía, hago frente a este Gran Café de Mierda que es como me gusta llamarle en la intimidad.
Susana ha puesto el grito en el cielo y su culo en su taburete que ha exigido llevar con ella como si fuese un hijo o un gato o yo qué coño sé que necesitase. No se va a morir nunca esta mujer, me digo casi a diario para mis adentros. Pero el caso es que el orujo y la vieja le devuelven al recién estrenado garito esa impronta de viejos tiempos y de fracaso que necesita cualquier local que se precie.
También tengo un horario fijo, una persiana eléctrica y unos cuadros con pasteles a lo largo de la nueva disposición. Hasta a mi cuartucho le han hecho unos arreglos pasándose a llamar ahora “almacén”. Follamos de pie desde la inauguración del Gran Café de Mierda. Y no se folla igual sin esa solera que albergaba antaño llena de horas muertas, de polvos apasionados y mentiras bien guardadas: la reforma se ha llevado todo eso dejando también al sexo limpio de perversión. Follo igual, qué cojones, pero no es mi jodido zulo y eso es suficiente para demandar a la franquicia por maltrato laboral.
De las ocho de la mañana a la dos de la tarde y de las cuatro al cierre. Por ahora solo. Porque me basto. Porque no quiero a nadie, y porque tendría que hacer un casting antes de seleccionar a cualquier universitario y tenerlo a diario rondando por aquí con todas sus hormonas flotando y contándome sus historias y devaneos que no me interesan.
Una camarera con las tetas gordas. Eso es lo que necesito, coño. Una que cuando limpie los vasos se incline levemente y me enseñe sus pezones y con la que poder rozarme en el cuartucho de lunes a domingo con un día de descanso entre medias. Y que quiera sexo del bueno conmigo, del único que sé dar, del de verdad.
Así sería feliz.
Bueno, y con mi bar de antes también. Pero era esto o nada.
Y la nada es demasiado hasta para un cabrón como yo.
Publicado el jueves, 3 de octubre de 2013, a las 23 horas y 24 minutos
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