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ROTOS Y DESCOSIDOS. Me pregunto en qué casos soy imprescindible, si es que lo soy en alguno para alguien. Cuánta falta hago en la vida de otros. Si realmente soy importante para los que quiero y creo que me quieren, si todo seguiría igual si un día me evaporase, si dijese que hasta aquí hemos llegado o si la dama de la guadaña decidiera que ya es mi jodida hora.

Si me echarían de menos y cuánto tardarían en rehacer sus vidas. Si sólo sería un recuerdo que formara parte del imaginario colectivo de sus mentes. Si acaso fui importante para alguien en algún momento.

Alguien, alguna vez, me dijo que todos somos prescindibles, y llevaba razón. Demasiada razón en su afirmación tajante. Unos más que otros, eso sí, porque no vale lo mismo Miles Davis que yo, aunque, desde mi egoísmo, bien le pueden dar por culo a Miles Davis. Pero en mayor o en menor medida, aquí para los demás sobramos todos mientras no nos hagan falta, porque de todo se sale menos de no poder contarlo.

El caso es que, ahora que ya no estoy con Marta, me cuesta afianzarme, y resulta que no soy capaz de dibujar mi vida sin ella a mi lado, siquiera sólo para poder odiarla.

Y aunque la odio, no la odio, por más que esto no haya quien lo entienda. Lo que me jode es haberla querido de una manera en desuso, me jode porque no la dije que me traía al fresco con cuantos tíos se acostara, o si tenía un amante fijo que le puso un piso en el centro. No fui capaz de decirle que me gustaba estar con ella en casa. Que con eso me bastaba. Oírla con sus diminutos zapatos traquetear por el pasillo. Verla dormir, tan callada y discreta como si fuera la esposa perfecta.

Tal vez la vida pasó tan directa sobre nosotros que sólo nos quedó esa rutina acordada del paso de los años, sin reproches, sin necesidad de replantearnos cómo podría cambiar nuestra relación de pareja.

Por eso pasó lo que pasó, y por eso no la culpo ni me culpo. Ninguno de los dos se dio cuenta de que habíamos cruzado el umbral de irnos al carajo, cuando ya volver es imposible.

Meses después, a veces, cuando la soledad se me echa encima por sorpresa, y ya puedo beber y beber que no hay tu tía, la echo tanto de menos que no me importaría morirme, no sin antes joder al hijo de puta que vive con ella.

O algo.

Pero luego se me pasa.

Publicado el miércoles, 1 de octubre de 2008, a las 22 horas y 46 minutos

Ilustración de Toño Benavides
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